24/6/25

Las raíces indígenas de Paraná

Rubén I. Bourlot

Migrantes involuntarios, el 15 de julio de 1671 una comunidad de tocagües fue asentada en La Bajada. Eran parte de una encomienda: un sistema laboral español que recompensaba a los conquistadores con el trabajo de determinados grupos de personas no cristianas conquistadas. Esas presencias han nutrido las raíces de Paraná, cuando los brotes apenas conocían la luz.

La antigua Bajada del Paraná surge a partir de la inmigración de vecinos de Santa Fe, tras su traslado a la actual ubicación, que a su vez había sido poblada en su fundación original, a cargo de Juan de Garay, por los denominados “mancebos de la tierra” venidos del Paraguay. Estos mancebos eran fruto de los vínculos originarios entre hombres españoles y mujeres guaraníes. Pero la actual Paraná no solo tiene raíces guaraníticas, sino de otras vertientes de pueblos americanos de la región. 

Escribe Facundo Arce que “para ayudar a los incipientes establecimientos de la comarca paranaense se hizo, en 1662, por el Gobernador del Río de la Plata, Don Alonso de Mercado y Villa Corta, un tratado de paz con tribus cayaguatáes, tocagües y vilos”. 

Posteriormente “el 15 de julio de 1671, el Cabildo de Santa Fe dispuso que los indios tocagües (parcialidad mocoví) de la encomienda del maestre de campo Don Francisco Arias de Saavedra, se asentaran en esta banda del Paraná, en el parage que llaman de la baxada”. Este año 1671 es clave para indagar en los orígenes urbanos de la capital entrerriana que registra su fundación en 1730.


Santa Fe de la Vera Cruz

En 1660, en su nuevo emplazamiento, Santa Fe de la Vera Cruz se transformó en un faro que fue derramando su influencia hacia la costa entrerriana en la zona, que en algunos viejos mapas está señalada como Punta de Piedra o La Calera, luego Bajada de Santa Fe o de la otra banda del Paraná. 

La mudanza de la población de Santa Fe desde Cayastá se produjo a lo largo de los años, entre 1649 y 1660. Este primitivo asentamiento entrerriano, un pequeño pueblito que ya se vislumbra en 1715, se fue conformando probablemente con la peonada que trabajaba en los yacimientos de cal en lo que hoy es Bajada Grande, y con quienes prestaban servicios en el puerto o a los viajeros que cruzaban el río para marchar por los senderos que llevaban hacia Corrientes. 

Pero antes de que los criollos santafesinos se asentaran en este sitio algunos grupos de habitantes de la tierra echaron raíces en las fangosas barrancas paranaenses y se constituyeron en uno de los núcleos fundacionales. No fue un acto deliberado ni voluntario. Como se señala más arriba, los tocagües fueron trasladados a la fuerza como parte de una encomienda y por ende obligados a servir de fuerza laboral de un español. En esa oportunidad el Cabildo de Santa Fe dispuso la elección del “estalaje y sitio” para reducir a los indios tocagües del Valle Calchaquí, de la encomienda del maestre de campo Francisco Arias de Saavedra. Se señala como el más a propósito el “de la otra banda del Río Paraná, cuatro leguas de ésta dicha ciudad, en el paraje que llaman de la bajada”, donde ya estuvieron reducidos. Serían asistidos y se les nombraría encomendero.

¿Cuál fue el motivo de ese traslado? Es cuestión a investigar, pero lo cierto es que en ocasiones se lo hacía para incorporarlos a alguna explotación que aquí pudo haber sido el trabajo en las caleras, y en otras el motivo era el de “pacificarlos”. 

Encontramos documentado que en marzo de 1693 se menciona un poder dado al capitán Gabriel de Aldunate para peticionar al rey. Allí se hace referencia a que estaban “por reducirse a la fe católica indios tocagües y vilos, que se han dado de paz, y piden población, iglesia y cura que los dirija y es preciso socorrer en esta necesidad…”. Y años después, en 1716 el Gobernador le responde al Cabildo acerca de la propuesta formulada por Francisco de Vera, de que antes de hacer la guerra a los charrúas (que resistían en el territorio entrerriano), se convoque a los caciques en la Bajada, expresando que esa es su opinión y que, en ese sentido, se le dieron instrucciones a García de Piedrabuena. Un dato interesante para determinar la existencia de este asentamiento en el lugar con caciques interlocutores reconocidos.


El fuerte de La Bajada

Y es conocido para quienes están adentrados en la historia regional la existencia de una pequeña fortificación antes de la erección de la parroquia en 1730. Así lo corrobora un acto del Cabildo de 1727 que registra lo siguiente: “El Alcalde 1º propone la construcción de un fuerte en el puerto de la Bajada, a raíz de las muertes que causan los payaguáes, y a fin de resguardar las embarcaciones que trafican entre una y otra banda, asegurar los pobladores de dicha zona y mantener el transporte de carne, leña, granos, grasa y sebo que le trae a la ciudad para su mantenimiento. 

Para dicho efecto, se comisiona a los Sargentos Mayores Francisco Javier de Echagüe y Andía y Esteban Marcos de Mendoza, con plenas facultades sobre los Alcaldes de la Hermandad y cabos militares. Se los autoriza a construir dos fuertes más en lugares que fueren necesarios para defender las estancias y chacras, y las carretas que vienen del Paraguay y, además, impedir que las familias abandonen la zona, con obligación de reintegrarlas. Se dispone entregar yerba y tabaco a los trabajadores y solicitar al vecindario herramientas para la obra.”

Esto último nos confirma que la Bajada ya constituye una primitiva villa con un movimiento económico propio, un puerto y lugar de tránsito de carretas hacia el norte, lo que justifica la instalación de la parroquia fundadora en 1730. Pero, ¿qué pasó con el primitivo núcleo de tocagües reducidos en 1761? Un indicio de la persistencia de población indígena nos la da Tomás de Rocamora en su informe sobre la zona de 1782 y otros documentos obrantes en el Archivo General de la Nación que un 16 % de ellos se halla “asentada” en las nacientes villas entrerrianas, entre las que podemos contar a La Bajada. 


Isidoro de María, un oriental en Gualeguaychú

Rubén I. Bourlot


El 1º julio de 1851 se coloca la piedra fundamental del primer teatro que tuvo Gualeguaychú. La actual ciudad del sur entrerriano aún no era ciudad y adquirió esa categoría por disposición del entonces gobernador Justo José de Urquiza en noviembre de 1851. Después del triunfo de Caseros, el teatro fue rebautizado con el nombre de Primero de Mayo (también el San Justo de Paraná pasó a denominarse Tres de Febrero). 

Este edificio amplio y de líneas simples, con capacidad para 700 personas, durante varias décadas reunió a los vecinos en funciones teatrales, espectáculos líricos, conciertos, silforamas, bailes, tertulias y debates políticos. Al mismo acudían compañías dramáticas de Buenos Aires y de Montevideo integradas por actores europeos y rioplatenses que, con pocas mujeres en los elencos, recorrían el litoral fluvial para ofrecer su arte a los vecinos de Gualeguaychú, Fray Bentos, Mercedes, Concepción del Uruguay, Concordia, Paysandú, Salto.

"Interesantes expresiones, matizadas por la actividad de actores aficionados de la localidad –escribe un cronista-, multiplicaron  las posibilidades de acceso al lenguaje dramático, creando nuevos públicos, nuevas recepciones hasta mediados del siglo XX."

Pero quién fue el visionario que tuvo la iniciativa de dotar a la ciudad de un espacio propio para las obras dramáticas. Se trata de un activo periodista uruguayo, Isidoro de María, que además fue el maestro de los trabajadores de la prensa local. La iniciativa fue tomada con beneplácito por el gobernador Urquiza que proyectaba la construcción de tres teatros en la provincia: Paraná, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú. La obra estuvo a cargo del constructor y director teatral José Quirce.


