29/4/25

El INTA y los clubes juveniles rurales

Rubén I. Bourlot


El 4 de diciembre de 1956 se creaba el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) mediante un decreto del gobierno de facto denominado pomposamente “Revolución Libertadora”. Los artículos y fundamentos de su creación remarcaban la importancia de “impulsar, vigorizar y coordinar el desarrollo de la investigación y extensión agropecuaria y acelerar con los beneficios de estas funciones fundamentales la tecnificación y el mejoramiento de la empresa agraria y de la vida rural”. Años después, al calor de la institución y apuntando a los jóvenes comenzaban a organizarse con clubes juveniles 4A.

En esos tiempos los gobiernos que sucedieron al derrocado presidente constitucional Juan Domingo Perón ponían énfasis en desmontar el sistema de planificación económica diseñado durante los gobiernos peronistas y en “modernizar” el sistema productivo amparados en la ola desarrollista que soplaba en América Latina propiciado por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y luego la Alianza para el Progreso impulsada desde Wáshington.


Apuntar a la juventud

La modernización de la producción agropecuaria se iba a desarrollar a través de la incorporación de las variedades híbridas tanto en la agricultura como en la producción avícola que eran procesos de selección genética realizadas por compañías norteamericanas que ahora irían a ser promovidas por los asesores del INTA y otros organismos. También preveía ayuda técnica para promover el desarrollo tecnológico, la elevación de la producción y la productividad agrícola. Pero esto no era suficiente para lograr que el productor abandonara sus prácticas tradicionales.

Los agricultores adultos, sin embargo, no aceptaban fácilmente las nuevas enseñanzas propuestas por los técnicos de los servicios de extensión y prefe­rían continuar trabajando con los conocimientos y tecnologías de sus esferas de acción. Las alternativas para solucionar ese problema fueron la ampliación de la enseñanza agrícola y la creación de clubes de jóvenes para formar a los futuros agricultores.” Escribe un autor. Para lograrlo apuntaron a los hijos e hijas de los productores mediante la réplica de un modelo de organización de la juventud rural que funcionaba en EEUU: los clubes 4H. Estos se constituían en espacios de sociabilidad, como nicho para com­partir conocimientos, de perfeccionamiento de las habilidades de liderazgo, de aprendizaje de las técnicas de organización social, de planeación y con­ducción de reuniones, así como de organización de los pensamientos y de las formas adecuadas de expresarlos. Y era verdaderas instituciones de aprendizaje continuo de la juventud que por aquella época no asistían al sistema de la enseñanza formal.


Los clubes 4A y Hogar rural

En la argentina, a fines de la década de 1960 los clubes 4A (Acción, Amistad, Ayuda y Adiestramiento) comenzaron a organizarse en la órbita del INTA a través sus respectivas agencias de extensión. Los mismos estaban a cargo de extensionistas y asesores que iban por los pueblos y colonias incentivando la formación de grupos. Su funcionamiento se sostenía a partir de reuniones periódicas, generalmente quincenales que convocaban a los jóvenes en alguna escuela, club y otro sitio público. Un extensionista recuerda que “los capacitábamos en materia agronómica y los estimulábamos a elaborar proyectos. Debíamos elevar las capacidades económicas, culturales y educacionales de la población juvenil rural en sus lugares de pertenencia (…)” pero “no sólo hacíamos un trabajo técnico. También incorporábamos actividades sociales: teatro, baile, cine, excursiones. Había que motivar esa mirada. El primer paso era generar confianza. Utilizábamos su lenguaje, términos conocidos, y los hacíamos sentir importante en lo que hacían.” (Herman Zorzin, extensionista de Venado Tuerto, Santa Fe).

En Entre Ríos los clubes se desarrollaron alrededor de las agencias de extensión de las tres Estaciones Experimentales del INTA (Concordia, Paraná y Concepción del Uruguay). Como lo manifiesta el citado Zorzin en las reuniones se brindaban charlas técnicas, proyección de filmes para mostrar el desarrollo de cultivos, técnicas de laboreo y funcionamiento de la maquinaria. También se distribuía material informativo, revistas especializadas y la publicación oficial 4A Noticias. En ese tiempo la llegada al campo de los medios de comunicación eran escasos. La radio era el predominante y algunos periódicos que circulaban por correo. Por esa época internet era como una fábula de Julio Verne. También se asesoraba a la juventud que pretendía emprender alguna actividad distinta a la de sus padres como la producción hortícola o la apicultura. No se dejaba de lado, como se menciona más arriba, la función recreativa. Cada tanto se organizaban proyecciones de cine, encuentros deportivos, encuentros familiares con juegos y demostraciones.

