29/7/25

El Brochero entrerriano, curita gaucho y malvinero

 Rubén I. Bourlot

 

Entre Ríos también tiene su cura gaucho como el cura Brochero fundador de pueblos en Traslasierra. Pero el nuestro, Luis Félix Jeannot Sueyro, no andaba a lomo de burro como el cordobés pero sí en sulky o en su vieja Ford para recorrer los escabrosos caminos de tierra del sur entrerriano.

El 30 de julio de 2008, a los 90 años, fallecía este pastor de almas y aporreador de palabras. Había nacido en Gualeguaychú, en la zona de chacras detrás del Cementerio, a orillas del arroyo Gualeyán, el 20 de noviembre de 1917. De madre española y padre francés, era el menor de ocho hermanos.

A los 14 años, apadrinado por el Padre Schachtel, ingresó al Seminario de Paraná. A los 25 ya era sacerdote. De ahí en más llevó su mensaje por Rosario Tala, Concepción del Uruguay, Ñancay, Maciá, Villaguay, Landa, Costa Uruguay Sur, El Potrero, Cuatro Hermanas. Hombre de hablar llano para hacerse entender entre una feligresía arisca, y “algo calentón y de pocas pulgas para la pavada o la gilada -escribió su amigo Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras-, tenía una enorme y sostenida tolerancia para el que padecía”. 

Barcia comenta que “el cura operaba como un Salomón en alpargatas. En diferencias y pleitos solía terciar, cuando le pedían consejo, y lo hacía con sagacidad de criollo sabio. (...) Lo que usted le regalaba al cura, él lo regalaba a algún necesitado. Es de un desprendimiento franciscano.” En otros párrafos del prólogo a su libro Los versos del cura gaucho, Barcia cuenta que “con él hemos conocido costumbres insólitas de las islas y los campos. Como aquella tarde en que estábamos tomando una ‘Bolita’ (la popular gaseosa conocida también como Chinchibirra) en el alero de un rancho en una isla, y pasó, lenta e interminable, junto a nuestros pies una hermosa y gorda víbora. Nos quedamos helados. El Cura dijo, con experiencia suficiente: “Es la encargada de comerse las ratas”.

En 1982, cuando los jóvenes soldados marcharon al sur para combatir en Malvinas, allá fue el cura gaucho para ofrecerles el apoyo espiritual.

 

Hombre de micrófonos y letras

Pero no solo cultivaba el lenguaje rústico de sus sermones a campo abierto. El cura Luis bien que sabía recitar a Lugones y Bernárdez, y citar a Estrada o Pascal. Era un comunicador que supo usar el micrófono para amplificar su mensaje. Su oratoria estaba presente en los actos patrióticos de la zona y en los programas que conducía en la radio LT 41 de Gualeguaychú, que iniciaba con la apelación a los “amigos del campo” y llegaba a los más lejanos rincones. Pero el contacto con las ondas hertzianas venía de mucho antes. Una crónica de los orígenes de LT 11, la emisora de Concepción del Uruguay, cuenta que cuando se inaugura la radio en 1951, la primera emisión consistió en la bendición impartida por el sacerdote Luis Jeannot Sueyro.

Su vecindad con la palabra también la volcó en la poesía que cultivó hasta sus últimos días. Le cantó a la patria y a sus próceres (a sus admirados San Martín y Artigas): “La patria se hizo a caballo, / como un río puesto en marcha”. A la patriada de Malvinas: “¡Y llegará el momento, / Malvinas nuestras, de recuperarlas, / como llega la aurora / tras la congoja de la noche larga!” Al campo y su gente: “Romance de la chacra”, “Tardecitas en la chacra”, “Acuarelas de la chacra”. Y también los versos de su vocación sacerdotal: “El Gualeyán para mí / es el Jordán de mi Patria / y me vengo a bautizar / como Jesús en sus aguas.”

En 1982 publicó Versos y prosas, y en 2001 la Comisión Tradicionalista del Río Uruguay a través de la Imprenta Oficial de Entre Ríos publicó su libro denominado “Los versos del cura gaucho” donde se trató de rescatar su obra literaria y además fue nombrado Ciudadano Ilustre de Gualeguaychú.

Hoy su busto luce en el Rincón de los poetas de Gualeguaychú.

 

Cura fundador

No fundó pueblos como Brochero pero sí impulsó la Fundación Padre Pío, encabezó las históricas peregrinaciones a la Virgen del Valle de Pehuajó y fundó el Centro Deportivo Defensores de Martín Fierro de Maciá el 12 de mayo de 1952. En una entrevista dice que “el club nació de la amistad, de la solidaridad. Y lógicamente el más popular de los deportes, el fútbol, coincidió con esos hermosos campeonatos Evita y Juvenil Juan Perón de los cuales participamos, y tuvimos el honor de llegar a la final en Paraná. Perdimos la final. Eso nos dio auge para dar un pasito más adelante. Contábamos en el pueblo con un terrenito, pero era muy chico para una cancha. Pero yo veía que había otro terreno al lado y me decía ‘si yo pudiera tener ese otro terreno’. Y al final lo tuvimos, era propiedad de Mario Goldaracena, y así nació el club, con donaciones de los vecinos. Lo hicimos de la nada. Pero queríamos que no se perdiera ese grupo hermoso de muchachos que habíamos conformado, con don Julio Goyeneche (…). El club Martín Fierro nació de la amistad (…) porque yo tenía muy metida la Biblia gaucha, el Martín Fierro (…)”

Y así se fue desvaneciendo, como gastándose de tanto dar, ese cura que, como le cantan los Hermanos Pereyra, “Ya todos los conocemos / Ya sabrán de quién se trata / es el que al prestar su ayuda / se juega hasta la alpargata.”

25/7/25

Los campos del Paracao y los orígenes del servicio militar

Rubén I. Bourlot

Con el decreto de enrolamiento del 28 de enero de 1895 y la posterior convocatoria de los ciudadanos solteros de 17 a 30 años para cumplir con el servicio militar obligatorio, se hacía necesaria la disponibilidad de predios adecuados para el alojamiento y la instrucción militar de los conscriptos. En Paraná se gestionó la adquisición de un campo que reuniera las condiciones de topografía, amplitud y ubicación para los citados fines. Ese es el origen de la instalación de los cuarteles del Ejército en la zona denominada El Paracao.

A fines del siglo XIX durante el segundo gobierno de Julio Argentina Roca (1898-1904), y ante la posibilidad de un conflicto armado con Chile por la cuestión de los límites, decretó el enrolamiento obligatorio de los varones para organizar una Guardia Nacional y la posterior convocatoria de los enrolados solteros de 17 a 30 años. Pero es con la asunción del general Pablo Ricchieri como Ministro de Guerra en 1900 cuando se organiza definitivamente el Servicio Militar Obligatorio través de la Ley que lleva su nombre, aprobada por el Congreso el 11 de diciembre de 1901, y la organización profesional de Ejército Argentino, con la incorporación de armamento moderno, el establecimiento del Colegio Militar de la Nación y de la Escuela Superior de Guerra.

Con ese objetivo se adquirieron la mayor parte de las bases militares del Ejército, más alejadas del centro de las ciudades que las anteriores. El motivo de esos cambios era, entre otros, evitar que un ejército con los cuarteles dentro de Buenos Aires, capitalizada definitivamente en el primer gobierno de Roca (1880-1886), fuera instrumento para revoluciones militares. Entre los terrenos adquiridos por Riccheri se cuentan Campo de Mayo, al norte de Buenos Aires; Campo General Belgrano, en Salta; Campo General Paz, en Córdoba; Campo Los Andes, en Mendoza, y Paracao, en Entre Ríos.

En este último caso el gobierno de Entre Ríos adquirió el predio de El Paracao para donarlo a la Nación con ese fin. Se trataba de una fracción de campo ubicada en el entonces llamado distrito Paracao, limitado por el arroyo homónimo al sur y el Grande, al norte. Estos terrenos pertenecían a la familia Almada y luego se agregó una fracción donada por Ramón Febre, para entonces propietario de los campos donde actualmente funciona la Escuela Normal Rural "Juan B. Alberdi".