Isidoro de María

Isidoro de María nació en Montevideo el 2 de Enero de 1815. En 1833 contrajo matrimonio con Sinforosa Navarrete Artigas (hija de Francisco Artigas, primo José Artigas). En 1829 ingresó a la Imprenta del Estado, con 14 años, desempeñándose como tipógrafo y en ese ambiente con aromas a tintas se inició en las lides del periodismo. Primero fue redactor del periódico “El Rayo”, de Montevideo. Ya con alguna experiencia fundó en 1839 el diario “El Censor”. Su vocación periodística la alternó con la actuación en la arena política, otra de sus grandes pasiones, igual que el estudio de la historia.

Estuvo vinculado políticamente con el general Fructuoso Rivera y fue redactor del periódico partidario “El Constitucional” cuyas publicaciones abarcan desde 1838 a 1847. Fue diputado por el departamento de Soriano y vicepresidente de la Cámara de Representantes. Años después ocupó el viceconsulado uruguayo en Gualeguaychú. 

De María tuvo una importante participación en actividades vinculadas con la educación. Fue miembro activo de la Comisión de instrucción pública del departamento de Montevideo y del Instituto de Instrucción pública. Entre otras iniciativas se le debe a De María la implementación de cursos nocturnos para adultos, la escuela graduada e iniciativas respecto a la educación de la mujer.

En el año 1878 fundó la “Revista del Plata” dedicada a temas de historia del Uruguay, comenzando entonces a dedicarse de forma exclusiva a la investigación histórica. Entre 1860 y 1890 publicó numerosos trabajos, entre ellos: Tradiciones y recuerdos. Montevideo antiguo,  Compendio de la historia de la República Oriental del Uruguay y Anales de la defensa de Montevideo. 1842-1851. Es considerado el autor de la primera biografía de José Artigas. 

Los últimos años de su vida los dedicó, entre otras tareas, a ordenar, clasificar y restaurar documentos históricos en calidad de director del Archivo Nacional del Uruguay. Falleció en Montevideo el 16 de agosto de 1906 a la edad de 91 años.


Su paso por Gualeguaychú

Hacia 1846 se fue alejando de sus vínculos políticos con el riverismo y, para cuando se produjo el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas, el primero de mayo de 1951, y la consecuente campaña para desalojar a los sitiadores de Montevideo (1843-1851), De María se encontraba en Gualeguaychú. En 1949 le había dado a la ciudad su primer periódico, El progreso de Entre Ríos. En 1852 fue nombrado como vicecónsul de su país en la ciudad y permaneció hasta 1860. En ese tiempo fue cuando escribió “Vida del Brigadier General don José Gervasio de Artigas, Fundador de la Nacionalidad oriental” que publicó en su propia imprenta en 1860.

En 1851 los generales Juan Madariaga y Manuel Hornos -al servicio del gobierno separatista de Buenos Aires- toman Gualeguaychú con la intención de abortar la reunión del Congreso General Constituyente convocado por Urquiza en Santa Fe, y en esa circunstancia De María tuvo un papel protagónico que relata en una carta, rescatada por el presbítero Juan Carlos Borques. Entre otros párrafos refiere que “que el 14 de noviembre de 1852 se daba un baile en la Comandancia y varias familias que asistieron tuvieron que ir en carretas, porque llovía copiosamente (entonces no había ningún carruaje en Gualeguaychú), y que en lo mejor del baile, llegó un chasque con la noticia de que el general Hornos estaba ‘ad portas’ lo que hizo que la concurrencia se desbandara enseguida dándose por terminada la fiesta”. Fue entonces cuando varias personas que se consideraban en peligro, se refugiaron en la casa de De María poniéndose a salvo bajo la bandera del viceconsulado de la República Oriental del Uruguay.


El último adiós a La Delfina

Rubén I. Bourlot

 

El 28 de junio de 1839 el vicario de la Inmaculada Concepción del Uruguay registraba la sepultura de María Delfina, la que fuera compañera del caudillo Francisco Ramírez, la que estuvo hasta el último instante de su vida aquel 10 de julio de 1821. En el escueto documento plasmado en el libro de defunciones se lee textualmente: “sepulté con entierro rezado el cadáver de Ma. Delfina (hay un espacio vacío en el lugar del presunto apellido), Portuguesa soltera, no recibió sacramento alguno (…).” Resulta extraño que con tan prolongada residencia en la ciudad, el sacerdote de la Inmaculada Concepción ignorara el apellido de la mujer.

La Delfina, como es popularmente conocida fue una de las tantas mujeres mito de la historia, que de tanto mentarla se transformó en invisible. Su existencia está registrada en pequeños retazos por los documentos que duermen en los archivos y más abundantemente por las tradiciones y leyendas. Cómo se llamaba realmente, de dónde vino, qué papel jugó en los entreveros de caudillos, cuál fue su verdadero vínculo con Ramírez y qué fue de su vida durante los dieciocho años posteriores hasta que el vicario de la Inmaculada Concepción Agustín de los Santos registrara la sepultura son interrogantes sin respuestas. No se conoce con certeza su apellido y para algunos autores, como Leandro Ruiz Moreno, María sería su nombre y Delfina el apellido, en tanto Fernández Saldaña le adjudica el apellido Menchaca sin mayores pruebas.

Sobre su procedencia tampoco hay certezas, ya que algunos la mencionan como porteña y en el citado documento se le adjudica nacionalidad portuguesa. De ahí que se tejieran varias leyendas: entre otras que habría arribado a Concepción del Uruguay hacia 1818 ó 1819 desde el sur de Río Grande (hoy Brasil), entonces zona de diputa entre los orientales y el imperio portugués asentado en sus dominios americanos. Desde esa zona fronteriza habría venido acompañando a las tropas artiguistas, tal vez prisionera. Algunos relatos la ubican en un campamento artiguista de Paysandú, o tal vez en Purificación, y otros en las cercanías de Concepción de Uruguay, junto a una familia de apellido Souza. También se menciona a un abuelo como su protector en el exilio.

Eran tiempos de desolación en la región. Paysandú y Concepción del Uruguay saqueadas por los portugueses Francisco Xavier Curado y Bento Manuel Riveiro, en su intento por anexar a la Banda Oriental (provincia Cisplatina) a sus dominios.

 

La querida del Caudillo

Hay quien sostiene, solo en base a rumores incomprobables, que esta muchacha habría sido tomada por la familia de Ramírez, Tadea Jordán y Lorenzo López, como doméstica. De alguna manera la Delfina se involucró en la vida de Ramírez.

También de fuentes tradicionales la asocian no solo sentimentalmente con Ramírez sino que se alistó como un miembro de su tropa con uniforme de dragona y el grado de “coronela”.

Entre los escasos documentos que la registran están los oficios intercambiados durante la campaña de Ramírez que culminaría en el triunfo de Cepeda el 1 de febrero de 1820.

A fines de 1819 Manuel de Urdinarrain le escribe a Ramírez desde Santa Fe para informarle sobre la reparación de armamentos donde hace mención a Delfina: “El S.r don José Miguel Carrera entregará para Doña Delfina un poco de yesca que es toda la que se ha encontrado en el Pueblo, a quien se servirá a avisarle.”

También en noviembre de 1819 Idelfonso García desde Coronda le escribe a Francisco Ramírez:

“(…) después de saludar a V.S. con el más yntimo Alfto. le participo el sentimiento que todos hemos tenido por el corto tiempo que ha permanecido en esta mi Señora Doña Delfina y mas habiéndola obsequiado tan cortamente pero creo habrá reconocido nuestro buen afecto para servirla, yo he sentido, no poder acompañarla asta ese destino, pero he dado esta comisión al Amigo Taborda que es lo mismo (…)”

Lo que se desprende de estas comunicaciones es la estrecha relación que había entre Delfina y Ramírez. La memoria popular la considera compañera, amante o pareja del caudillo que a su vez se encontraría comprometido con Norberta Calvento, joven de una reconocida familia uruguayense. La misma tradición sostiene que al morir Norberta, en 1880, fue amortajada con el vestido de novia que tenía preparado para su matrimonio con el caudillo.

 

La última campaña

Durante el ascenso de Ramírez, que se invistió como Supremo Entrerriano de la original República de Entre Ríos, no hay pistas de la presencia de Delfina. Recién a mediados de 1821 se la menciona acompañando al Supremo en su última campaña que terminó con su muerte en Arroyo Seco, Córdoba, cuando, según la leyenda, intentaba alejarla de las garras del enemigo.

