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7/6/13

Integraciones avícolas o quién tiene la gallina de los huevos de oro

Por Rubén Bourlot
Esta nota fue publicada originalmente en el periódico Impacto rural.
El sistema productivo de la cadena avícola es uno de los más dinámicos de Entre Ríos. La avicultura logró constituirse en una actividad altamente tecnificada y con incorporación de valor agregado dentro del territorio provincial, lo que impacta en la ocupación de mano de obra local. Y por otra parte contribuye a evitar la emigración de la familia rural, un fenómeno que alientan otras actividades como la agricultura sojera que ocupa escasa mano de obra en el campo. No obstante hay un eslabón de esta cadena que es el más delgado, como siempre lo fue: el productor avícola.
El esquema de integración vertical para el engorde de pollos, con la incorporación del criador, tiene sus orígenes a fines de la década del ‘60 con lo que el frigorífico se garantiza la provisión de materia prima. El sistema afectó a los productores independientes que se iban quedando sin alternativas para colocar su producción a precios razonables.
El productor integrado, generalmente propietario de las instalaciones, no cuenta con contratos claros al momento de incorporarse y generalmente los acuerdos son por crianza. La continuidad depende del arbitrio de la empresa integradora. Tampoco se le garantiza una frecuencia en la entrega de pollos. Ante cualquier disminución de la demanda se suspende o dilata la provisión del pollito y el productor se queda con las instalaciones ociosas y sin ninguna indemnización.
La relación contractual es una simple adhesión a las condiciones impuestas por el integrador, la parte más fuerte de la relación. Estas empresas locales o multinacionales se encuentran a su vez integradas horizontalmente y en la mayoría de los casos apelan a prácticas monopólicas quedándose con la parte más redituable del negocio, o sea con la gallina de los huevos de oro.
El propietario de la granja integrada está obligado a ofrecer instalaciones adecuadas a requerimiento del integrador, con exigencias de mejoras que se incrementan con el tiempo y a medida que avanza la tecnología. Esto obliga al productor a invertir continuamente. Sería lógico que este esfuerzo fuera compensado con mejoras en el precio que se paga por una producción de más calidad y eficiencia pero casi nunca se refleja en su bolsillo. Tampoco el productor ve reflejado en el precio lo que se paga el pollo eviscerado en el mercado. Tengamos en cuenta que en la actualidad, se abona por pollo entregado al frigorífico entre 90 centavos a 1,30 pesos. En el mercado ese mismo producto llega al consumidor final entre 12 y 14 pesos el kilo o más. Un informe publicado en una  revista de la provincia de Buenos Aires hace unos meses estimaba que “si hace tres años la industria pagaba 1,30 pesos por pollo, ahora está pagando 1,60”. Téngase en cuenta el kilo de pollo en 2010 se vendía al consumidor final a unos 6 pesos el kilo.
El citado informe indica que hace unos cinco años, un productor con capacidad para 20.000 aves podía vivir razonablemente pero ahora se necesitan al menos criar unos 40.000 pollos para lograr el mismo objetivo. También nos encontramos que nuevos actores ajenos a la actividad se van incorporando al negocio de la crianza, invirtiendo dineros de otro origen en instalaciones de gran escala que alteran la ecuación para el productor del campo. No hay dudas que la “eficiencia” se sostiene sobre las espaldas del productor que vive o trabaja en el campo, que tiene su familia arraigada en las zonas rurales y se resiste a emigrar para sobrevivir en la ciudad.

Decíamos al principio que esta situación se arrastra desde fines de la década del ‘60 cuando fueron desapareciendo los productores independientes al mismo ritmo que dejaban de funcionar los frigoríficos más pequeños, que no contaban con proveedores integrados. En 1974, desde el gobierno provincial de esa época se implementó el Plan Integral de Reconstrucción y Nacionalización Avícola (PIRNA)  que pretendió, junto a las cooperativas, mejorar las condiciones de trabajo del productor y ofrecer un precio justo. El plan no arrojó resultados satisfactorios debido a varios factores como la desconfianza del avicultor, la falta de experiencia y eficiencia por parte de los sectores involucrados: cooperativas, proveedores de pollos y alimentos, y funcionarios responsables.
Hoy nos encontramos con la misma situación de hace cuatro décadas. Desde la industria, prevalece la voluntad de las empresas que sólo se preocupan por producir más y obtener el máximo de ganancia sin importarles si lo hacen con cien familias radicadas en el campo o a través de mega instalaciones automatizadas atendidas por pocas personas.
¿Cuáles son las soluciones? Sin dudas no son muchas las variantes pero deben pensarse a partir del productor y de su voluntad de mantenerse unidos. El sistema ensayado en la década del ‘70 (PIRNA) pudo ser una alternativa y el cooperativismo es una herramienta válida.(1) El gremialismo rural nunca estuvo muy al tanto de esta problemática, tan activo para cuestionar las retenciones de la soja, pero podrían mirar por una vez hacia al pequeño y mediano productor.
Por otra parte, desde el Congreso de la Nación, hace unos dos años se presentó un proyecto para regular los contratos de integración que duerme el sueño de los justos. No hay dudas que las presiones lobistas son muy fuertes y anulan cualquier intento de modificar el sistema a favor de la parte más débil.