El nombre del campo deriva del arroyo que se comunica con el río Paraná por intermedio del riacho Los Galpones, y es el límite que divide los departamentos Paraná y Diamante. El historiador César B. Pérez Colman dice que el nombre es de origen charrúa y a la etimología la atribuye a la denominación de un loro, común en las costas del Paraná. El topónimo aparece recién en el siglo XIX, en la Carta Geográfica de la Provincia de Entre Ríos (1840), indicando el arroyo, del que seguramente derivó el nombre para el paraje homónimo. Otra etimología sostiene que los chaná-timbú llamaron a la zona “paracao”, que en guaraní significa “el mar que da la vuelta”.

 La estación Paracao

En sintonía con la instalación de los cuarteles se hizo necesario el emplazamiento de una estación ferroviaria por lo que el 19 de marzo de 1898, el administrador de los ferrocarriles de Entre Ríos se presentó al superior gobierno, adjuntándole un proyecto para la construcción de una estación o parada en el paraje denominado “Paracao”, en el campo de igual nombre, donde se proyectaba la localización de la División del Litoral del Ejército, y solicitando que se haga donación de parte del terreno que había adquirido la provincia.

Con la debida autorización se construyeron en dos vías muertas, un edificio estación y un galpón depósito para servir al campamento militar, en el kilómetro 14, actualmente en jurisdicción de Oro Verde, donde se encuentran preservados los cimientos de dicha instalación.

 El servicio militar antes que fuera “colimba”

La palabra “colimba”, según una definición popular, derivaría de las primeras sílabas de las palabras “corra, limpie y barra”, en alusión a que eran las principales ocupaciones de los soldados: correr, limpiar y barrer, durante el día. Pero muy lejos estaba de esta función el enrolamiento que estableció Ricchieri. Este servicio, que era un impuesto no pecuniario establecido por el estado, fue funcional a los objetivos trazados en aquel entonces para difundir la idea de ciudadanía y de igualdad ante la ley puesto que todos los habitantes varones debían estar disponibles sin importar su posición social o poder económico. A su vez, las listas y libretas de enrolamiento fueron rápidamente utilizadas como documentos de identidad, tanto para identificación de las personas, como para la confección de padrones electorales que sustituyeron a las amañadas listas de votantes confeccionadas en los juzgados de paz y comisarías. De esta manera, fue un paso previo a la futura sanción de la Ley Sáenz Peña en el camino a la transparencia del sufragio y la representatividad de los gobiernos surgidos de los mismos.

Por otro lado, en los cuarteles se instalaron escuelas para los conscriptos, que colaboraron en la lucha contra el analfabetismo y la integración de los hijos de inmigrantes.

Una crónica de la revista Caras y Caretas de 1902 sostenía que “hoy el soldado se viste, se calza, se arma. Vive en buenos cuarteles, come en mesa, duerme en cama, recibe visitas y escribe a su familia, aprende a leer si no lo sabe, es atendido por médicos si está enfermo, es conducido [a su destino] en ferrocarriles o en vapores, oye música y ve funciones de teatro”.

 Bibliografía

- Peiró, C. (1 de agosto de 2021). “Cien años atrás: cuando todos los argentinos eran soldados, pero ‘cada uno a su hora y no por toda la vida’”, disponible en https://www.infobae.com/sociedad/2021/08/01/cien-anos-atras-cuando-todos-los-argentinos-eran-soldados-pero-cada-uno-a-su-hora-y-no-por-toda-la-vida/

24/7/25

Las polémicas de Bavio en su propósito de "argentinizar" la educación

 Rubén I. Bourlot

 

El 24 de julio de 1916 fallecía en Buenos Aires el “distinguido profesor Ernesto A. Bavio” informaba el diario paranaense El Entre Ríos. Había sido un activo educador y uno de los artífices de la institucionalización de la educación entrerriana además de un enérgico polemista que mantuvo fuertes cruces con Manuel Antequeda.

El periódico citado dice en la necrológica que “el magisterio argentino está de luto con la desaparición de uno de sus más activos miembros, que durante diez lustros se dio por entero al desempeño de su misión altruista, ya en la cátedra, ya en otros cargos que se le confiaron, escribiendo al mismo tiempo varias obras de texto.”

A partir de la reforma constitucional de 1883 y durante la gobernación de Eduardo Racedo (1883-1887) se jerarquizó el sistema educativo con la creación del Consejo General de Educación que tuvo a  Bavio como su primer presidente (a partir de 1887 hasta 1896) que  batalló por establecer la educación pública, laica y obligatoria en consonacia la ley nacional 1.420. Creó también el Boletín de Educación, importante instrumento para la capacitación docente.

 

Las polémicas de Bavio

Los propósitos de argentinizar los contenidos educativos e integrar a las numerosas colectividades de inmigrantes originaron no pocos desencuentros con las comunidades alemanas y judías de la provincia que resistían a incorporar el castellano como lengua oficial en el desarrollo de las clases. Estos conflictos se desataron en la década del 90 y se reiteraron en la siguiente década durante la gestión del director General de Escuelas Manuel Antequeda (1904-1914) cuando Ernesto Bavio ejercía como inspector de escuelas del gobierno nacional.

A partir de la recorrida de Bavio inspeccionando las escuelas de las colonias de la provincia,en 1908, produjo un duro informe que molestó a Antequeda y originó un intercambio poco amable entre ambos funcionarios.

Dice Bavio que en las escuelas de las “aldeas rusas situadas en el departamento Diamante (…) experimenté una penosa decepción al ver que en esas ‘colonias’ todo está como hace catorce años, en materia de instrucción pública.

“En las escuelas de las aldeas ruso-alemanas la enseñanza que se trasmite es en su letra y en su espíritu exclusivamente extrajera.

“No se habla en ella una sola palabraen idioma castellano, siendo así que en este ramo debe ocupar el lugar más importante del programa.”

Se refiere Bavio a los libros de lectura que “debe ser el elemento más eficiente de nacionalización y patriotismo, está impreso en alemán y los temas en él tratado son por completo extraños a nuestro país.”

Luego agrega que “si el lenguaje, si la lectura y la escritura es dada en idioma extranjero es claro que lo propio sucede con la geografía, aritmética y demás ramos.”

Advierte el inspector que en las aulas hay mapas de Alemania y ninguno de la Argentina. “Nada nos recordaba allí que estuviéramos en escuelas argentinas: parecía aquél un pedazo de territorio conquistado.”

Luego pasa a detallar las observaciones en las escuelas judías que “es todavía peor, pues los colonos son más cerrados y excluyentes: allí toda la enseñanza trasmitida en las escuelas, absolutamente toda, es en hebreo y no hay más libro que la Biblia.

“Las colonias judías pertenecen a una gran compañía con asiento en el extranjero, propietaria de la tierra y de ‘sus judíos’, representada por una administración local que monopoliza los servicios, hasta el de la educación, pues ella es la que organiza las escuelas, que designa el personal y lo que es increíble, las hace subvencionar por el gobierno de la Provincia (…)”.

 

La respuesta de Antequeda

La respuesta del director de escuelas de Entre Ríos no se hizo esperar. Cabe advertir que la constitución nacional dispone que es facultad y responsablidad de las provincias la educación primaria.

“Los señores inspectores nacionales parecen ignorar -escribe Antequeda en un publicación bajo el título Breve exposición de las escuelas ruso-alemanas e israelitas- que en la República Argentina pueden funcionar escuelas en que se enseñe cualquier lengua del mundo y cualquiera religión, dando enseñanza en griego, inglés, alemán, caldeo, hebreo, esperanto, etc. (…)”, ironiza.

Y agrega: “No discutiremos si hay conveniencia o no en que los hechos ocurran así; pero es es la ley, que deben respetar hasta los patriotas inspectores susodichos.”

Abona Antequeda en su informe que “en pocos años, sin clausurar escuelas extrajeras particulares, sin leyes ni reglamentos prohibitivos y sin recurrir a otros medios, que sostener buenas escuelas; lenta, pero seguramente, la escuela pública argentina fue desalojando a la similar extranjera: simple cumplimiento de una ley económica por la cual la moneda sana desaloja a la mala moneda.

“(…) las escuelas públicas de la Provincia y de la Nación son frecuentadas por millares de niños de descendientes de aquellos italianos, franceses y suizos que se negaban a hablar castellano en el año 1870 (…)”

Finalmente argumenta que “los referidos funcionarios han visto todo el peligro en las escuelas de las colonias israelitas y rusas; y aún cuando nos bastarían cuatro renglones de estadística para reducir las briosas declaracionesde los patrióticos Inspectores, a lo que son en realidad, simples ditirambos, creo deber extenderme por cuanto, sin saberlo ellos siquiera, han provocado una cuestión del mayor interés y de tanta gravedad, que a tener conciencia de ella tal vez hubiesen observado mayor prudencia.”

