Transcribimos la primera entrega de la conferencia
pronunciada por Wáshington Reyes Abadie en el Colegio Nacional del Uruguay el
11 de junio de 1983, durante las Primeras Jornadas Humanísticas organizadas por
la institución educativa de Concepción del Uruguay en adhesión a los 200 años
de la ciudad.
Para un oriental cruzar el río Uruguay para pisar
tierra entrerriana es siempre dar un paso adelante en la interioridad de la
Patria Grande, no es cruzar la frontera, no es venir como ajeno a casa extraña,
es reincorporarme sencillamente al viejo hogar americano, y en esa emocionante
condición y situación, qué grande e importante paso de retorno cuando se hace
para venir a hablar a hablar en el Colegio del Uruguay, institución que señera
en el tiempo sobre el perfil del río Uruguay como un continente de luz y cultura
para mantener viva la llama permanente de nuestra identidad americana. Y en
esta Concepción del Uruguay, la vieja Villa del Arroyo de la China, llegó
primigenia, fundacional la convocatoria de aquel admirable intérprete de las
voluntades profundas de los pueblos, de las comarcas del Plata que fue José
Artigas , el caudillo del milagro, el hombre que alcanza por su profunda
vigencia en el hoy y en el futuro inmediato de estas patrias hermanas, el valor
estimulante, simbólico y permanente del mito viviente, del mito que convoca,
del que compromete la comprensión profundo de nuestra condición; porque en su
huella marcharon, los pueblos para erigirse desde la soberanía particular de
cada una de las comarcas a construir la gran nación, y ese colosal y aun no
logrado proyecto de esa Patria Grande que la miopía penosa, la ambición alienada
y los intereses conjurados de las capatacías oligárquicas de las ciudades puerto
del Plata -Buenos Aires y Montevideo- más el interés del naciente Imperio inglés,
impidió. Porque, no vamos a resignarnos lo hombres de este tiempo, naturalmente
a ceder la pedana de la historia dejando como término inconcluso la tarea
heredada de nuestros fundadores, la de dar sí culminación a la empresta
emancipadora, en tanto y en cuanto emancipación implica la plenitud del
desarrollo de nuestro propio ser histórico - cultural en la dimensión magna de
nuestro continente sin los límites artificiales y egoístas de la jurisdicciones
impuestas por los intereses antinacionales y antiamericanos que hasta hoy
dolorosamente han logrado prevalecer.
Pero, desde el fondo de la historia y cabalgando en
el mundo de las sombras los libertadores, que no pueden descansar en paz mientras
quede un pedazo de tierra americana sin liberar, nos convocan a proseguir en
su huella la obra iniciada entonces. De allí el vivo interés que tiene el venir
a Concepción, a la vieja Villa del Arroyo de la China, a recordar, a
actualizar, a dar vigencia nueva y renovadora a un acontecimiento que nuestra
desmemoria ha dejado, no digo en el olvido, pero amnésicamente largo rato
perdido, y que sería inútil buscar en la letra, y aun en la chica, de los
textos en uso fabricados, a menudo, por el subsistema de dominación intelectual
que pretende escamotearnos parte de la historia, no toda la historia -
imposible- pero la suficiente parte como para que se haga ininteligible y para
que la historia la tengamos que aprender con dolor y sufrimiento, rescatando
del olvido las partes esenciales, aquellos capítulos que pintan el aparente
confuso tramite de un proceso que repetimos y repasamos, y reexaminamos y no
terminamos de entender bien. Porque mal puede entenderse un proceso vital como
el de la historia cuando se le hace ablación de aspectos sustanciales del
mismo.
Y es que en esta tierra, en este lugar, un 29 de
junio de 1815 tuvo lugar el primer congreso libre y auténticamente representativo
de la soberanía de los pueblos americanos del Plata con el propósito, nada
menos, que de echar los fundamentos del nuevo orden americano que debía nacer.
