Mansilla repasa la nota enviada desde Concepción del Uruguay por el comandante del Departamento Segundo Principal Pedro Barrenechea. Mientras lee se desplaza por su despacho esquivando el espartano mobiliario. No es hombre de apoltronarse frente a un escritorio. Cuando lee suele hacerlo de parado, caminando y cuando necesita redactar oficios y cartas, los dicta a su secretario mientras observa por la ventana el escaso movimiento que sucede en la calle Real. Después de tantos contratiempos y revoluciones, y elecciones y apoyos de sus amigos López y Rodríguez ya es gobernador de Entre Ríos para poner orden a esta provincia de matreros que los propios entrerrianos no pueden domeñar. ¡Qué importa que los caudillejos refugiados en la maraña del Montiel o los que tuvieron que huir a la otra banda lo tilden de porteño con la mayor carga de sentido despectivo!
Lee y gesticula, sonríe cuando observa los puntos suspensivos que cortan algunos nombres de esa misiva que viene con el epígrafe de reservada. Este Barrenechea no deja de ser un vil intrigante, murmura, y sigue la lectura:
“...El asunto de la Delf... ya es algo complicado, pues Puent... está tan asegurado y perdido por ella, que se está secando para sostenerla en el rango que ella está acostumbrada, sele á pegado de tal manera, que muy difícil se le encuentra separado de ella; y así temo que si le ablo ó hago ablar por segunda persona me rebaje ella el secreto, y lo diga a Puent... sin embargo yo beré el modo de inspirarle confianza, y significarle los deseos de U. pa. Que se encamine al Paraná...”.
Esa Delf... no es otra que Delfina, la que fuera querida de Ramírez, que Mansilla tuvo oportunidad de conocer personalmente al comienzo de la campaña del malogrado Supremo contra la barbarie artiguista. Y así fue como quedó prendado de su voz melodiosa que entonaba nostalgiosas canciones lusitanas, de su fresca y joven presencia, de sus facciones casi salvajes, de su desdén demostrado ante sus reiteradas insinuaciones.
Ahora que está viudita, veinteañera con su belleza a flor de piel, es la oportunidad para reiterar su ofrecimiento. Que se venga al Paraná con el hombre que le brinda la oportunidad de su vida. En el Uruguay, junto a la vieja Tadea y los López qué futuro puede tener. Un futuro de implicancias en conspiraciones sin destino contra el poder constituido. Aquí será la primera dama de un gobernador civilizado y progresista que se mostrará en las recepciones oficiales con los mejores vestidos, que se rozará con lo más encumbrado de la sociedad capitalina. Masilla hace poco tiempo está separado de Polonia Duarte, devuelta a su suegro con hijos y todo.
Espero que el capitán Puentes no insista en pretender conquistarla si no le da el cuero, y me la deje servida en bandeja, y que Barrenechea no se quede con el mandado, que buen pillo es en asuntos de polleras, piensa.
Dobla cuidadosamente el pliego y lo guarda en un secreter. Toma del escritorio un bosquejo que le dejó a su consideración Casiano Calderón. Huele aún a tinta fresca. Es un escudo con forma de óvalo rodeado por dos ramas de laurel, dos brazos con sus manos estrechadas lo divide en dos campos. En el campo superior brilla una estrella plateada rodeada por la inscripción “provincia de Entre Ríos”. En el campo inferior, un sol de oro encerrado por la inscripción “unión, libertad, fuerza”. Este sello representa la civilización frente al caudillismo, piensa Mansilla. Es hora de dejar las plumas y las lanzas y las banderas manchadas por el rojo de la sangre derramada en las guerras separatistas y unirnos civilizadamente bajo el imperio de la ley.