La polémica tuvo su repercusión en la prensa que finalmente influyó en la reforma constitucional de 1908 que resolvió explicitar que la educación común debía ser de carácter esencialmente nacional. Además restituyó el Consejo General de Educación que había sido anulado en la reforma de 1903. La nueva conformación colegiada del gobierno de la educación, aún bajo la presidencia de Antequeda, dispuso hacer cumplir a las escuelas israelitas y rusas (alemanes del Volga) la enseñanza primaria obligatoria en lengua castellana, la conformación de una biblioteca infantil de autores argentinios, la colocación de cuadros de personalidades históricas nacionales y la obligación de izar la bandera argentina los domingos y días festivos.

15/7/25

Los sepultureros de Martín Fierro

Rubén I. Bourlot

 

A principios del siglo XX, el Martín Fierro y, más que nada, su autor José Hernández eran prácticamente desconocidos. Habían pasado al olvido. El poema gauchesco no era reconocido dentro de la literatura argentina. Ernesto Quesada fue el primero que lo intentó pero recién, hacia 1913, Leopoldo Lugones comenzó a reivindicarlo con el afloramiento del nacionalismo conservador que era el de Lugones, Ricardo Rojas y otros. Ese nacionalismo aristocrático, de salón, militarista y sin pueblo, pero que tuvo la virtud de rescatar al poema gauchesco como un emblema de la nacionalidad. No así a su autor José Hernández que siguió permaneciendo en la oscuridad.

Lugones reivindica a es gaucho para consolidar su nacionalismo de personajes que se disfrazan de gaucho como en los actos escolares. Los viejos criollos, los paisanos, no están reflejados en ese gaucho que consideran solo para las exposiciones. Porque ya el criollo andante que caza ganado cimarrón y lo persigue el juez para que vaya a votar no existe más. Los campos fueron alambrados y las vacas tienen marcas y señales.

Autores como Jorge Luis Borges, por ejemplo, lo denostaban, menospreciaban al personaje orillero que tanto le sirvió a él mismo para construir su literatura como su reconocido “Hombre de la esquina rosada”. Lo consideraba que el Martín Fierro era una historia de cuchilleros y de malos entretenidos, de gauchos, que en su momento había rescatado Lugones. Borges, que en sus años iniciáticos publicó en la revista literaria Martín Fierro, escribió un cuento, El Fin, en donde el Moreno se venga de Martín Fierro. El derrotado por Fierro en realidad son dos morenos, el primero en un duelo a cuchillo y el segundo en el famoso duelo de payadas.

El divorcio entre el poema y el autor que es José Hernández también lo sostiene Ezequiel Martínez Estrada, autor de Radiografía de la Pampa, que califica al Martín Fierro “sin patriotismo, sin grandeza, sin tendencia a la exaltación…” Lo mismo ocurre con Ernesto Sábato que da rodeos y sostiene que “el Martín Fierro no es fundamental porque trata de gauchos, ya que los novelones de Gutiérrez lo tratan hasta el hartazgo…” y lo califica de “extrañísimo poema novelesco”.

Para estos autores José Hernández creó el enorme poema nacional en virtud de un soplo divino, un momento de inspiración, que le permitió escribir el Martín Fierro en su primera y la segunda vuelta y nada más. Ricardo Rojas dice que Hernández “iba llegando a los cuarenta años sin haber hecho cosas heroicas en su vida, cuando la musa gaucha los despertó a la inspiración de su poema” y nunca más escribió algo de nivel literario en su vida. Es decir que no fue Hernández el autor sino una musa que de pronto anidó en su cerebro y le dictó esos versos. Un Martín Fierro casi de autor de anónimo como los textos bíblicos cuyos autores anónimos escribían al dictado de Dios.

Son enterradores de un autor que desaparece amortajado por su propia creación. Con el tiempo, el poema nacional se incorporó a los diseños curriculares de las escuelas y empezó a leerse en las clases de Literatura pero despojado de su significado histórico y desligado de su autor. Son poemas de lectura ripiosa por su lenguaje gauchesco que más que nada aburren a los alumnos, a los jóvenes que tienen que lidiar con ese argot extraño para ellos. Pero lo que lo hace tedioso es su lectura despojada de su contexto de época y de su autor.

En la segunda mitad de la década del ’50 aparece, junto al citado cuento de Borges, la primera reivindicación del poema gauchesco presentado junto a su autor José Hernández. Es desde los márgenes de la literatura oficial, podríamos decir, alejado de los cánones literarios consagrados. 

Fue de la mano de un político e historiador que se atrevió a incursionar en temas literarios. Jorge Abelardo Ramos publicó en 1954 Crisis y resurrección de la Literatura Argentina que rescata al gran poeta nacional en el capítulo Muerte y transfiguración  del Martín Fierro de recomendable lectura. El capítulo se encuentra ampliado en el último libro de Ramos publicado en 1994, La nación inconclusa, que lo incluye con el título "Un poeta-soldado sueña su derrota en Santa Ana do Livramento".

Llegamos al primer cuarto del siglo XXI y parecía que el ciclo de sepultureros del Martín Fierro, y de su autor, había terminado. Quedaba pendiente la tarea de recuperar al José Hernández autor y también protagonista insoslayable de los hechos políticos del siglo XIX con “muchas cosas heroicas en su vida” para desmentir a Ricardo Rojas. Los últimos detractores del poema nacional ya estaban muertos. Borges  falleció en 1986 y Sábato en 2011. 

Pero de pronto surgió un nuevo sepulturero pala en mano. Una pala que no era para cultivar y desenterrar papas, sino para terminar la obra que no llegaron a hacer Rojas, Martínez Estrada y sus seguidores.

Como un retorno a ese pasado de “ganados y mieses”, al sueño del próspero país agroexportador que parece sobrevolar en pleno 2025, viene un nuevo sepulturero para sellar bajo una lápida definitiva a los dos juntos: Fierro y Hernández. Se trata de Martín Caparrós con su La Verdadera Vida de José Hernández (contada por Martín Fierro) donde escribe un obituario versificado atacándolo “por izquierda".

Para muestra basta un botón y así no nos indigestamos.

Caparrós versifica:

Se llamaba José Hernández,

aunque también se llamaba

Pueyrredón, porque alardeaba

de ser un hombre de abajo

y era rico pa'l carajo

más que la reina de Saba.

Y agrega:

Su familia era de aquellas

que asaltaron nuestras tierras:

pampas, ríos, bosques, sierras,

todito se lo quedaron

y así nomás lo alambraron

para dejarnos ajuera.

Justamente Caparrós, que vive en la Europa y porta un apellido español, le imputa a Hernández el delito de descender de una familia conquistadora que según él “asaltaron nuestras tierras”

Todo esto a cuento de que culpa a Hernández por portación de apellido, el Pueyrredón, “dueño de riquezas inconmensurables”.

¿Sabrá Caparrós que cuando murió el padre de los Hernández, José y Rafael que tenían veinte y tantos años, quedaron sin nada? El padre había perdido sus bienes estafado por un socio.

¿Sabrá que José Hernández se vino a Paraná, entonces capital de la Confederación, para trabajar de taquígrafo del Senado y escribir en El nacional argentino?

¿Sabrá del Hernández que apoyó a los defensores de Paysandú bombardeada por Mitre y el Brasil; del Hernández que combatió con López Jordán contra la intervención sarmientina?

Tampoco debe saber, si es que no lo omite con intención, que el mismo Hernández, cuando asesinaron al Chacho Peñaloza, escribió “los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El partido federal tiene un nuevo mártir (...) El general Peñaloza ha sido degollado (...) en su propio lecho y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño al bárbaro Sarmiento.”

A esta altura no considero de gran utilidad correr a adquirir el libro citado. Solo basta con esos pocos versos para deducir lo que debe ser su contenido. El buen arqueólogo con una vértebra le basta para imaginarse cómo fue el dinosaurio que está desenterrando. Mejor si corremos a la biblioteca y nos ponemos a releer el Martín Fierro o a cualquier librería para comprarlo y descubrirlo. 