27/9/12

PIRNA: un plan a la medida de los avicultores


Por Rubén Bourlot
En 1974, alentado por los nuevos aires institucionales, con la recuperación de la democracia, el gobierno de Entre Ríos implementó el Plan Integral de Reconstrucción y Nacionalización Avícola (PIRNA)  que pretendió, junto a las cooperativas, mejorar las condiciones de trabajo de los avicultores, específicamente a los productores de pollos parrilleros, y ofrecer un precio justo. Conocido también como Plan Avícola Provincial intentaba defender al productor avícola pequeño y mediano, dándole un horizonte de seguridad con financiación y asesoramiento, mediante equipos técnicos, apoyo en la comercialización y un margen de rentabilidad razonable. A principios de la década de 1970 el sistema de producción avícola se encontraba en un proceso de cambios por los cuales los frigoríficos planteaban la producción mediante la modalidad de integración. El avicultor recibía los pollitos y los insumos para la crianza y cobraba un monto por pollo entregado terminado. De esta manera iban desapareciendo los productores independientes que ya no encontraban donde colocar su producción.
Se decía en la época que a la avicultura no sólo se la debía valorar desde el punto de vista estrictamente económico, que representaba un porcentaje muy alto del producto bruto provincial, sino como un factor social. La producción avícola significaba el arraigo de la familia rural en una época que Entre Ríos se caracterizaba por sus altos porcentajes de emigración rural y expulsión de la población fuera del territorio provincial. “El Plan Avícola incluye a la avicultura como parte de un programa de recuperación del minifundio, donde van a intervenir principalmente actividades intensivas y donde también están ligados planes de colonización – declaraba el entonces Subsecretario de Industria y Comercio, González Languasco -. El plan va mucho más allá de la avicultura, tiene connotaciones directas con el pequeño productor y con la familia campesina, que en estos años se quedó enfrentando la adversidad, defendiendo su permanencia en la tierra”.
El plan pretendía involucrar a organismos, instituciones y empresas vinculadas a la actividad, entre los que se mencionaban a las Ligas Agrarias, cooperativas, frigoríficos, fábricas de alimentos balanceados, incubadores, transportistas, el INTA, SELSA, Junta Nacional de Carnes, Banco de la Nación, Banco de Entre Ríos, entre otros. El objetivo era lograr una producción de un millón y medio de pollos mensuales con financiamiento del Banco de la Nación entregado a los productores. La compra de la producción estaba a cargo de un organismo gubernamental.
Pero los propósitos tan plausibles no estuvieron, aparentemente, acordes con las expectativas. A los pocos meses de implementado el plan se conocieron los primeros cuestionamientos y desajustes entre los sectores involucrados. Desde el cooperativismo reclamaban por la falta de pago de la producción en los términos acordados y por la demora en levantar los pollos terminados de las granjas. Una de las medidas adoptadas con el propósito de favorecer el valor agregado local fue la prohibición de sacar de la provincia los pollos vivos, pero esto provocó una sobreoferta que los frigoríficos locales eran incapaces de absorber.
Los productores testimoniaban su preocupación a través de entrevistas en la prensa, como Pablo Thea, del departamento Uruguay, que observaba la mala calidad de los alimentos y las dificultades para encarar las inversiones que les exigían  para mejorar  las instalaciones. Los productores Daniel y Victorio Boujón ponían el acento en las dificultades para conseguir pollitos bebé a través del plan. Otro avicultor, Julio Kachinisky, también cuestionaba la falta de cumplimento de los pagos en fecha y la calidad del alimento balanceado.
Desde las Ligas Agrarias Entrerrianas, el delegado  Orlando Lepratti también observaba como un obstáculo las exigencias de inversión que eran imposibles de cumplir para los pequeños productores. También era evidente que los hombres de campo eran remisos a tomar los créditos ofrecidos para ese fin ya que nadie los mencionaba en las entrevistas.
Sin dudas que la desconfianza del avicultor, la falta de experiencia y eficiencia por parte de los sectores involucrados y alguna que otra mano dada por los grupos de poder vinculados a las grandes empresas del sector fueron limando las posibilidades de éxito del plan. Finalmente, con tras el golpe de estado de 1976, el PIRNA se canceló definitivamente.
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