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1/5/19

La “reservada”

Por Rubén Bourlot

Mansilla repasa la nota enviada desde Concepción del Uruguay por el comandante del Departamento Segundo Principal Pedro Barrenechea. Mientras lee se desplaza por su despacho esquivando el espartano mobiliario. No es hombre de apoltronarse frente a un escritorio. Cuando lee suele hacerlo de parado, caminando y cuando necesita redactar oficios y cartas, los dicta a su secretario mientras observa por la ventana el escaso movimiento que sucede en la calle Real. Después de tantos contratiempos y revoluciones, y elecciones y apoyos de sus amigos López y Rodríguez ya es gobernador de Entre Ríos para poner orden a esta provincia de matreros que los propios entrerrianos no pueden domeñar. ¡Qué importa que los caudillejos refugiados en la maraña del Montiel o los que tuvieron que huir a la otra banda lo tilden de porteño con la mayor carga de sentido despectivo! 
Lee y gesticula, sonríe cuando observa los puntos suspensivos que cortan algunos nombres de esa misiva que viene con el epígrafe de reservada. Este Barrenechea no deja de ser un vil intrigante, murmura, y sigue la lectura: 
“...El asunto de la Delf... ya es algo complicado, pues Puent... está tan asegurado y perdido por ella, que se está secando para sostenerla en el rango que ella está acostumbrada, sele á pegado de tal manera, que muy difícil se le encuentra separado de ella; y así temo que si le ablo ó hago ablar por segunda persona me rebaje ella el secreto, y lo diga a Puent... sin embargo yo beré el modo de inspirarle confianza, y significarle los deseos de U. pa. Que se encamine al Paraná...”.
Esa Delf... no es otra que Delfina, la que fuera querida de Ramírez, que Mansilla tuvo oportunidad de conocer personalmente al comienzo de la campaña del malogrado Supremo contra la barbarie artiguista. Y así fue como quedó prendado de su voz melodiosa que entonaba nostalgiosas canciones lusitanas, de su fresca y joven presencia, de sus facciones casi salvajes, de su desdén demostrado ante sus reiteradas insinuaciones.
Ahora que está viudita, veinteañera con su belleza a flor de piel, es la oportunidad para reiterar su ofrecimiento. Que se venga al Paraná con el hombre que le brinda la oportunidad de su vida. En el Uruguay, junto a la vieja Tadea y los López qué futuro puede tener. Un futuro de implicancias en conspiraciones sin destino contra el poder constituido. Aquí será la primera dama de un gobernador civilizado y progresista que se mostrará en las recepciones oficiales con los mejores vestidos, que se rozará con lo más encumbrado de la sociedad capitalina. Masilla hace poco tiempo está separado de Polonia Duarte, devuelta a su suegro con hijos y todo.
Espero que el capitán Puentes no insista en pretender conquistarla si no le da el cuero, y me la deje servida en bandeja, y que Barrenechea no se quede con el mandado, que buen pillo es en asuntos de polleras, piensa.
Dobla cuidadosamente el pliego y lo guarda en un secreter. Toma del escritorio un bosquejo que le dejó a su consideración Casiano Calderón. Huele aún a tinta fresca. Es un escudo con forma de óvalo rodeado por dos ramas de laurel, dos brazos con sus manos estrechadas lo divide en dos campos. En el campo superior brilla una estrella plateada rodeada por la inscripción “provincia de Entre Ríos”. En el campo inferior, un sol de oro encerrado por la inscripción “unión, libertad, fuerza”. Este sello representa la civilización frente al caudillismo, piensa Mansilla. Es hora de dejar las plumas y las lanzas y las banderas manchadas por el rojo de la sangre derramada en las guerras separatistas y unirnos civilizadamente bajo el imperio de la ley.

2/12/18

Las dos muertes de Píriz*

Por Rubén Bourlot

La llovizna se entromete por todos los espacios. Cielo, suelo, barrancas, árboles y pajonales están invadidos por un frío y viscoso vaho. En la semipenumbra del amanecer los hombres, algunos agazapados, otros echados de panza sobre las gramillas, insuflan chorros del pestilente aire en su agitado respirar. Los corazones aceleran su ritmo al compás de la expectativa que anida en sus mentes. Las manos rozan de tanto en tanto el frío metal de los naranjeros. Los complotados avanzan por el camino resbaloso que rodea la barrancas con los caballos de las riendas. Cada ladrido lejano, cada resoplido de las cabalgaduras, los ponen en estado de alerta. Una repentina brisa del sureste comienza a soplar y desplaza los nubarrones hacia el norte. Amaina la precipitación y la claridad de la luna cuarto creciente empieza a configurar el paisaje del arrabal paranaense. Pasa un tiempo que parece interminable, el sol se insinúa entre la maraña del monte y ni noticias del contacto.
Hasta que debajo de un frondoso chañar se asoma la silueta de un guardia. Es el contacto convenido que los guiará hasta la casa de gobierno.