13/7/25

Catalina Favre, artesana y campesina ¿Una mujer transgresora?(1)

Walter D. Maidana*


«… este relato no es de una “Profesora de Literatura”, mucho menos una escritora o periodista; simplemente una campesina sin más escuela que la que le dio la dura vida del campo; así que tengan bien presente esto cuando lean este relato, y pasen por alto lo mal hilvanado que está, y las muchas faltas de ortografía…» 

Catalina Favre 1976



El presente artículo fue un adelanto del libro biográfico de Catalina Favre. En ella encontrarán nuevos trazos sobre la historia de la colonia San José y de Colón contada de un modo diferente; muchas semblanzas sobre la maestra artesana Catalina Favre, y su desempeño en las instituciones que participó.

Acciones y virtudes que se destacan mucho más aún, dada la discapacidad que tenía en manos y gran parte del cuerpo, como consecuencia de un accidente doméstico que sufrió cuando daba sus primeros pasos, iniciando la niñez.
Esta obra es el resultado de amalgamar sus “memorias”, escritos y apuntes, junto al análisis de varias entrevistas a personas que la conocieron, más la incorporación de un amplio trabajo de investigación. De este modo, tomando a Catalina como eje y protagonismo central de esta obra, también se van tejiendo otras tramas paralelas a su vida y a los sucesos de esa época.

A modo de presentación, así apuntaba Catalina sus primeras líneas:
« …Soy Catalina Enriqueta Favre descendiente del fundador de la rama los Favre de Sembrancher, que en Argentina fue fundada por Juan Pedro Favre 1824-1905, Armero de profesión y uno de los 4 fundadores del Primer Tiro Suizo de la República…»
«… hay un refrán que dice que todas las personas tenemos algo de poeta, de médico y de loco; y como yo pienso que de poeta no tengo nada, de médico tengo mucho y de loco tengo todo. Así que, no me llama la atención que la gente diga: es media loca…»

Hacerle frente a la vida
De abuelos franceses y suizo, Catalina Enriqueta Favre llega al mundo en junio de 1907. Resultan muy emotivos sus relatos sobre la infancia y adolescencia narrando los infortunios que debió atravesar; y como, siendo una joven campesina con muy pocos estudios, también debió romper “estructuras establecidas” para así asumir roles en instituciones, ganándose un lugar destacado gracias a su carácter enérgico, a su conocimiento sobre los pioneros y su pasión por la Historia: “A mi juego me llamaron…”, decía orgullosa.
A pesar de ser una verdulera y colona que trabajó la tierra, fue innovadora en la cultura, dedicando sus horas a difundir parte de nuestra historia regional; desde la década del `40 en adelante mediante publicaciones en la Revista “Rosalinda” de Buenos Aires; o con su participación en el Centenario de la Colonia San José en el año 1957, constituyéndose además como uno de los miembros directivos en la Sub-Comisión del Museo.
Algunos hechos fueron rescatados del histórico “Libro de Oro Centenario de la Colonia San José 1857-1957”, ilustrado con fotografías de aquella celebración en la Plaza, y la colocación de la piedra fundamental en el terreno baldío donde se encuentra el actual Museo; idea propuesta por Catalina.
Un acontecimiento destacado en su vida fue la nota periodística que le realizara el Diario Clarín a fines de 1969 “La mujer que eliminó de su vocabulario la palabra Imposible”, hecho que la hizo más visible a un nuevo público a nivel nacional y llevó a despertar el interés de su actividad artesanal, en el incipiente sector turístico en Entre Ríos.
Cuando en 1972 esta colonia celebra el 115º Aniversario de su Fundación, reciben la visita de los valesanos: el padre Gabriel Carrón y el escritor Alejandro Carrón, fueron los primeros enviados oficiales de Suiza en acompañar estos festejos, y también el nexo entre ambos países, junto al Padre Juan Esteban Rougier, de estrechar lazos de intercambio, y ahondar investigaciones genealógicas. Ahí nuevamente Catalina era una entendida en la materia.
Así será que en 1974 la encontramos viajando a Suiza, siendo una de las primeras en volver a Sembrancher, tierra de su abuelo Jean Pierre Favre, en busca de los orígenes y de las tradiciones. De su rico relato se puede apreciar cuanto le sirvió el encuentro con los descendientes familiares y sus nuevos conocimientos sobre las artesanías, y es probable que esto la haya inspirado para formar una cooperativa de artesanos al volver a San José, embrionaria de la Fiesta de la Artesanía.
Con seguridad la década del ´70 fue su época dorada. En el sector artesanal los encuentros locales y feriales, se conformaron como antecedentes sustanciales en la formación del centro de artesanos local, como lo es La Casona, en Colón; y de la Fiesta de la Artesanía, un tiempo después.

Buscando algunos trazos de Catalina, nos cuenta:
«… esa etapa de mi vida no me dejó ser una persona amargada, al contrario, supe conformarme con mi suerte y… a pesar de mis defectos pude realizar cualquier tarea… y en Artesanía que tuve la satisfacción de abrir el camino a la Artesanía Entrerriana en especial a la de esta zona que hoy en día es famosa…”
Bajo el título de “Catalinescas” se intercalan varias anécdotas que muestran en detalles su personalidad, humor irónico y poder de observación: “La mano Santa”, “Reunión de tamberos, mujeres que no saben defender sus intereses”, “El chasco del curita”, “Como son de corajudos los hombres”, “Estaba cocinando y vienen a mi velorio”, son solo algunos de temas con los cual Catalina nos deleita.
Otros aspectos que también aborda este libro es su paso por la prensa periodística nacional: Canal 13, Clarín, Radio Excelsior, Tiempo Argentino y hasta el mismo Víctor Hugo Morales en el Hotel Quirinale de Colón. Hacia el final, una “Reseña en francés” complementa la obra con la traducción de varias páginas.
Una particular historia, intensa y amena, que no deja de lado el planteo de la discriminación, la discapacidad, y la lucha de la Mujer en la sociedad de los últimos tiempos.


(1) Publicado originalmente en la revista Ramos Generales
*Profesor de Historia. Autor de "Catalina Favre, artesana y campesina ¿Una mujer transgresora?"

10/7/25

La Paz montada sobre el Cabayú Cuatiá

A orillas del arroyo Cabayú Cuatia Grande, nació La Paz el 13 de julio de 1835 por decreto del gobernador Pascual Echagüe.
Se inició como un pequeño caserío, que ante las inundaciones y poco progreso, en 1848, por orden del gobernador Justo José de Urquiza, fue delineado por el comandante Antonio Exequiel Berón en la parte más alta, las barrancas del Paraná. Desde este momento, inició su crecimiento.
En 1849 se creó el departamento de La Paz, con su ciudad como cabecera, y en 1873 se organizó como gobierno municipal.
 

Hipótesis sobre la palabra Cuatiá en idioma aveñe-é o guaraní.

Julio Oscar Blanche


Un querido amigo me ha pedido que exponga mi hipótesis sobre el nombre de nuestro arroyo, que tanto nombró don Linares Cardozo en sus canciones, recordando su niñez y sus andanzas sobre sus mágicas orillas. Es fácil deducir que la palabra Cabayú es un barbarismo del sustantivo caballo. Los indios guaraníes tenían dificultad para pronunciar palabras con esa doble consonante provenientes del español porque eran sonidos inexistentes en su lengua. La pronunciación de la elle tan característica en el habla de los correntinos, proviene de los conquistadores, originarios del norte de Castilla, Aragón y parte del territorio Vasco en España, como Juan de Ayolas, Juan Salazar de Espinoza, Juan de Garay y otros. A pesar de los 33 fonemas del guaraní, no contaban con sonidos como LL, D y F del castellano.  Cuando los jesuitas fueron a traducir del guaraní al español (que solo tiene 24 fonemas), recurrieron a asociaciones de consonantes para asemejar  los sonidos de  Mb, Nd, Ng, Nt y las  doce vocales. Los jesuitas crearon algunos signos gráficos necesarios y tardaron más de 150 años en plasmar el idioma guaraní en letras latinas, no solo por su pronunciación, sino también por los diversos dialectos que existían en el extenso territorio.

No me es fácil explicar el significado de la palabra cuatia, kuatiá o quatiá como la escribían los jesuitas. Cuando pregunté qué quería decir Cabayú Cuatía, me dijeron: caballo blanco, o de papel, por eso está plasmado en el escudo municipal de nuestra Intendencia. Pero don Linares Cardoso lo traducía distinto. Él decía “Caballo pintado”. Buscando en los diccionarios guaraní español, Cuatiá, en algunos no figura y otros dicen que significa “papel”, ejemplo, Curuzú Cuatiá, Cruz de Papel. En guaraní los colores están bien definidos, el color blanco es morotí.