El memorioso cronista santafesino Manuel Diez de Andino la señala en sus apuntes cuando relata el derrotero de los hombres de Ramírez en su retorno a Entre Ríos. Así anota el 28 de julio que por una “carta verídica” proveniente de Córdoba se sabe que “el capitán Anacleto Medina, oriental, con la Delfina, mujer que tenía consigo Ramírez, - por cuya causa, murió dicho Ramírez-, la hizo escapar; se supone han tirado al Chaco (…)”. El 29 cuenta que “se dice que Anacleto, la Delfina y cuarenta más orientales han recaído al pueblo de San Javier, aunque la indiada está prevenida de atacarlos por este gobierno. No obstante, un cacique de los montaraces, lo patrocinó.”

El 2 de agosto nuevamente da noticias de la Delfina: “(…) se dice que por regalo de Anacleto a los indios, pasó al Paraná, y la Delfina.”

Cuando asumió el gobierno de la provincia Lucio N. Mansilla, a fines de 1821, parece interesarse obsesivamente por la Delfina. En varias comunicaciones con el comandante de Concepción del Uruguay Pedro Barrenchea y su secretario Juan Florencio Perea se intercambian noticias sobre “el asunto de la Delf... ya es algo complicado, pues Puent... está tan asegurado y perdido por ella…” Este Puent… podría ser el comandante Cayetano Puentes, segundo de Barrenenchea en la Comandancia. En otra comunicación de fines de 1822 Perea le informa sobre “aquella bonita muchacha que vimos con la Benancia está hoy en mi poder y la creo muy digna de un gobernador del Entre Ríos”.

De ahí en más María Delfina entró en un cono de sombra. Sus restos fueron sepultados en el cementerio viejo, que en 1805 se levantó por indicación del obispo Benito de Lué y Riega en su gira episcopal por la provincia. Hoy el sitio está dentro de barrio de La Concepción. 

Artigas y Ramírez en Las Tunas. El último combate

 Rubén I. Bourlot

 

Junio de 1820 fue un mes trágico para los caudillos del Litoral. El gran triunfo federal de Cepeda, donde las fuerzas de Francisco Ramírez y Estanislao López derrotaron al gobierno centralista de Buenos Aires y la consecuente firma del Tratado del Pilar, se empañó con la ruptura entre los principales protagonistas. Meses antes José Artigas había sufrido un duro contraste en la batalla de Tacuarembó frente al invasor portugués. Esta circunstancia le impidió se partícipe de la campaña que culminó en Cepeda.

A partir del Tratado del Pilar los hechos se precipitaron. Las negociaciones relativas a su firma entre López, Sarratea y Ramírez, asumiendo este último el título de gobernador de Entre Ríos, disgustaron a Artigas que lo consideró como un desconocimiento de su liderazgo en la Liga Federal.

Tras un duro e irreconciliable intercambio de correspondencia con Ramírez, Artigas hizo ratificar su autoridad en el Congreso de Ábalos (abril de 1820) y se dispuso a hacerla valer frente al entrerriano. La situación de Entre Ríos se tornó delicada, pues paralelamente actuaban los caudillos Eusebio Hereñú y Gervasio Correa, que no habían acatado lo resuelto en el Pilar. No obstante, Ricardo López Jordán finalmente logró atraer a Correa.

Ramírez se encontraban en la Bajada a mediados de abril y el 26 llegó a Nogoyá. La grave amenaza portuguesa quedó contrarrestada por el ofrecimiento que le hizo el comandante portugués Carlos Frederico Lecor a Ramírez de mantenerse neutral. En tanto la escuadrilla porteña, a las órdenes de Manuel Monteverde, arribaba a la actual Paraná (Bajada) a principios de mayo, trayéndole los auxilios de armas, municiones y pólvora que enfáticamente había reclamado Ramírez a Sarratea, y que eran parte de la cláusula secreta del Tratado del Pilar.

 

Lanzas artiguistas sobre Entre Ríos

Con la autoridad ratificada en Ávalos, Artigas ordenó a Francisco Javier Siti, comandante de Misiones, que avanzara sobre Entre Ríos para atacar el centro del poder del jefe entrerriano. Entre fines de abril y los primeros días de mayo de 1820 las fuerzas del misionero invadieron y saquearon la villa de Concepción del Uruguay, por lo que una parte de sus pobladores tuvieron que refugiarse en Paysandú.

Tras los pasos de Siti avanzó Artigas y agitando lanzas puso rumbo a Paraná. En el arroyo Las Guachas, afluente del Gualeguay, en el actual departamento Tala, lo esperaban las huestes de Ramírez. A las cuatro de la tarde del 13 de junio de 1820 se trenzaron en combate. Los entrerrianos contaban con 600 hombres, en tanto el caudillo oriental encabezaba una montonera de 1.800 efectivos. Al caer las primeras sombras de la noche cesó la lucha sin una definición categórica aunque la peor parte le correspondió a Ramírez que optó por replegarse hacia Paraná con sólo 400 de sus hombres.

 

La batalla de Las Tunas

Agazapado en Paraná, con Artigas pisándole los talones, Ramírez preparó la defensa con el concurso de sus mejores oficiales como José León Sola, Gregorio Piris, Lucio Mansilla, Francisco Pereira, Ricardo López Jordán, Pedro Barrenechea y otros. Apeló a su astucia para elegir un sitio estratégico sobre el arroyo Las Tunas, cercano a Paraná, y provocar al combate al temible oriental.  

El 22 de junio, Artigas le remitió una conminación de rendición de la plaza de Paraná. El oriental contaba con 1.300 efectivos y Ramírez 1.000. El 24 de junio de 1820, después del mediodía, se produjo el enfrentamiento de ambas fuerzas en un combate que según la tradición fue observado desde la cresta de las lomadas por los vecinos de Paraná. La horda artiguista no pudo contra los disciplinados y bien atrincherados soldados entrerrianos.

El sitio exacto donde se produjo el combate de Las Tunas no está determinado materialmente. Algunas suposiciones sitúan el enfrentamiento en la proximidad de lo que se llamaba el Camino de las Carretas, hoy jurisdicción de San Benito. Sobre la ruta 18, en el acceso Este de Paraná, inmediatamente al puente sobre el arroyo, existe un monolito con una placa que reza “en esta zona del arroyo de las Tunas el general Francisco Ramírez, Supremo Entrerriano, derrotó a las fuerzas del general don José Artigas en la batalla de las Tunas (junio 24 de 1820). Los habitantes de Paraná, desde la altura más próxima a la ciudad, presenciaron la acción.”

Si el encuentro fue sangriento, más encarnizada fue la persecución de la derrotada tropa artiguista que rumbeó hacia el noreste a lo largo de ocho leguas. La oscuridad al caer la puso paños fríos a la furia de las lanzas pero no impidió la definitiva derrota de Artigas en un rosario agónico de escaramuzas por las lomadas entrerrianas y por Corrientes: se sucedieron Sauce de Luna (17 de julio), Yuquerí (22), Mocoretá (23) y Ávalos (24), el último encuentro entre los dos caudillos. Luego el oriental se dirigió a Asunción del Cambay, en el Miriñay (15 de agosto de 1820), que señaló el mojón de arranque de su itinerario hacia el exilio. El 5 de setiembre el antiguo Protector de los pueblos libres traspasó el Paraná, por Candelaria, para internarse definitivamente en la selva del Paraguay dejando el escenario de sus luchas, de sus glorias y de sus derrotas. Sólo regresó después de muerto como héroe de la República Oriental del Uruguay, el pequeño país que Artigas nunca quiso ver escindido de las demás provincias del Plata.

22/6/25

El asesinato del último caudillo entrerriano

 Rubén I. Bourlot

 

El 22 de junio de 1889, al promediar el día, mientras paseaba por la calle Esmeralda de la Capital Federal, tal vez yendo a visitar a su amigo Dámaso Salvatierra, el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán cayó asesinado de un balazo de pistola en la cabeza.

El homicidio sorprendió a propios y ajenos. En su sepelio numerosos oradores hicieron uso de la palabra. Osvaldo Magnasco, comentando el trágico episodio, dijo que él era el "fin, casi literario diríamos, sino fuera insolente, de una existencia que llena toda una época provincial y que representa, en la esfera más amplia de la Nación, algo así como el fin de una tradición y de un sistema fatal, pero inherente siempre a los períodos de formación".