Todo está planificado para no terminar como en las intentonas anteriores. Primero fue la de diciembre del año 21 que fracasó estrepitosamente, con sus promotores detenidos. Anacleto Medina y Gregorio Piriz desterrados en Santa Fe, después enviados a Córdoba para tenerlos lo más lejos posible, de donde lograron escapar para retornar a Entre Ríos, donde debieron permanecer ocultos en los montes de Montiel. A principio de este año López Jordán encabezó un nuevo levantamiento con la misma obsesión de derrocar a Mansilla y recuperar la soberanía entrerriana. Con él se comprometieron los principales caudillos de la provincia que seguían el ideario del extinto supremo. Uno a uno fueron reagrupándose los gauchos que emergían de entre la maraña montielera para seguir a sus respectivos caudillos. A López Jordán se presentaron Piriz, Eusebio Hereñú, Juan Antonio Berdún, Vera, los Calvento del Uruguay y su propia madre, la brava doña Tadea y La Delfina. También un día se cuadró ante su despacho de reclutamiento, Medina con su rostro aindiado, pelo hirsuto, piernas arqueadas de tanto cabalgar en su tordillo, adelantando el paso con la torpeza propia de los hombres que han pasado más tiempo de su vida a caballo que con los pies sobre la tierra. Se presentó, pronunció las palabras necesarias para comunicar a su jefe que estaba dispuesto a participar de todos los entreveros que sean necesarios para combatir a todos los que obstaculizaban la autonomía de la tierra del Francisco. El conato se inició en el Arroyo de la China pero fue sofocado rápidamente por el comandante José Barrenechea, hombre fiel a Mansilla, con el apresamiento de Tadea Jordán y Anacleto Medina.
Meses después Ricardo López Jordán, en combinación con Gregorio Piriz y el coronel santafesino Juan José Obando, se aliaron para llevar a cabo una acción conjunta con el objetivo de apoderarse de Paraná, sacar del gobierno de Entre Ríos al impostor Lucio Mansilla, liberar a Medina y ayudar a los santafesinos a liberarse de López. Es como matar dos pájaros con un sólo tiro: eliminado López, caerá su títere, el usurpador del gobierno de Entre Ríos.
En la otra banda del Paraná, Orrego y los hermanos Maciel, en sus dilatadas pláticas vespertinas también llegaron a la conclusión de que el ciclo del Mulato López estaba terminado. Ya va para un lustro en el gobierno y no nos ha ofrecido más que guerras. Es hora de que tengamos la oportunidad de elegir a un gobernante liberal. Basta de caudillismo que solo arroja miserias sobre nuestros pueblos. Lo de Ramírez fue un exceso pero ya está hecho. Ahora hay que gobernar con tolerancia y negociar la paz con todos. 
Se suceden los contactos con los orientales, retazos del partido del malogrado Supremo, oprimido por la dictadura de Mansilla.
Algunos indios y un grupo de soldados mal pagos y víctimas del rigor disciplinario del Brigadier ya engrosan las filas de los conjurados. 

Nadie sabría precisar qué fue lo primero. Si el nervioso relincho de los caballos o el rebote de los cascos sobre el suelo encharcado, si el estampido de un chumbo de frente, a quemarropa, el que rompió el silencio a retaguardia haciendo pedazos la tranquilidad nocturna o la bulla que armaron los teros y el tumultuoso ladrido de los perros cimarrones. Pero en contados segundos todo es confusión. El cuerpo de Gregorio Piriz cae pesadamente con una flor escarlata abriéndose en su pecho. Por los cuatro costados se desata la furia de jinetes, trabucos escupiendo chumbos y sables cayendo sin asco sobre los lomos. Los tiros suenan y reverberan entre la arboleda y el aire se empapa de olor a pólvora. Confundidos, la veintena de complotados intenta escapar de su escondrijo rumbo a los caballos hacia los cuatro rumbos. Varios soldados de la partida dudan en reprimir cuando se encuentran frente a la estampa de un caudillo tan respetable como Eusebio Hereñú o Juan José Ovando. El comandante del grupo, sin titubear ordena la persecución y logran capturar a un grupo de los conspiradores. El resto se escabulle entre las barrancas y los matorrales. 
Por una vereda de vacas que bordea el arroyo Lanches, como un cortejo fúnebre, se desplazan a los tropiezos los prisioneros emparedados por una doble fila de jinetes. Más atrás un soldado transporta sobre la cruz de su cabalgadura el cadáver de Piriz. El perfume de azahares y jazmines se filtra entre los vahos, amainando los efluvios de la temperie. Atraviesan la laguna de Reyes, toman por la calle San Miguel, pasan raudos frente a la casa de gobierno y así arriban al cuartel de la guardia gubernamental. Los prisioneros son engrillados y arrojados a una celda oscura y húmeda. Ahí se encuentran con el indio Medina. Tiritan por el frío que les provoca la ropa mojada por la llovizna y el chapuzón del desembarco. Un oficial les comunica que están arrestados por orden del gobernador Mansilla.

Por el coladero de una ventana el sol matutino fusila los rostros de Medina y Ovando con proyectiles de luz que salpican las paredes con haces dorados. Los prisioneros, incorporándose venciendo el obstáculo de los grillos, espían por las hendiduras hacia la plaza Mayor. Observan la iglesia Matriz que hunde sus torres cuadradas inconclusas en la niebla, y a un costado el edificio de la comandancia.
- ¿Ves lo que yo veo? - Pregunta, con asombro que se va transformando en pánico, Medina. Ovando no logra enfocar sus pupilas deslumbradas por la luz exterior.
En medio de la plaza, rodeado por una tropilla y unas vacas que pastan con parsimonia, se erige un rústico patíbulo, armado junto al brocal del aljibe, con las mismas maderas que hace unos días formaron parte de la tribuna para presenciar los festejos de la Revolución de Mayo. Del mismo pende el cuerpo de Piriz, colgado de una soga, con la cabeza inclinada sobre el pecho, manchas de sangre seca sobre su chaleco, el pelo revuelto que cae en crenchas empapadas sobre la frente. 
Triste destino el de un valiente; bárbara venganza la de Mansilla que lo mató dos veces. 

*Publicado originalmente en el diario Uno de Paraná, 2/12/2018. Fragmento de "El secreto y la jaula"
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