Un día llegó a mis manos el suplemento de un diario con un artículo sobre la primera imprenta en el Virreinato del Río de la Plata, que fue traída por los jesuitas a Córdoba. En ese artículo, estaba la foto de la tapa del primer catecismo escrito en la lengua guaraní, hecho en dicha imprenta y  me llamaron la atención dos palabras seguidas, Quatiá Tupá. No sé el idioma guaraní, aunque algunas palabras entiendo. Si sabemos que Tupá es Dios, quatiá no significaría blanco ni dibujado, y por ser escrito en un catecismo, se supone que dirá: palabra de Dios, o mensaje de Dios.  Esto coincide con el escrito del padre Iván Eusebio Nieremberg, de la Compañía de Jesús, del año 1703, en un sermón para los indios guaraníes (ver imagen adjunta). ¿Entonces Curuzú Cuatiá, querrá decir Mensaje de la Cruz o Dibujo de la Cruz? Fray Luis Bolaños, el mentor de las reducciones, también escribió otro catecismo en guaraní.

He leído una teoría escrita por las profesoras e historiadoras paceñas, Alicia González Castrillón y Eloísa García Izaguirre, titulada El nombre del arroyo Caballú Cuatía, donde exponen que Caballú es una deformación de la palabra guaraní cava o Kava (avispa) y Jú (negro) avispa negra, también LLú es aguijón (Avispa con aguijón).  Cuatiá, los dibujos en la arena que hacen sus patitas en su caminar en busca de alimento y el indio comparó con las letras de los escritos de los Jesuitas. Las profesoras arriesgan que el uso y el tiempo Cava-jú,  degeneró en Caballú (sic). Para más aclarar, el general Anacleto Medina, guaraní puro, en sus Memorias olvidadas, en el año 1821, describe a la pequeña aldea, como Caballo Cuatiá, (antiguo nombre de La Paz, hasta 1835) cuando cruzan el río Paraná, para pisar la provincia, después de la muerte del general Ramírez.

Veo que las profesoras no contemplaron 1) que entre la llegada de los primeros conquistadores y la de los jesuitas, pasaron mas de 100 años; 2) que en la etapa evangelizadora, el indio conoció la religión, catecismos, sermones y escritos, todos traducidos al guaraní; 3) que algunos caciques sabían leer en su idioma y lo hacían para sus súbditos, 4) que el papel era conocido entre ellos, pero solo en los escritos.

Hay que considerar entonces que en ese lapso de tiempo por lo menos 3 generaciones de guaraníes ya conocían el caballo aunque no se les permitiera montarlos, y pronunciaban a su manera: Cabayú. Los equinos se fueron multiplicando y esparciendo por el inmenso territorio y llegó un tiempo en que los indios comenzaron a atrapar caballos salvajes para  formar un ejército organizado por los jesuitas para defenderse de los “mamelucos”. Estos eran portugueses cazadores de indios de las misiones, que vendían como esclavos en las plantaciones del Brasil. Cuando los guaraníes vieron el papel, los escritos y los mapas, lo llamaron cuatiá, por la serie de marcas o dibujos que en él se hacían. Los guaraníes y los charrúas, usaban una serie de marcas y dibujos sobre piedras y árboles para comunicarse en ciertas ocasiones durante las guerras con otras tribus o para señalar lugares de abundante caza, fibras para sus tejidos y artesanía o frutos a recolectar.

 

Mi hipótesis

Para exponerla recurriré a la cuantiosa bibliografía que se refiere a la palabra Cuatiá y su significado.

En la segunda parte del libro La Argentina,  del científico Francisco Latzina, editado en 1909, están traducidas al español las famosas crónicas en francés, de don Félix de Azara, enviado por el rey español para marcar límites entre el territorio del virreinato del Río de la Plata y el de Portugal. Las crónicas denominadas Voyages dans L’Amerique Meridionale (Viaje dentro de la America Meridional) donde cuenta su vida entre los guaraníes y sus costumbres. Relata Azara que los jesuitas organizaban expediciones de abasto, que consistían en cientos de canoas que partían de las reducciones al mando de jesuítas, tripuladas por indios expertos. Se desplazaban por las orillas de los grandes ríos y remontaban arroyos para detectar, como dije, caballos salvajes, fibras para sus tejidos, miel y frutos, dejando marcado el lugar que descubrían. Otro contingente de indios que viajaba por tierra estaba encargado de recogerlos. Los jesuitas no descendían a tierra para evitar las fieras (yaguareté, pumas y víboras venenosas).

La entrerriana Josefa Luisa Buffa, publica en libro, en el año 1966, su teoría para el doctorado en letra en la UNLP, titulada Toponimia aborigen de Entre Ríos. En ella, extrayendo documentación del Archivo General de la Nación; Cabildo de Buenos Aires, Correspondencia del Virrey, Colonia, Gobierno, etc. afirma en la página 143:

[…Las lenguas son susceptibles de modificaciones, que surgen en ambas, simultáneamente:

Aiquiatiá, “escribir”/”pintar”

Cuatiá, “escritura”/”pintura”

Nuestros aborígenes tenían un sistema de comunicación muy rudimentario. Consistía en un mensaje conocido bajo el nombre de Cuatiá. Eran pequeños objetos combinados, señales en un madero, signos preestablecidos, que trasmitían noticias de diversas índole. Su significado fue, primero, “dibujo, “pintura”. Con la llegada de los españoles, se introdujo el papel, desconocido para los naturales. Estos sabían dibujar en piedra u olla de barro. Vieron escribir –que para ellos era dibujar- sobre el papel y le dieron el nombre del objeto sobre el cual se realizaba la tarea. Por este motivo, llamaron Cuatiá al papel, significación que se conserva hasta nuestros días…]

El profesor de historia, Rubén Bourlot, entrerriano, de larga trayectoria en el Archivo General de Entre Ríos, coautor con Juan Carlos Bertolini, del libro Índice Sintético de la toponimia entrerriana, año 2016, en su página 47, al describir el arroyo Cabayú Cuatiá, cita al profesor en Ciencia Biológica, Licenciado en Botánica y Lingüística, José Miguel Irigoyen, nacido en Curuzú Cuatiá, Corrientes. Estudioso del Idioma guaraní, e interesado en la palabra Cuatiá, ya que compone el topónimo de su pueblo, del cual es intendente. Ha editado su obra Toponimia Guaraní de Corrientes. En él, con respeto al significado de Cabayú Cuatiá, dice […la voz guaraní Cuatiá, es un verbo que indica “marcar”, “señalar”, y no sería aventurado ensayar como hipótesis el significado “caballo marcado”, refiriéndose al caballo con dueño, señalado con la marca de hierro sobre su piel, por oposición al orejano. En 1775, en el Mapa de Cano y Olmedilla, aparece por primera vez el nombre”Cavayú”. Siete años antes Francisco Millau y Miraval, registró el topónimo, pero para referirse a un accidente costero; Punta Cavallú Cuatia. Tambien en escritos de principio del siglo XIX se lo encuentra como “Caballo Cuatiá”…]

En el verano del año 1866, durante la Guerra del Paraguay, el jefe de la flota argentina, coronel José Morature, un italiano pintoresco que hablaba en “cocoliche”, buscaba en las islas frente a  La Paz, al coronel Antonio E. Berón, por mandato de Mitre, por ser éste, acusado de proteger a los desertores de Basualdo y Toledo. En una carta Morature le escribe […frente al pueblo de La Paz, antes, Caballo Cuatiado..], y le cuenta a Mitre su andar entre los indios, que tal vez les habrían enseñado el anterior nombre de La Paz(1) Sin mucho discernir, ¿Caballo Cuatiado quiere decir Caballo Pintado o dibujado y Curuzú Cuatiá, Cruz Pintada o dibujada? En todos los idiomas, con el paso del tiempo, y por mal uso, hay palabras que han perdido su significado primario. Puede ser que cuatiá sirvió a los guaraníes para comparar con los escritos y dibujos de los jesuitas, luego a lo blanco del papel y por último al mismo papel.