El asesino resultó ser Aurelio Casas, hijo de un sargento mayor llamado Zenón Casas, que declaró haber procedido en acto de venganza por atribuir a la víctima la responsabilidad personal del degüello de su padre, en el departamento Colón, durante la revolución de 1873, mientras arreaba unas vacas para venderlas en Buenos Aires. Dice Aníbal S. Vásquez que esta versión de ser exacta no sería lógica, porque pareciera poco probable que “ardiendo Entre Ríos por sus cuatro costados, agitado y convulsionado al punto que la Nación envió tantos soldados como a la guerra del Paraguay, todo un sargento mayor del gobierno, estuviera entregado, ajeno a la hecatombe, a pacíficas transacciones ganaderas.”

La anterior es una interpretación del autor pero lo cierto es que ni bien López Jordán fue amnistiado por el presidente Juárez Célman (estaba exiliado en Montevideo tras ser condenado por sus levantamientos entre 1870 y 1876) Aurelio Casas solicitó al Juez del Crimen “sin pérdida de tiempo se expidan la órdenes para que el asesino de su padre sea reducido a prisión, a fin de que se juzgue y reciba la pena a que es acreedor por los innumerable crímenes que con lujo de exceso cometió”. Sin dudas un pedido extemporáneo y plagado de improperios. Finalmente dice que no pide “el banquillo para López Jordán. Que viva el miserable asesino y ladrón, pero allá, fuera de las fronteras de mi patria (…)”.

Y agrega: “Reitero mi pedido a V.S. Que expida órdenes para ser reducido a prisión, sin más trámites, el asesino de mi padre, el tres veces rebelde, el degollador Ricardo López  Jordán y su digno secuaz, el indio Martín, ejecutor de mi padre (…)” con  lo cual no queda claro a quién acusa del asesinato, si a López Jordán o a Martín.

Como era de presumir el juez no hace lugar al pedido de prisión de un amnistiado por la ley Nº 2.310 promulgada por el presidente de la Nación que anulaba todos los delitos por los cuales fue condenado y declaraba prescriptas las acusaciones de Dolores Costa de Urquiza por el asesinato de su esposo Justo José de Urquiza. Movido por el deseo de venganza Casas terminó pasando a la acción y ejecutando su “sentencia” por mano propia ese 22 de junio con una pistola Lafouchez, de fuego central, de dos cañones y de calibre 12, de la cual salieron los dos tiros.

 

Retorno a la querencia

Tras su regreso al país López Jordán se había radicado en Buenos Aires pero previamente retornó a su provincia para realizar una gira donde recibió el afecto de la población. Llegó a Paraná a principios de 1889 para entrevistarse con el gobernador Clemente Basavilbaso, y posteriormente a Concepción del Uruguay, requerido por familiares, amigos y correligionarios. Viajó en tren el 6 de febrero de 1889 en la línea recientemente inaugurada. Allí fue recibido jubilosamente por una nutrida comitiva, y pronunció el discurso de recepción el Dr. Mariano Martínez, según refiere el periódico Uruguay del 9 de febrero de 1889.

Días después la Comisión Ejecutiva del “Club de Recepción” entregó al general López Jordán tres medallas, una de oro, otra de plata y la última de cobre, que llevan en el reverso el lema: “Las Señoras de la Concepción del Uruguay y al General Don Ricardo López Jordán” y en el anverso la imagen de su busto y el lema: “Al patriotismo, al hombre humanitario, al valor”. En la nota que acompañaba a las medallas se lee: “Al depositar en manos del Señor General esta expresión de aprecio y de justicia, nos cabe la satisfacción de saludarlo con protestas de nuestra consideración y estima.” Firman la misma Mariano Martínez, M. Álvarez, Félix E. Martínez, Benito Pándelos, Isaías A. Olivera, Juan B. Martín, Juan Rallo, Juan Melian, Juan Lasarte, Teófilo Ungarria, Federico Provenza, Gregorio Barrera Vega, Andrés Masramón e Isaías Olivera.

También interesa conocer los nombres de las señoras que “costearon las medallas” para comprender un poco más del espíritu de una época: Clementina de Canderbert, Rosa C. de López,

María de Tahier, María de Chabananau Levri, Cándida N. de Painceryra, Petrona N. de López, Teodora L. de Salvatierra, Dolores C. de Céspedes, Dolores C. de Ruiz Moreno, Petrona P. de Panelo, Carmen P. de Gilbert, Rafaela Calventos, Manuela Calventos, María Calventos, Domitila Calventos, Luisa S. de Casanova, Ana de González, Francisca G. de Doca, Isabel G. de Martínez, Virginia C. de Misson, Alfonsina N. de Calvo, Indalecia C. de Sagastume, Francisca de Echayde, María de Reys, Eustaquia G. de Díaz. La documentación citada se encuentra en el archivo del Museo Histórico “Martiniano Leguizamón” de Paraná.

 

Traslado de los restos de López Jordán

El 21 de junio de 1989 el gobierno de Entre Ríos, en un operativo de reivindicación histórica, dispuso el traslado de los restos López Jordán desde el cementerio de La Recoleta a Paraná, depositados provisoriamente en el panteón de la familia Pérez Colman. También se declaró 1989 como el “Año Jordaniano” en recordación del centenario de su asesinato.

El 21 de noviembre de 1994, los restos fueron nuevamente reubicados en un mausoleo erigido en la plaza Enrique Carbó, obra de Néstor Medrano donde se encuentran actualmente. “Durante el acto (…) – describe una crónica periodística - efectivos del Ejército, la Fuerza Aérea, Prefectura naval Argentina, Gendarmería Nacional, Policía Federal y Policía de Entre Ríos depositaron la urna (cubierta con la bandera nacional) con los restos del general Ricardo López Jordán en el interior del monumento especialmente erigido (...)”.

13/6/25

Diamante y sus orígenes con raíces guaraníes y criollas

Rubén I. Bourlot

El forzado traslado de un centenar de guaraníes desde Mandisoví a Punta Gorda en 1832 es un necesario antecedente de la fundación de Diamante en 1836. Los pobladores allí reunidos deben haber conformado el núcleo inicial del pueblo aunque no queden demasiados registros documentales.

El historiador Ricardo Brumatti dice que “durante la gobernación de Pascual Echagüe, en 1832 se trasladaron familias de guaraníes de la zona de Mandisoví, que se sumaron a los habitantes lugareños y estuvo a punto de fundarse un pueblo, pero recién el 27 de febrero de 1836, cuando la Honorable Representación Provincial aprobó la correspondiente Ley y el nombrado primer mandatario provincial la promulgó el 1º de marzo, se fundó denominándolo ‘El Diamante’”.

Punta Gorda era un punto estratégico para asegurar la defensa del río Paraná y es por ello que en 1812 se emplazó en el lugar una batería, meses después de las baterías que se instalaron a la altura de Rosario y el la isla Espinillo donde Belgrano creó la bandera. Pero además era un punto ideal para atravesar el río por el denominado Paso del Rey, que fue utilizado en reiteradas oportunidades por Francisco Ramírez y luego Justo José de Urquiza en la conocida campaña contra Juan Manuel de Rosas. Esta denominación se refiere a la prominencia costera que se extiende desde la desembocadura del arroyo La Ensenada hasta la boca del arroyo Azotea. A mediados del siglo XIX se la conocía también como "Punta del Diamante"

Los 99 guaraníes

En 1830 el caudillo oriental Fructuoso Rivera había emprendido una enérgica campaña contra la población indígena que culminó en 1831 con la matanza de charrúas en el arroyo Salsipuedes. También guaraníes radicados en Bella Unión sufrieron las persecuciones y huyeron a Mandisoví donde fueron recibidos por el comandante del lugar.