El que en efecto ese mismo 29 de junio de 1815, convocados por quién era
proclamado por la egregia Córdoba “Protector de los Pueblos Libres”, se reunían
diputados de los pueblos de todas aquellas provincias que ante sí y por sí, sin
tutela de nadie se habían declarado libres e independientes, y reconocido
también ante sí y por sí, el protectorado del gran caudillo al sólo efecto de
ser garante de su mutua seguridad y el efectivo valimiento de su recién
adquirida libertad e independencia. No estuvieron todas las provincias del Río
de la Plata, no porque no lo quisiera el Protector. Empezamos por decir que
este hecho augural que ocurría aquí, en Concepción era factible porque acababa
de sufrir un rudo traspié el sistema bonaerense y la pretensión de aquella
ciudad – puerto de continuar ejercitando su despótica jurisdicción omnipotente
sobre la voluntad de los pueblos interiores. Había sufrido un traspié; dicho traspié
es el que protagonizó la caída del director Carlos de Alvear y su sustitución
por Ignacio Álvarez Thomas, después del conocido motín de Fontezuela.
Álvarez Thomas nos explicita en un reservada
correspondencia a Manuel de Sarratea, por entonces residente en Londres en
busca todavía, sin haber superado aún su visión unilateral del proceso
americano - Manuel Sarratea es una alta personalidad americana, sus graves
errores de mocedades no le pueden se achacadas de una manera implacable atento
que en el resto de su importante y fecunda vida habría de servir, desde la
embajada de la Confederación Argentina en París, los intereses nacionales de
América. De modo que basta y sobra con los largos servicios prestados por esta
ilustre hombre que a su muerte en 1847, fue reconocido en la prensa francesa y
europea en general como uno de los más representativos hombres del cuerpo,
todavía en agraz, diplomático de las patrias nuevas o jóvenes de América Latina
-, digo, Don Manuel de Sarratea en este año 15 todavía soñaba en la búsqueda de
un rey posible detrás de aquella malhadada gestión que encabezaría don
Bernardino, y buscaba un rey posible de las distintas cortes, llegando hasta la
fantasía aquella que ustedes recordarán del rapto del pequeño infante Francisco
de Paula, el menor de la estirpe de los borbones. Ignacio Álvarez Thomas
confiesa luego del golpe de Fontezuela a don Manuel de Sarratea la verdadera
razón del golpe y dice que la verdadera razón del golpe “es elegir entre dos
males el menor”, porque para don Ignacio era un tremendo mal que se presentaran
frente a la orgullosa excapital virreinal las huestes de los pueblos
encabezados por el caudillo inmortal, y era mejor detenerlos, y si para
detenerlos había que descabezar el sistema urdido en la ciudad capital, pues se
descabezaba. Le narra en efecto don Ignacio a Sarratea, en oficio del 10 de
octubre de 1815, lo acontecido a partir de Fontezuela, la deposición de Alvear,
la emergencia al cargo y la intriga desarrollada para, ahora que se pudo eliminar
y detener las caballerías criollas de las grandes vanguardias entrerrianas
precisamente, en San Francisco de Areco y retrogradaron hasta Santa Fe –
Paraná, La Bajada, en atención a la concordia y al pronunciamiento sincero que
creyó el Protector, había hecho el régimen porteño. Una vez que logró esto
había ganado tiempo, había que buscar ahora la manera de inhabilitar a don José
Artigas y los pueblos libres. Don José de San Martín, en este momento
gobernador de Cuyo, es notificado por don José de Artigas de lo que acababa de
acontecer e invitando también a la unión. Don José de San Martín prefirió
lógicamente, aterrado por la anarquía que esto implicaba, una composición de
punto de vista de espera, desgraciadamente, del desarrollo de los
acontecimientos, y los pueblos del Cuyo no van a venir a Concepción. Los
pueblos del Noroeste, las provincias del Tucumán y de Salta, no estarán
tampoco, pero por una razón muy simple: están enfrentando con las armas en las
manos a las fuerzas limeñas que amenazan por aquel ángulo penetrar en el
corazón de las Provincias Unidas. Y allá se bate el inmortal Güemes,
defendiendo con sus gauchos inmortales la amenaza que sufre el contexto de la
patria toda. Queda el corazón del Litoral para asumir en representación de los
pueblos.