Yo me pregunto: ¿Por qué los guaraníes no habrían marcado que en el lugar donde desemboca el famoso arroyo, al inmenso río Paraná, detectaron o avistaron pastando caballos salvajes pero también marcados, y dejaron una señal para que los atrapen los indios que venían por tierra? Y no una simple avispa (cavá-jú) dando vuelta y marcando el cuatiá con sus patas sobre la arena.

Aunque no sé el idioma guaraní, soy un admirador de su dulzura, de sus metáforas. Recuerdo pocas palabras. Mi bisabuela materna, Teodora Brites, era paraguaya, refugiada de la Guerra Guazú, mi abuela Victorina Brites, nacida en Departamento La Paz, también hablaba el guaraní. Pero de los que más aprendí, fue de los carreros correntinos, que allá por la década del 50, cruzaban por los pasos, Yunque y Las Mulas y, descansaban frente a la comisaría de Ombú, que tenía molino y bebedero. Soltaban los bueyes y las mulas, armaban el campamento y siempre había una guitarra o una cordeona. Mis hermanos y yo nos embelesábamos con esa música, sus enseñanzas del guaraní y los sustos con los cuentos de angüeras.


La primera siembra de soja en Entre Ríos

 Rubén I. Bourlot

 

A mediados de la década de 1960 se habría realizado la primera siembra de soja en la provincia, en el departamento Diamante. Esta aseveración surge de un suelto publicado por el periódico Pregón de Ramírez en su edición del 16 de julio de 1965. “En esta zona se ha hecho, por primera vez, un intento de sembrar poroto de soya”, señala y agrega una serie de consideraciones acerca de las cualidades del grano “y las inmensas perspectivas que tienen en la alimentación humana y animal”.

La historia de este cultivo es relativamente reciente en comparación con otros granos cultivados desde tiempos inmemoriales.

Para desasnarnos (si es que los asnos merecen cargar con esta analogía) nos informamos que la llamada soja o soya, cuyo nombre científico es Glycine max, es una especie de la familia de las leguminosas. Tanto el grano como sus subproductos (aceite y harina de soja) se utilizan en la alimentación humana, del ganado y aves.

Las primeras plantaciones de soja en Argentina se hicieron en 1862, pero no encontraron eco en los productores agrícolas de aquellos años. Hacia 1909 se iniciaron cultivares en la Estación Experimental Agronómica de Córdoba.

Años más tarde, en 1925, el ministro de Agricultura de la Nación, Tomás Le Breton, introdujo nuevas semillas de soja desde Europa y trató de difundir su cultivo, conocido en esa época entre los agrónomos del Ministerio como “arveja peluda” o “soja híspida”.

Hacia 1956 en Argentina no se conocían aún los aspectos básicos de la soja como cultivo. Los fracasos en la implantación hicieron que fuese considerada para esa época como cultivo “tabú”.

A pesar de eso algunos agricultores insistieron y el 5 de julio de 1962 se fletó la primera partida de un lote de 6.000 toneladas de soja, a través del buque “Alabama”, con destino a Hamburgo, Alemania Occidental. El consumo interno de la leguminosa era muy escaso en la época, solo para producir aceite, que no podía competir con el girasol, y forraje del ganado.


¿Autos de soja?

Un curioso artículo publicado por El Diario el 20 de enero de 1939 describe las bondades del “automóvil del futuro” que según el magnate norteamericano Enrique Ford se construiría casi enteramente con subproductos de la soja. Del grano se podrían obtener celuloides, hules, aceites lubricantes, combustibles, pinturas, e infinidad de otros componentes de los automotores.


En Entre Ríos

Como se dijo al principio, en 1965 Entre Ríos dio el puntapié inicial en un campo de seis hectáreas a cargo de Federico Plaumer y Gerardo Debner, donde el 1 de noviembre de 1964 se sembraron seis hectáreas de soja en surcos con la variedad Lee, y con la previa inoculación de los granos -para favorecer la fijación del nitrógeno- que “resultó inefectiva”, se aclara.

Según el informe el rendimiento no fue satisfactorio debido a debido a las malezas (abrojo chico) y a la falta de lluvias. Asimismo se consignan inconvenientes en la trilla por la gran pérdida de granos.

En la década de 1970 se continuó con los ensayos a través del INTA para adaptar variedades a las características agroecológicas de la provincia. Pero es a partir de 1990 con la irrupción de China en el mercado internacional de la soja y el mejoramiento de los métodos de cultivo que la soja se expande explosivamente como mancha de aceite sobre los otros cultivos tradicionales, los campos ganaderos y los montes naturales. Otro de los factores que impulsaron las expansión fue la adopción de técnicas de la llamada “ingeniería genética”, las variedades genéticamente modificadas que introducían algunas características artificiales como rechazo a plagas, mejoras en la alimenticia, y mayor vigor para soportar herbicidas, en este caso llamada “soja RR”, resistente al glifosato, un herbicida de amplio espectro, de bajo precio en el mercado y que se puede esparcir sobre el cultivo para combatir las malezas y permite trabajar con la técnica de la llamada siembra directa*.

En la actualidad Argentina es el tercer productor mundial de soja, detrás de EE UU y Brasil, en tanto Entre Ríos es la cuarta provincia en superficie sembrada.

Uno de los efectos indirectos del crecimiento de la producción de soja en la provincia fue la aceleración del proceso de concentración de la propiedad y de la gestión. Una estadística de la primera década del presente siglo indica que entre 1988 y 2002 el tamaño medio de las explotaciones agropecuarias de la región más sojera de Entre Ríos creció el 52 % pasando de 161 hectáreas en 1988 a 245 hectáreas por explotación en el 2002. Seguramente en la actualidad la concentración deber ser mucho mayor con la consecuencia de la expulsión de la población rural que se concentra cada vez más en las ciudades. Otro estudio de esa época consignaba que el 45 % de los propietarios de cultivos de soja no vivían en el campo.


*Siembra directa

La tecnología llamada siembra directa, labranza cero o labranza mínima, originariamente norteamericana ya se conocía en el país desde la década de los 80, pero que recién con la soja se popularizó. Se trata simplemente de sembrar la semilla directamente sobre los restos de la cosecha anterior, sin dar vuelta la tierra ni removerla. Esto por una parte reduce el impacto de la erosión hídrica y eólica en el suelo, que permanece cubierto todo el año, no limita la reproducción de la microfauna y retiene en el suelo la humedad por mayor tiempo. Como contracara, dado que no se eliminan los residuos de otras cosechas, esto genera una mayor presencia de malezas y pestes, las que a su vez son combatidas mediante la aplicación de mayor cantidad de agroquímicos.

Tiroteo en la Base

Rubén I. Bourlot

 

A pocos meses de la asunción del gobierno surgido del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 se produjo un grave incidente en la base de la II Brigada Aérea de Paraná. Un avión de la propia fuerza fue atacado a tiros cuando aterrizaba y dos de sus pasajeros resultaron muertos.

El hecho se reflejó en las páginas de EL DIARIO mediante un comunicado oficial firmado por el jefe de la brigada local, comodoro Miguel Ángel Bertolotti, que consignaba la muerte de dos pasajeros del avión, el comodoro Tomás Víctor Varillas y Dollys Marta Mohor, esposa del capitán Raúl Tonelli que revistaba en la base local.

El comunicado oficial informaba que el 15 de julio por la mañana “en circunstancia que regresaba de una comisión del servicio un avión de la II Brigada Aérea, oportunidad en la que estaba realizando un ejercicio de comprobación con despliegue del sistema de defensa de la Unidad (…) se produjo una serie de disparos (…)”, sin aportar mayores detalles.

 

Avión tomado

Apelamos al libro Rebeldes y ejecutores (Enz, 1995) para conocer más detalles del hecho. Cuando el avión Guaraní “estaba por descender en la pista de la unidad local, el piloto quiso poner a prueba la seguridad del lugar desencadenó una serie de graves sucesos.

“’Voy a dar la clave de avión tomado’, dijo a su compañero de comando. ‘Veremos cómo reacciona la guardia’, acotó. Faltaban pocos metros para el descenso definitivo de la máquina y alcanzó a ver que a ambos costados de la pista ya estaban en posición de cuerpo a tierra no menos de 50 conscriptos y suboficiales.”