En agosto de 1830 el gobernador José León Sola se dirigió a la Legislatura “para poner en su conocimiento que acaba de tener un parte del Comandante de Mandisoví por el que avisa que muchas familias de las naturales de Misiones que se hallaban en Villa Unión, se han venido a esta banda buscando asilo y protección del Gobierno de esta Provincia quien no ha podido mirar con indiferencia la reclamación que hacen aquello infelices, que cansados de padecer solicitan un rincón donde refugiarse, después de haber concluido sus intereses, agregando a esto la decisión con que estos naturales se empeñan en sacudir el ominoso yugo con que el Imperio del Brasil oprimía la Banda Oriental.” El mensaje continuaba informando que se les permitió a las familias localizarse “en el lugar de Mocoretá” proveyéndoles “alguna mantención de carne en razón de la suma indigencia que se manifiesta en algunos de estos desgraciados” y previniendo que ante la necesidad “estas causen algunos daños de los hacendados”.

En 1832 el gobernador Pascual Echagüe, preocupado seguramente por la presencia de la población cerca de la frontera con el país vecino, le ordenó al entonces comandante general del Uruguay, Justo José de Urquiza, que organizara su traslado a la costa del Paraná. También dispuso el retiro de todo el armamento que conservaban. Las armas quedaron a disposición de los Cívicos de Mandisoví. El 13 de junio Urquiza se trasladó al caserío y les arrimó algunas vituallas para iniciar la marcha hacia Nogoyá puesta bajo el mando del coronel Miguel Tacuabé “sin permitir que se desparramen”, era la orden. Esta medida originó algunos conflictos pero el más grave se produjo cuando ordenó que del grupo se separaran 22 hombres para formar con ellos un piquete que debía quedarse en Mandisoví a lo que se sumó el retiro de cuatro familias con conocimientos de carpintería y música que se necesitaban en ese lugar. Finalmente, el 26 de julio,  emprendieron la marcha hacia Punta Gorda bajo la supervisión del capitán Domingo Álvarez.

Dice Brumatti que “Punta Gorda, cuya costa permitía servir como puerto natural, el río surtía de excelente pesca, sus montes proveían de leña y la posibilidad de caza, lo que atrajo una corriente colonizadora, principalmente desde el Oeste, formándose los primeros asentamientos en la zona.” Y a esto se agrega que la presencia de la batería mantenía en el lugar una importante dotación de soldados acantonados. Es por ello que con la llegada de los guaraníes se evaluó la posibilidad de fundar un pueblo recién concretado en 1836.

Diamante

Finalmente, el 27 de febrero de 1836 la Sala de Representantes provincial sanciona una ley por la cual “se designa la localidad de Punta Gorda, terreno de propiedad del Estado, para la fundación de un pueblo que en adelante se llamará Diamante bajo la protección de San Francisco Javier.” El articulado abunda en detalles sobre la planificación de la planta urbana que contará con “diez cuadras cuadradas sobre la ribera del Paraná” y media legua de espacio en los alrededores destinados a chacras y pastos. Similar al diseño de las antiguas fundaciones españolas la planificación comprendía una plaza central y manzanas divididas en cuatro solares. No obstante recién a fines de 1847 se concretó el establecimiento del pueblo, bajo la nueva advocación de San Cipriano, en homenaje a Cipriano de Urquiza, asesinado en Nogoyá tres años antes.

Queda en la incógnita el motivo del nombre de Diamante. Según Martín Ruiz Moreno “El Diamante ocupa uno de los lugares más pintorescos de la ribera del río Paraná; por eso se le cambió el nombre de Punta Gorda, por Diamante”. Hay que acotar lo citado anteriormente que Punta Gorda también era conocida como Punta Diamante y de ahí se pudo haber tomado el nombre.

10/6/25

Bernabé Castellano, militante de la resistencia

 Rubén I. Bourlot

 

“Yo soy proveniente de una familia… de un patriciado de nuestra patria que está muy desconocido. Mis familiares eran Mansilla, Correa, emparentados con Urquiza… toda esa gente que había dado lugar a que mi padre se ocupara, fuera una persona que estaba en la política” dice Bernabé Castellano en una entrevista.

Castellano fue un personaje muy singular en el entramado de la militancia peronista, vinculado a Entre Ríos, escasamente conocido entre los entrerrianos. Integró la Asociación de Trabajadores del Estado en Concordia entre 1953 y 1955. Luego del derrocamiento del peronismo en 1955 sufrió persecuciones y estuvo detenido más de setenta veces. Durante la década del ‘60 se encuadró en el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP). Fue enviado por Perón, con quien estuvo varias veces en Puerta de Hierro, en misiones a Cuba, Indonesia, Argelia, Egipto, China (portador de una carta de Perón a Mao), Alemania, Suiza, Francia e Italia.


Castellano  había nacido el 11 de junio de 1931 en Colonia Berón de Astrada, departamento Esquina, Corrientes, y aún adolescente se trasladó a la ciudad de Concordia, para trabajar en el Frigorífico Yuquerí donde comenzó su militancia sindical y política. “En 1946, en unas vacaciones -dice Castellano- yo fui a trabajar al frigorífico, de ayudante veterinario, y ahí la mayoría no sabía leer. Eran 51 secciones y había 51 delegados, y 49 no sabían leer.

“Entonces yo estaba ya en la escuela secundaria, en la escuela de comercio, entonces iba con ellos y comencé a hacerle actas y todo eso, y al final terminé siendo Secretario de Asistencia Social del Sindicato en una elección que se hizo en el ‘48. Yo era menor de edad todavía”.

Tras su despido ingresó a trabajar en el estado y en 1953 se incorporó al sindicato de los estatales (Asociación de Trabajadores del Estado). “Ahí empecé en ATE, que terminé estando en la parte jubilatoria, estuve como integrante de varias comisiones, especialmente de la parte jubilatoria.

“Siempre me elegían a mí, porque yo era joven y además estaba bastante capacitado. La mayoría de los dirigentes que había, algunos firmaban con el dedo, los grandes. Y esos grandes eran muy cuidadosos de la gente que dejaban entrar en las organizaciones sindicales.”

 

La resistencia

La vida política de Castellano transcurrió en su mayor parte en el marco de la resistencia a los distintos gobiernos dictatoriales que se sucedieron en el país en las décadas del ’60 y ’70. Tras el golpe de estado de 1955 que derrocó a Juan domingo Perón “aparecieron escritas en todas las paredes la P y la V, Perón Vuelve -dice-.

“Y todo el pueblo, todos los habitantes de la Argentina, desde la Patagonia hasta La Quiaca, y desde la Mesopotamia hasta la montaña, hasta Mendoza, en todos lados apareció escrito Perón Vuelve, sin que eso haya sido dirigido ni alentado por nadie. La PV. Y desde ahí se comenzaron a formar todos los grupos para trabajar por el retorno de Perón.”

“Eso dio lugar a que nosotros ahí en la Mesopotamia armáramos nuestro grupo, un poco por la CGT, un poco por los militares, y entre los militares, las fuerzas de seguridad, la Prefectura, la Gendarmería y Ejército, que era lo que había ahí, la CGT, armamos una organización para el retorno de Perón.”

En 1957, ante la proscripción del partido Peronista, participa de la fundación del  Partido Blanco de Entre Ríos


De esa organización surge en 1964 el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) que integra. De sus frecuentes contactos con Juan Domingo Perón, en esos tiempos exiliado en Madrid, en 1964 surgió su designación como delegado ante la República Socialista de Cuba donde se entrevistó con el comandante cubano Manuel Piñeyro (Barbarroja) que miraba con buenos ojos al peronismo.

En 1965 viajó a China con una delegación del MRP portando una carta de Perón para Mao Se Tum. Perón les había transmitido que: “Hasta que no lean el texto de Mao acerca de la contradicción, a nuestros dirigentes les va a faltar una visión cabal de la realidad política”.

También por esa época fue enviado a Indonesia a “una reunión para la formación de los países del tercer mundo. Y que ahí iba a estar Sukarno (entonces presidente de ese país), y que nosotros teníamos que tener presencia para formular las políticas económicas nacionales, que eran las que daban bases a las políticas de Justicia Social. Y me dio (Perón) un escrito, que yo tenía que leerlo ahí.