La clave de avión tomado nunca se desactivó por motivos que no se conocieron y por lo tanto desde tierra se dio la orden de disparar para detener la nave y repeler un posible ataque. Los disparos cruzados de los fusiles FAL impactaron en las cubiertas del avión y otros lo atravesaron. En medio de la confusión los defensores de la base pensaron que esos últimos disparos provenían de la propia nave y respondieron con una ráfaga sobre la cabina que impactó en los cuerpos de los pasajeros con el resultado de la muerte de dos de ellos y otros heridos. El clima de la época no era el mejor para jugar con fuego. Seguramente el nerviosismo se apoderó de los protagonistas ante una posible toma de una aeronave por parte de algún grupo irregular.

 

La traición del miedo

Los abanderados de la lucha contra el terrorismo con más terror estaban aterrorizados. Como redivivos robespierres apelaban a métodos ya ensayados durante la Revolución Francesa pero a diferencia del incorruptible, como le llamaban a Robespierre, estos girondinos disfrazados de jacobinos eran por demás corruptibles. Parafraseando el autor del El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (Karl Marx) de nuevo la historia se reiteraba; la primera vez había sido una tragedia y esta segunda una farsa pero también trágica. “Echemos el miedo a la espalda y salvemos a la patria” había dicho Simón Bolívar, pero no se echaron  el temor a ningún lado. El miedo los traicionó y se dispararon en el pié.

En ese frío julio de 1976 los gobernantes de facto recién se estaban apoltronando en los sillones, probándose los nuevos uniformes y disponiéndose gobernar en nombre de un pueblo que no los había elegido. Como en la novela de García Márquez, Cien años de soledad, todo era tan nuevo que muchas cosas carecían de nombre y los inventaban: así el gobierno pasaba a ser una sigla PRN (Proceso de Reorganización Nacional) y un remedo de órgano legislativo otra sigla que evocaba a un corralón: CAL (Comisión de Asesoramiento Parlamentario), y cosas por el estilo. Había que ponerle nuevo nombre a eso que no era una república pero decían defenderla y que no era constitucional pero había que inventar algo parecido y de ahí que sustituyen la tan maltratada constitución nacional por las actas para el proceso de Reorganización Nacional. La única institución que permaneció sin mayores modificaciones fue el poder de las togas, el denominado poder judicial.

Fue en ese turbio contexto que se produjo el trágico hecho en la base aérea de Paraná.

Los medios locales no desarrollaron la información más allá de la crónica necrológica que informaba sobre la misa de cuerpo presente de las víctimas oficiada por el vicario castrense Adolfo Tortolo con la asistencia de las autoridades locales, entre otros el gobernador de facto Rubén Di Bello.

En el orden internacional la agencia UPI distribuyó un cable que podemos leer en el periódico mexicano El Bravo del 17 de julio de ese año bajo el título “Jefe de una base aérea argentina muerto por sus propios soldados”, donde informaba que los efectivos “abrieron fuego al suponer que (el avión) había sido asaltado por extremistas”. Agregaba que los soldados estaban haciendo ejercicios para prevenir ataques terroristas. El resto de los detalles difieren de la información oficial. Señala la noticia de la agencia que al descender se escuchó un estampido proveniente de la aeronave presumiblemente disparado accidentalmente del arma de uno de los viajeros. Los soldados dirigieron las suyas contra el grupo de personas que ya estaban descendiendo del avión.

El último combate del caudillo Ramírez

Rubén I. Bourlot


Hace doscientos años Francisco Ramírez, el Pancho de los entrerrianos, libraba su último combate. Ese diez de julio de 1821 las últimas estrellas huían ante el avance arrollador, ineludible del amanecer. Imperceptiblemente, el cielo se iba tiñendo de rosicler y, hacia el levante, se recortaba un horizonte ondulado. La brisa helada del sur congelaba el paisaje semiárido y descorría el aroma salino hacia el norte. Las sierras ascendían como sombras en la penumbra. Aquí y allá bosquecillos de palmeras, quebrachos y arbustos xerófilos, como manchas pintadas por una mano infantil. Una cañada sedienta cortaba la geografía como una herida sin cicatrizar. Aquí un campamento con tiendas deshilachadas, más allá otro pequeño. Los caballos arremolinados dormitaban con sus atalajes puestos preparados para cualquier emergencia. Otros pastaban tarascando, procurando sacar algunas briznas de hierba al suelo pedregoso. Más alejadas, algunas mulas y cabras merodeaban, tempraneras en procura del sustento diario. La serenidad matinal amortiguaba el rumor gastronómico de las bestias y los chillidos de las aves nocturnas que retornaban a sus respectivos refugios.

De pronto, rumbo al bosquecillo de palmeras, algo irrumpió quebrando la armonía circundante. El soldado de guardia, saliendo de su estado de modorra, observó las siluetas en movimiento. Fue un momento de perplejidad antes de dar el grito de alerta. Superponiéndose al alarido del soldado todo estalló. Jinetes se materializaron avanzando directo al campamento, en medio de exclamaciones, fragor de cascos que crepitaban sobre el pedregal, clarines que llamaban a combate. El comandante Anacleto Medina ordenó a gritos los preparativos para la defensa. Los soldados saltaron de su sueño a las monturas, lanza en mano, poncho revoleado. El campo se erizó de lanzas agitándose, avanzando hacia el choque. En el otro campamento Francisco Ramírez y su guardia se pusieron en pie para aguantar la embestida.


Las escaramuzas

Los dos bandos ya estaban frente a frente serpenteando, provocándose, estudiándose prestos para dar el zarpazo. Las fuerzas combinadas de Santa Fe y Córdoba emergían por los cuatro costados. Los entrerrianos, repuestos de la sorpresa inicial atropellaron contra la guerrilla que salía escupida del palmar. Los caballos selectos del comandante santafesino Orrego se deslizaban veloces, con ardor. Por el flanco derecho avanzaba el gobernador cordobés Bedoya, procurando cortar en dos a la partida entrerriana. Para escapar de la encerrona Medina ordenó la retirada hacia al norte por la cañada, entre el algarrobal. El enemigo que los perseguía a sable y fuego en pequeños pelotones. Los panzasverdes desbandados en busca de la frontera santiagueña. El sol insinuaba ya su cabellera resplandeciente.


La cabeza por la dama

El enemigo fue quedando atrás, entre la polvareda. Pero un reclamo ineludible atravesó el aire tenue de las primeras horas. Un preciso golpe de boleadora pialó el rosillo que montaba la Delfina, la coronela de Ramírez. Cayó la bestia y se arremolinaron los soldados excitados en torno de la preciada presa. La mujer forcejeó con valor; gritó auxilio y su sombrero cayó a un lado agitando su penacho de plumas marchitas. La chaquetilla punzó, deshilachada por las espinas de la vegetación y la voracidad de los soldados, apenas alcanzaba a cubrir lonjas de su cuerpo. Los reclamos de la mujer hicieron volver sobre sus pasos a Ramírez y su custodia. Acudieron a la carrera, sables en mano para enfrentar, embravecidos, para enfrentar a la turba. Ramírez ordenó al Indio Medina que auxiliara a la mujer en tanto acometía iracundo a los enemigos. Medina tomó a la dama indefensa, la alzó sobre las ancas de su flete y retomó el derrotero de sus compañeros. El Supremo enfrentó de igual a igual al teniente Maldonado, jefe de los santafesinos. Sus ojos incendiados, en sus manos el sable danzando amenazante. En la mano de Maldonado una pistola apuntó al poncho punzó del entrerriano. Un fogonazo selló el acto y apagó el fuego, el tiempo se detuvo. Sobre el púrpura del poncho se abrió una flor escarlata. Cayó el cuerpo sobre la cruz del azulejo, el poncho flameó en un saludo póstumo y envolvió el cuerpo como mortaja. El caballo piafó inquieto, sin gobierno, sin comprender lo que estaba sucediendo. Otra vez una nube de hombres armados rodeó la escena. Maldonado derramó órdenes a diestra y siniestra; un soldado levantó su sable sobre el cuerpo yacente del caudillo. La delgada sombra atravesó el aire como un relámpago y con ese solo golpe, limpio, temerario mutiló la hidalga cabeza. Irreverente la tomó de la cabellera y ofreció ese objeto sangrante a su jefe y al comandante Orrego.

Ni bien aplacado el polvo de la batallas, el coronel Bedoya garabateó un oficio al gobernador López donde le comunica que “las armas combinadas de esta Provincia y la de su mando acaban de triunfar completísimamente del Supremo de Entre Ríos y su tropa; por instancias de los bravos santafecinos remito en presente la cabeza del caudillo...”

Partió el teniente de dragones José Luis Maldonado con el trofeo a los tientos, envuelto en un saco de cuero de oveja, y el pliego para el gobernador. 


11 de julio

En el Puesto de Fierro, cobijados por una tienda, López sentado frente a su escritorio cebaba mates en tanto escuchaba con atención las novedades de Maldonado. En un rincón, muda y sorda, posaba sobre una mesita la cabeza de la discordia.

- ...Ya se nos escapaba la indiada... -Maldonado hace una pausa para sorber de la bombilla-... rumbeaban para los montes que dan a la frontera con Santiago del Estero, cuando alcanzamos al rosillo de la cuartelera de Ramírez, la Delfina. Un bolazo le pialó el caballo y cayó la hembra, pero en eso vimos que se nos venía al humo una partida de soldados y al frente el taimao de Ramírez. Ahí nomás nos fuimos para atacarlo... una balacera y Ramírez cae herido. No lo podíamos creer. Ahí estaba, tirado, indefenso, tieso el causante de tantas desdichas.

- ¿Y qué fue de la Delfina?

- En el entrevero se la llevaron pa’l monte, en ancas del caballo que montaba el tal Indio Medina...

- ¿Y cómo fue que le cortaron la cabeza?

- Bueno, fue el cabo Pedraza que se le echó encima y de un sablazo limpito se la cortó...

López alza la vista y el interlocutor calla. Su mirada se pierde más allá del techo de la tienda, se hunde en la profundidad del cielo azul que los cubre, sobrepasa las ondulaciones de las sierras, se desliza por las llanuras que bajan al este. Al cabo reflexiona.

- ¡Qué gran hazaña han hecho ustedes! ¡Pobre Ramírez, he ahí el resultado de la guerra civil! Yo, a pesar de su ambición, apreciaba mucho a ese hombre.



Bibliografía

Bourlot, et al (2020). Francisco Ramírez, 200 años de identidad entrerriana, Paraná.

Bourlot, Rubén (2024). El secreto y la jaula. Ana Editorial


4/7/25

El médico que vino del campo y al campo volvió

 Rubén I. Bourlot

 

Los médicos rurales, de pueblos chicos, son protagonistas centrales de la vida comunitaria como el jefe de la comisaría, antiguamente el jefe de la estación del ferrocarril que ya no quedan, la directora o director de la escuela, el cura, el almacenero… El día del médico rural que se recuerda el 4 de julio es precisamente un reconocimiento al notable médico Esteban Laureano Maradona, nacido esa fecha de 1895, que prefirió internarse en los montes del Noreste para llevar su ciencia de curar antes que gozar de los mimos y honores de los cenáculos científicos.

En nuestra provincia el 26 de octubre de 1981 fallecía un médico del pueblo como lo fue Maradona, Víctor Monzalvo, que ejerció la profesión a lo largo de 44 años en la localidad de Primero de Mayo, departamento Uruguay, donde hoy una calle lo recuerda en muestra de gratitud de sus vecinos y pacientes de toda la vida, una calle que se abraza con otra que lleva el nombre del médico que lo reemplazó a mediados de los ‘70: Pedro Golovko Ballán.

Desde principios de la década de 1930, más precisamente el 17de noviembre de 1932, Monzalvo se instaló con su consultorio en la pequeña localidad que era estación del ramal ferroviario de Caseros a San Salvador. Por sus manos pasaron pacientes de la localidad y todas las colonias vecinas. Se integró plenamente a su comunidad, fue miembro de la comisión pro “capilla” en 1923, de las primeras comisiones de la junta de gobierno local en la década del ’60, y participó de los equipos de fútbol pioneros de Primero de Mayo como fue el club San Isidro.

 

El doctor que vino del campo

Víctor Monzalvo había nacido en Concordia el 3 de marzo de 1897, fue bautizado por el padre Benito Trejo en la Parroquia de San Antonio de Padua. Alrededor de 1915 la familia se trasladó a un campo de la estancia El Pantanoso en lo que luego sería la colonia Tres de Febrero, no muy lejos de Primero de Mayo. El maestro Francisco Horacio Francou, en su libro el faro de la cuchilla, recuerda a la familia. Casimiro Monzalvo, el padre de Víctor era un “ganadero muy estimado y respetado entre los pobladores de la zona (…). Casado con doña Zelmira Domínguez, de su matrimonio nacieron: Fructuoso, Víctor, Mateo, Eugenio, María Zelmira y Antonia (…).”

Los hermanos Monzalvo concurrían a la escuela en Villa Elisa, “montados en briosos, bien mantenidos y espléndidamente ensillados caballitos criollos, llegaban al galope tendido por la avenida Gral. Mitre, desde el lado del cementerio (…)”, rememora Francou.

Cursó el nivel secundario en el histórico Colegio del Uruguay y sus estudios de medicina en Buenos Aires, donde conoció a quien años después sería su esposa, Elvira Brandolín, nacida en el Imperio Austro Húngaro hoy al noroeste de Italia, en 1889.

El médico del pueblo falleció en 1981 y su esposa en 1997.

 

El testimonio de sus pacientes

Jorge Manuel Brun, hijo de la localidad, lo recuerda: “Ejerció su profesión con esmerada responsabilidad en Primero de Mayo, entre los años 1932 y 1975. Fue un filántropo, sencillamente humanista, y dedicó su vida a la profesión y a la atención de sus pacientes. Estos llegaban a cualquier hora a su domicilio. Podía ser tarde en la noche o por la madrugada. Nunca eran desatendidos, todo lo contrario. A veces por las noches venían a buscarlo pues el enfermo se había agravado y no podía desplazarse. Él iba a su casa de campo a prestar su atención y llevar el aliento que tanto espera el enfermo. En otras oportunidades, cuando la lluvia convertía el pueblo y sus caminos de tierra en un lodazal, la atención podía ser de asistencia a caballo. No había barreras para su humanidad y el deber de su juramento hipocrático.

“Pero lo que mejor lo destacaba era el ejercicio de la clínica, o sea de esa mezcla de intuición y sabiduría que lo orientaba hacia el diagnóstico certero, y hacia la derivación pertinente si la solución no estaba a su alcance.

“La comunidad supo reconocer su enorme trabajo y honró varias veces en vida y posteriormente. Un Centro de Salud y una calle principal de su pueblo llevan su nombre (…)”.

Y otra vecina, Ofelia Edith de Elia de Bertolyotti que como tantos fue su paciente, recuerda la labor de ese “médico por vocación, médico estudioso e intuitivo, médico sin laboratorios, casi sin radiografías, sin muchos medicamentos, sin gran prosperidad económica, sin ‘status’, sin casa lujosa.” Y continúa la descripción de las limitaciones para ejercer tan digna profesión en “un pueblito con lentas comunicaciones, con distancias largas, sin clínicas ni sanatorios, sin hospitales ni especialistas, casi sin remedios, sin antibióticos, contando muchos años, según sus propias palabras, con las ‘preparaciones magistrales’ del boticario, el siempre recordado don Alfredo Vauthay.”

Mario Ramírez, nacido en la localidad recuerda los métodos sencillos con los que diagnosticaba: “Cuando tenía unos 8 ó 9 años estaba con fuerte dolor de oído y mis padres me llevaron al consultorio del Dr. Monzalvo. Con un martillito de goma, me golpeó la zona de los oídos para concluir que tenía una infección de oído. Una vez que terminó de revisarme me dijo ‘sentate al borde de la camilla con los pies en el aire…’ Con el mismo martillito de goma me golpeó en la zona de la rodilla y mi pie se movía involuntariamente. Después de repetir varias veces la acción con el mismo resultado, me explicó que eso se utilizaba para probar los reflejos… Hasta el día de hoy, cuando se habla de reflejos, recuerdo la enseñanza del Dr. Víctor Monzalvo.”


Bibliografía y testimonios

- Bertolyotti, Ofelia Edith de Elia de, (2007), Historia de Primero de mayo,  Colón, Birkat Elohym.

- Francou, Francisco Horacio, (1942), El faro de la cuchilla, Bs. As.

- Guiffre, Carlos M., Vila Elisa: segunda gesta colonizadora regional, Birkat Elohyn, Colón.

- Testimonios de Mario Ramírez y Jorge Manuel Brun.

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