“De ahí de Indonesia me dieron la misión de era ir a Shangai. Y fuimos con Ho Chi Minh, que estaba de Presidente de Vietnam. Fuimos con él y con Ben Barka, que era un dirigente marroquí. “De ahí vinimos a Argelia, estuvimos ahí para verlo a Ben Bella” donde 1965 Perón lo había nombrado su representante en la Conferencia Económica de países afroasiáticos efectuada en Argelia, en contra de los imperialismos.

 

En el gobierno de Entre Ríos

Cuando se produjo la reapertura constitucional en 1973, fue candidato a diputado nacional por la provincia de Entre Ríos. Tras el triunfo justicialista el electo gobernador de Entre Ríos, Enrique Tomás Cresto, lo designó al frente del Instituto Provincial del Seguro, cargo que ejerció hasta el golpe de estado de 1976. El gobierno de facto ordenó su captura por lo que resolvió salir del país.

Dice Daniel Parcero, autor de una biografía de su segunda esposa Marta Curone, que “gracias a una amistad que Marta, su esposa, hiciera con una dirigente española en uno de sus viajes de representación política, ambos pudieron exiliarse en Palmas de Mallorca en una propiedad de aquella amiga. Marta permaneció cuatro años, pudiendo regresar al país desde donde a través de abogados trató infructuosamente desactivar la persecución de su marido, pasando siete años hasta que Bernabé pudo regresar a la Patria.”

Versiones no documentadas por escrito pero proporcionadas por fuentes confiables sostienen que en la década del ‘70 habría participado de las negociaciones en el marco de la crisis por la ocupación de la embajada de Estados Unidos en Irán (1979-1981) cuando el ayatolá Ruhollah Jomeini tomó el poder tras el derrocamiento del sha Reza Pahlevi.

Castellano falleció el  1º de mayo de 2010 y sus restos descansan en Miramar, provincia de Buenos Aires.     

Juan L. Ortiz, los cruces de su literatura con la historia y la política

Rubén I. Bourlot

 

El gran poeta entrerriano Juan L. (esa L. que oculta el Laurentino) nació en Puerto Ruiz el 11 de junio de 1896. Vivió en Gualeguay desde 1915 hasta 1942 año en que se radicó en Paraná, frente al Parque Urquiza. Falleció en esta última ciudad el 2 de septiembre de 1978.

En Juan L. es interesante hallar el entrecruzamiento entre su poesía con la historia, la regional más específicamente, y con la política. Fue una persona que vivió intensamente la política. Tal vez esos costados estén un poco invisibilizados para los entrerrianos que tampoco se atreven a reivindicar su trascendencia en la literatura nacional. Tal vez haya ciertos prejuicios por su abierto compromiso político y partidario. Por otra parte en la poesía de Juan L., además de lo paisajístico, brota la presencia de los acontecimientos de la historia regional y en particular de los caudillos..

Como escribió Jorge Abelardo Ramos (Introducción a la América Criolla) “La impureza es el modus constante de la naturaleza, de las letras y también de la política. Todas las tentativas de ‘purificar’ algo concluyen esterilizándolo”.

Es un desafío para los docentes de literatura, pero también de historia, llevar textos de Juan L. para trabajar en el aula.


La poesía de Juan L. y la historia entrerriana

Los versos de Tríptico del viento, poemas que permanecieron inéditos y se publicaron de manera póstuma, Ortiz solía recitarlos de memoria sin que llegaran al papel impreso.

En una entrevista de Alberto Perrone para la revista Siete Días, en 1973, recitó un fragmento titulado “Artigas (viento del este)” que se incluyó en un recuadro.

Durante la entrevista Juan L. explica el poema: “Siempre me interesó comprender el problema de los caudillos, que es el problema nacional. Los caudillos son !a reacción contra los intereses porteños. Gente que estaba en arreglos con las diademas, con las coronas de Inglaterra y Portugal. Intereses europeos que imponían sus objetivos en el Río de la Plata. Pese a la Revolución de Mayo, el interior continúa sujeto a Buenos Aires. El federalismo es una entelequia. En mi poema ‘Tríptico del viento’ sintetizo, de algún modo, el problema. Para eso tomé figuras que reconozco principalísimas. Moreno, el hombre de fuego. Francisco Ramírez, rama de orilla, hombre del pueblo de Entre Ríos, y sobre todo, José Artigas, con un pensamiento y una acción de los más avanzados para su época. Ellos son tres grandes caudillos atentos al latido del pueblo...”

 Artigas (viento del Este)

De qué manera el grito por sobre el Plata halló

su raíz en el Este que descendía, ya al frente

de todas las raíces que invirtiera su voz

como si de unas manos llevara la creciente.

Helo, ahí, desvelado de espinillo y pindó

ante la noche que por su borde se siente...

Helo ahí, desdoblándose del “monto” en que dio

para que nadie el numen ni a una vincha detente.

Helo ahí, abriéndose hacia todos los fríos

rubíes de cabildos en la flor del fogón...

Helo en una parábola del litoral de a pie...

Helo como esta cauda de todos los desvíos

dividiéndole el centro al dar la comunión

del sol agrario en quince pétalos a la vez.

De todos modos, el poema evoluciona en la memoria y al recordarlo Ortiz cambia palabras e incluso pasa versos de uno a otro poema. Y la métrica trastabilla.

 En su extenso poema El Gualeguay se refiere a la relación de Artigas con Francisco Ramírez.

(…)

desde donde amanecía, casi,

en el día de esa lanza de Uruguay que no pararía con las suyas

y las vecinas 1850

hasta la “Cañada del destino"

y la sepultura de la “diadema” o la traición...

hasta, la estrella del Pilar

con efluvios que irían a buscar el extrañamiento

y volverían para sellar las manos

contra las nubes “de afuera”, ésas sobre el cielo de la izquierda...

hasta la estrella de Febrero

con raíces en lo hondo y la revelación del camino

y la regla de plata...

(…)

Y unas ondas de escalofrío le traerían, después, el ruido

de esos aceros de Mayo

entrechocándose en el duelo de "Las Guachas”

bajo el acero de Junio y junto a uno de sus brazos, todavía,

para dirimir así, acaso, el título al metal

del fluido de las colinas...

eran ahora las del azoramiento

de buscarse casi el propio pecho ante las miradas de Tacuarembó...

(…)

Y todavía diez noches después

a través de una luna que atraía los velos del oeste

quizás para no mirar

las ráfagas de “Las Tunas” le acuchillarían a él también

hasta el luto de las siete...

y le traerían, como otra muerte, la gravitación del botín...

Sobre Ramírez y sus batallas escribió:

Y después de catorce lunas, por la que ya se iba de rocío,

el viento del oeste, llameando

sobre los esteros de las ánimas,

le dijera del “Saucecito”,

de los flancos del “directorio” en la trampa de las “cañas”...

de los infantes de ceniza

bajo los rayos de las “cañas”...

y del crecimiento de “ésa”, al reunir en sí, por sobre el fuego,

la corriente de las “cuchillas"

En “El Aura del sauce” también asoman referencias a nuestros caudillos Ramírez y Ricardo López Jordán (h).

Y sin embargo el héroe numeroso se había alzado de eso mismo

cuando el héroe Supremo supo tocarlo como un numen

en el numen de Mayo, traicionado allá, y amenazado de “coronas”...

Y fuera el “monte”, al fin, todo alado de centauros,

el que salvara ya entonces, paladinamente, la “ciudad”...

Como fuera el “monte”, más tarde, con el sobrino consecuente y los otros centauros,

-una barba de río, como la propia divisa, llameando en el viento de las cargas,

y unos nuevos pechos de quimera para aguzar el viento-

el que lavara sus mismos laureles de la sangre y de la entrega,

y salvara por tercera vez, con el suyo, el honor de la “ciudad”...

Y no fueran “estancieros”, no, éstos, ciñendo todos los cilicios,

para subir con todos los sin nombre, con todos, hasta el aire debido...

Mas la “cultura”, sólo al cabo permitiera, con los remington y los cañones alemanes,

el de las raíces sin señales, y el de las marañas y las pajas, y el de la costa extraña...

En otro fragmento del poema descubre al poco mencionado Bartolomé Zapata, el primer caudillo entrerriano que agitó montoneras por 1810 y murió tempranamente pero dejó su impronta.

Nunca te faltaron, Ciudad, los Zapata, que te libraran de las extrañas fuerzas pesadas.

Marchabas, sí, a pesar de todo, con los pasos del mundo, pero con los pasos que avanzaban.

Y cuando esas fuerzas se abatían sobre ti, de lo hondo de ti salían las tuyas

como las gentiles deidades nunca dormidas del nativo monte íntimo

de la mano con los mitos más intensamente vivos en que el tiempo se miraba,

y hete al punto en tu línea ligera y profunda a la vez, clara e íntima a la vez,

alada como otra victoria en el encuentro siempre justo con el héroe...

 

Juan L. y su compromiso político

Dice Alfredo Veiravé en su Estudio Preliminar para una Antología de la Obra Poética de Juan L. Ortiz:

“Mientras tanto el poeta vive experiencias literarias, políticas y también sentimentales, del amor revelado por quien dio entonces a su paisaje una suerte de ebriedad primera y permanecida de un octubre sin fin (…)”

“En su poesía habla ‘de los barrios apartados o los barrios sin luz existe una razón más profunda que universaliza ese paisaje entrerriano en los arrabales ya que esta designación aparece cada vez que el autor quiere trasmitir una nota de tipo social, un tipo de evidencia de esa injusticia social que ha relegado a ciertos grupos humanos al abandono de los aledaños de la ciudad, fuera de una imagen de la felicidad apetecida para el poeta, que se puede divisar a través de grandes ventanales en la compañía de la música y los libros.”

En el poema El Gualeguay se refiere a sucesos políticos del siglo XX:

Y vino Febrero del diecisiete, y vino Octubre del diecisiete.

Vinieron los ‘días que conmovieron al mundo’,

y yo un poco, como en pantuflas, había corrido las cortinas sobre el mundo,

y yo estaba, mejor, en la torre de marfil de unas riberas serenísimas.

En el poema Jornada denuncia:

Tantas almas perdidas y tantos cuerpos sufrientes,

con tanta preciosa fuerza ignorada!

La sombra fría que sube sobre el arrabal,

que invade las casas ¿las casas? y tanta criatura inocente, oh, hombres.

No amaré más el arrabal, con árboles y con calles verdes, como le amaba antes.

Su silencio está lleno del silencio terrible de las almas ignoradas y de los cuerpos sufrientes.

 

El Ortiz político según Emma Barrandeguy

Emma Barrandeguy, otra notable escritora gualeya, también nos dejó sus recuerdos de los encuentros con Juan L. y otros representantes de la bien llamada “ciudad de los poetas” donde la política se filtra en todas las conversaciones.

Esas reuniones convocaban, dice Emma, a Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Salvadora Medina Onrubia, Juan José Manauta “todos nacidos en Gualeguay antes de 1920, todos escritores de izquierda."

“Quitándole este último atributo, aunque siempre estuvo dispuesto a dar una mano a sus amigos ‘comprometidos’, sumo a Carlos Mastronardi. Estos escritores gualeyos, cuya sociabilidad nació tempranamente en los ámbitos de las bibliotecas del pueblo, en los círculos de amistad y política como ‘Amigos de la revolución soviética’ -que fundó Juan L. Ortiz-, y cuyos lazos se extenderán durante todas sus vidas, obtuvieron en algún momento, en mayor o menor medida, proyección nacional. La temprana labor cultural y militante de algunos de sus miembros, los llevó a vincularse con los principales poetas sociales de Buenos Aires, como Raúl González Tuñón, Álvaro Yunque y César Tiempo, a quienes invitaban a dar conferencias y presentaciones.

“Es llamativo que en un pueblo tan pequeño se produzca un fenómeno semejante.

“Políticamente hablando, el derrotero que siguieron estos poetas no resulta extraño: del radicalismo combativo de los caudillos entrerrianos a la izquierda, como tantos otros comunistas y socialistas. Pero a nivel de estrategia literaria, es decir, de cómo lograron visibilidad sin estar en el centro, esta experiencia grupal presenta muchos matices. No profundizaré, simplemente interesa notar que la llegada de Juan L. Ortiz a la revista Claridad es consecuencia de ese trabajo grupal, de ese anhelo de trascender las barreras del pueblo para vincularse con sus referentes nacionales.

“Juan L. Ortiz no ha sido un escritor aislado, y presentarlo así como se lo ha hecho, desvinculado, no sólo lo empequeñece y empaña, sino que oculta un momento atractivo de la historia literaria argentina, y es que su poesía social no se agota en la temática, ni en la forma, sino que actúa sobre el campo intelectual real.”

De su paso por la revista Claridad dice Barrandeguy: “Quiero agregar unas líneas sobre la Agrupación ‘Claridad’ que fundáramos en Gualeguay con Juan y con Hartkopf para hacer efectiva en 1932 una tendencia que, por cierto, nos unía y respondía a los cánones de la época: la inclinación hacia una izquierda imprecisa pero que auguraba cambios importantes durante el siglo. “Por supuesto que la Unión Soviética estaba en sus comienzos y soñábamos con un lugar sin fuerzas militares, sin matrimonio obligatorio para permanecer en el régimen legal y con adelantos educativos y una mejor distribución de la riqueza, cosas todas que no dejaron de ser sueños.

“Estar contra la guerra quizás fuera lo más lógico de todo, por eso ‘Claridad’ organiza una exposición sobre las víctimas de la guerra del 14, que creó inquietud en el ámbito pueblerino donde comenzaron a atacarnos con encarnizamiento.

“Organizo, por ese entonces, la publicación de mis primeras poesías que están totalmente dedicadas a ‘redimir al proletariado urbano y campesino’.

“Ortiz está presente en todo y, como era imposible reunirse en Claridad por mi condición de única mujer que no podía salir sola en horas nocturnas, las reuniones se hacían en casa, donde estudiábamos El Capital de Carlos Marx, editado por Maucci de Barcelona y que desde allí venía en fascículos. Quiero decir que, sin un guía empapado en el asunto, el tema de la plusvalía nos excedía, pero insistíamos en conocerlo para organizar nuestros intentos de penetrar en la literatura marxista.

“Sin descuidar la literatura misma, adherimos al grupo de Boedo que, por ese entonces editaba la revista Claridad, de tendencia socialista o izquierdista. Se hace notar, por los nombres de nuestra agrupación y de la revista, que nos inspirábamos en el grupo Clarté, dirigido en Francia por Henri Barbusse, militante del P.C.

“La actividad era intensa y los contactos semanales adonde nunca faltaba Juancito Ortiz con su bicicleta. Teníamos relación con la Capital gracias a un camarero del ferrocarril que nos visitaba periódicamente y traía material fresco y revolucionario.

“Asimismo nos vinculamos con Raúl González Tuñón, que fue mi maestro, y llegó a venir de visita traído por la GAC (Gualeguay Agrupación Cultural) que dirigía Roberto Beracocha, también miembro de nuestra «Claridad», y constante cultor de temas literarios de izquierda en esos momentos.

“Ortiz comenzaba así su militancia, que nunca desmintió a pesar de su espíritu delicado y exquisito, que es lo que actualmente destacan los comentaristas.

“Fueron momentos de audacia y compañerismo que templaron mi espíritu permitiéndome decir, como Juan Ortiz, sus inolvidables palabras: ‘¿Cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?’

8/6/25

Aprender para subirse al tren de la era digital

Rubén I. Bourlot

 

Hoy estamos viviendo nuevos tiempos donde se debate la irrupción de la inteligencia artificial (IA) como un acontecimiento que nació hace unos días nomás. Pero es un fenómeno que tiene raíces bastante profundas en el tiempo aunque no lo hayamos percibido.

También en estos días recrudece el debate acerca de los aprendizajes escolares a la luz de las evaluaciones educativas. Es evidente que el sistema educativo de nuestro país, y tal vez es una problemática mundial, no supo adaptarse a esta nueva realidad de cambios tecnológicos aparentemente acelerados.

El inicio de la revolución digital, por calificarla de alguna manera, en Argentina podemos situarla en los años ’60 del siglo XX cuando ingresaron las primeras computadoras como la emblemática “Clementina”. Eran máquinas que aceleraban los cálculos a lo que luego se incorporaron las calculadoras electrónicas.

A principios de los ’70 se enseñaba en las escuelas secundarias la numeración binaria. Fue un pequeño avance para introducirnos en el nuevo mundo digital; para ambientar a los estudiantes en algo que aún para muchos era algo incomprensible.

Con el tiempo hicieron su aparición las computadas personales y finalmente los teléfonos celulares. La escuela accedió a los instrumentos como las notebooks y celulares pero poco avanzó en el cambio del paradigma educativo.

El aprendizaje no se apropió de esa nueva lógica, se durmió en la comodidad que resulta de usar una calculadora, de buscar la información en google y ahora de resolverlo con la llamada IA. La educación y la política no logran aún resolver cómo incorporar a millones de seres humanos a esta nueva realidad. Lo único que emergió es el discurso temeroso ante los cambios sin idear una solución para evitar que parte de la humanidad quede relegada en los márgenes.

 

Inteligencia no tan inteligente

Pero no todo es negativo como lo presentan. No estamos ante una catástrofe. La mal llamada “inteligencia” artificial nunca va a reemplazar al cerebro humano. La digitalización del mundo actual fue un ingenio de la inteligencia humana (IH).

Nuestros ancestros convivían con fenómenos naturales como el fuego y con su inteligencia lograron adoptarlo para mejorar su calidad de vida. Así también inventaron el hacha de sílex, el arco y la flecha y ninguna de esas nuevas tecnologías reemplazaron al cerebro. Por el contrario aumentó su volumen. El tiempo que los humanos se ahorraron en conseguir su sustento le permitieron detenerse a pensar creativamente, a desarrollar su intelecto. Y la población pudo crecer exponencialmente.

Es cierto que estos adelantos tecnológicos también fueron usados para guerra y para el delito. Porque son simples herramientas. No toman decisiones por sí como tampoco lo hace hoy la IA aunque lo parezca. El que tiene pensar y tomar decisiones es el humano que la creó.

Algo similar ocurrió con tecnologías mal usadas años después cuando Alfred Nóbel inventó la dinamita o con la energía nuclear. La fisión nuclear fue utilizada para construir una bomba tan poderosa que es capaz de destruir el mundo que conocemos en un instante. Y para demostrarlo hubo humanos que la probaron sobre el Japón.

Hoy la amenaza nuclear no cesó pero hay cierto consenso de que no se puede usar en las guerras contemporáneas. Esa misma tecnología constituye un valioso aporte para el bien de la humanidad; para la medicina, la producción de energía limpia, etc.

Las nuevas amenazas que aparecen en el horizonte, y tienen en vilo a la comunidad mundial, son la robótica, los medios digitales llamados “redes sociales” y la IA cuando son utilizados para la falsificación, el delito y para la guerra como el uso masivo de drones, el espionaje y la guerra electrónica. Y lo más inquietante: se teme que provoque la atrofia de los cerebros humanos y desplace a millones de personas de sus trabajos actuales hacia los márgenes donde van a medrar para procurarse su sustento diario como en la época de los cromagnones.

Por cierto que quiénes manejan esas tecnologías están probando hasta dónde pueden llegar como lo hicieron en el 45 con la bomba. Hacen como el niño que prueba con sus travesuras buscando que alguien le ponga los límites. Pero lo primero no son travesuras infantiles.

 

En clave educativa

¿Cuál es el límite para el uso de las nuevas tecnologías? La educación es la clave. El aprendizaje en el contexto de un nuevo mundo digital, que comenzó hace más de medio siglo sin que nos demos cuenta, es el nudo gordiano a desatar. Hay que tener en cuenta que nada que haya sido creado por la mente humana (como la IA) puede superarla. Solo hay que adaptarse como lo hicieron los humanos a través de los tiempos.

Si nos ponemos místicos podemos hacer una analogía con las cosmogonías religiosas que conciben a un dios creador de la humanidad. Ese “dios” es poderoso precisamente porque fue el creador y nunca su “creatura” podrá superarlo.

La educación, el aprendizaje humano, tiene que explorar la adaptación a las nuevas realidades y apropiarse de los adelantos tecnológicos. Tiene que pensar nuevos modos de convivencia armónica; una nueva comunidad en donde se conjure el fantasma de la desaparición del trabajo. Es necesario apelar a la imaginación para concebir nuevas formas de “trabajos” que hagan sustentable a la humanidad.

En los tiempos primitivos el “trabajo” consistía en recolectar y cazar para procurarse el alimento y la vestimenta. No había horarios ni intercambios comerciales. No existía el dinero ni la propiedad. En algún momento esa lógica cambió y no una sino varias veces. La creación de instrumentos para prolongar el alcance de la mano fue una. La otra fue la revolución agrícola donde los humanos sembraron y criaron sus alimentos. Y así se fueron sucediendo hasta la revolución industrial que solo tiene dos siglos. Un instante.

 

Tiempos modernos

Nuestra América se incorporó a la era de la modernidad cuando Europa se proyectó a nivel global. La verdadera “globalización” se produjo cuando esos intrépidos navegantes de naves de vela descubrieron que existía nuestro continente. Y fue en ese momento que el continente que bautizaron “Indias” entró a la modernidad de prepo, sin proponérselo.

La modernidad se agotó a fines del siglo XVIII para ingresar a una nueva era que no es la “contemporánea” sino la industrial. Y nuestro continente no subió a ese tren. Tal vez como consecuencia de la apertura comercial de la monarquía borbónica que gobernaba España y luego por el fracaso de los proyectos continentales de los liberadores. Los reinos americanos que se fueron emancipando, fragmentados, se incorporaron como proveedores y consumidores de las revoluciones industriales europea y norteamericana, y se quedaron en la periferia.

En algún momento del siglo XX la era industrial dio paso a una nueva era que a priori llamamos tecnológica digital. La revolución digital.

China es consecuencia de ese cambio de los tiempos históricos. De ser un país de plantadores de arroz a mediados del siglo XX se salteó la modernidad y la era industrial para, alrededor de 1980, emerger como una nueva potencia.

Nuestro continente, que no tuvo su era industrial propiamente, tiene que dar el gran salto a la etapa del desarrollo tecnológico digital.

Siempre la tecnología ayudó al humano. Nunca fue un obstáculo cuando fue bien usada. Desde el  momento que se inventó el arco y la flecha la búsqueda de los alimentos se tornó más eficiente y las personas ganaron tiempo que invirtieron en pensar, crear y evolucionar.

Por cierto que no todo fue lineal. El tiempo ganado también fue apropiado por determinados grupos sociales en desmedro de otros. La esclavitud fue un proceso por el cual unos utilizaban todo su tiempo en el trabajo para que otros pudieran tener tiempo para pensar. Tal vez el esclavo fue el que hizo parir la filosofía. Luego el industrialismo reemplazó al esclavo por el obrero asalariado con la misma lógica. Tiempo de trabajo para que otros se enriquezcan y una élite pudiera pensar y crear.

 

Aprender en la era digital

Hoy la tecnología puede ser una nueva oportunidad para ganar tiempo. No es que la IA, la robótica y otras tecnologías vayan a hacer desaparecer el trabajo humano sino que va a cambiar la lógica de esos trabajos y nos va a dar más tiempo. Los que hoy plantean reducir la jornada laboral para distribuir el trabajo entre más personas conciben una solución precaria si piensan en los mismos trabajos.

La era tecnológica digital es un cambio de paradigma tan profundo como pudo haber sido la irrupción de la revolución agrícola donde un cazador que recorría bosques y praderas detrás de sus presas tuvo que dejar el arco y la flecha para tomar un arado y quedarse a esperar que el alimento creciera.

Para ello, volvemos al tema, es necesario diseñar un nuevo modelo educativo que enseñe a pensar cómo subirse al tren de la nueva era. Enseñar a pensar, aprender a pensar a partir de nuevos paradigmas. La IA no piensa porque somos los humanos la que la pensamos.

Necesitamos un nuevo modelo educativo que sea práctico, flexible, experimental, donde se aprenda a pensar. Y para ello son fundamentales los contenidos humanísticos como la filosofía, la historia y las letras además de los contenidos de ciencias exactas e instrumentales. Y para eso tenemos una gran ventaja. La tecnología nos va a dejar tiempo para hacerlo. 

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