Pero no todo quedaba en los clubes 4A que estaban orientados a los varones, aunque no estaba vedado el ingreso de jóvenes mujeres. Para ello también funcionaban de manera paralela los clubes Hogar Rural con actividades que se consideraban “femeninas” como el aprendizaje de elaboración de dulces y conservas, mejoramiento de las viviendas y todo lo que tuviera relación con la vida hogareña. Un autor nos ilustra sobre el tema. “Los Clubes del Hogar Rural participaron activamente para la difusión de mejoras en las condiciones de vida en el agro. Se destacaron las consignas que apuntaban al mejoramiento del hogar, con indicaciones sencillas acompañadas por imágenes y textos que explicaban cómo acondicionar dormitorios y cocinas; qué tipo de productos consumir y en qué época del año eran aconsejables para seguir una alimentación saludable. Consejos de costura, primeros auxilios, puericultura, administración del hogar y servicios sanitarios, eran algunos de los temas sobre los cuales versaban los fascículos.” (Maximiliano Ivickas Magallán, El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (1956-1966).

En la agencia de extensión del INTA Concepción del Uruguay durante muchos años los asesores César Seró e Inés Martinetti recorrían los polvorientos caminos de su jurisdicción para asesorar a los jóvenes de los clubes en una de las características Estancieras IKA.

Pero como no todo es para siempre y sin haber agotado su valiosa función para fomentar la radicación de la juventud en las zonas rurales, otro gobierno de facto en 1976 resolvió que ya no servían a sus propósitos iniciales y dejó caer el proyecto a la par que vació las agencias de extensión expulsando de su seno a un importante número de técnicos. Los jóvenes rurales entraron en un proceso de orfandad, muchos emigraron a las ciudades, y el INTA poco a poco dejó de “ir al campo”. Se transformó en un organismo de transferencia de tecnologías para unos pocos. 

Hoy (2025) el INTA está en jaque y lo mismo sus agencias de extensión. Es parte de su responsabilidad que los productores del campo y su asociaciones gremiales hagan oír su vos en defensa de una institución a la que le sacaron el jugo mientras les sirvió. Que no dejen morir la gallina de los huevos de oro.


27/4/25

Laudato Si: “Hermana nuestra madre tierra”*

 Rubén I. Bourlot

 


San Francisco de Asís le cantaba al hermano sol, a la hermana luna, a la madre tierra. “En ese hermoso cántico – dice el Papa Francisco - nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: « Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba »

Aquí desgranamos algunos párrafos de la encíclica de Francisco dada a conocer en 2015 que nos habla del cuidado de la casa común pero que se explaya sobre los problemas del mundo de hoy, más allá de lo atinente al cuidado del ambiente natural.
Nos habla del hombre contemporáneo cada vez más individualista y ajeno al entorno. Una humanidad que se encierra entre artificios por ella creados e ignora la naturaleza que la rodea.
“Por eso - no dice el Pontífice -, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que « gime y sufre dolores de parto »
 
“Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.” Nos está diciendo que lo que olvidamos es ese vínculo inseparable entre nosotros y nuestra pachamama, como lo entendían en la cosmovisión incaica.
Y desliza un verdadero programa para gobernar las naciones: “Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en « los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad ».  El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y « tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado».”

Un huerto sin cultivar
El modelo franciscano nos interpela: “la pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
“Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.”
Cómo no asumir que ya el santo de Asís, hace casi mil años,  pensaba en lo que hoy conocemos como reservas naturales, parques nacionales o los extensos humedales que son tan necesarios para que la vida continúe.

El Papa no niega que haya cambios y que estos sean inherentes a la vida misma, pero “si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.”
Y los cambios veloces de las últimas décadas están ligadas a los avances tecnológicos y en particular a la cultura digital que a la par de ofrecer soluciones inimaginables hace medio siglo nomás, también significan una deshumanización de las comunidades puesto que, dice Francisco: “la tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.

La cultura del descarte
Bien dice el papa argentino, que uno de los grandes problemas actuales ligados también a la problemática ambiental, se relacionan con “la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.
“Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar.”
Es consciente que todas estas problemáticas no tienen la repercusión que se merecen y las soluciones adecuadas porque “muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático.

El tesoro del agua
Más que los yacimientos de oro, de diamantes, riquezas suntuarias que mueven millones, el tesoro más preciado y útil para la vida humana es el agua potable. Nos dice Francisco que “un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil.
Y avanza en su reflexión sobre una cuestión que hoy está más que vigente en los modelos económicos mercantilistas que se apropian de los bienes naturales, los que nadie fabricó, para explotarlos abusivamente. La tierra, el primer recurso natural privatizado a partir de la instauración del derecho a la propiedad, el subsuelo, los recursos pesqueros, los bosques, los espacios aéreos y hoy el agua (tal vez mañana el aire). “Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible – dice -, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Producto de la explotación de la naturaleza y de la tecnología genética para mejorar las especies vegetales y animales, cada vez la biodiversidad es más acotada. “Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana.
“Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos.
No es ajeno a la lucha cotidiana que observamos en nuestros países para evitar el abuso en el uso de plaguicidas, insecticidas y fungicidas que afectan seriamente al propio ser humano, al ambiente y contaminan los recursos naturales con substancias ajenas al ecosistema. “Muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que posiblemente traerá nuevos efectos nocivos.
“Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos.”

La ecología de las multinacionales
No ignora Francisco que no siempre las entidades que promueven la defensa de los recursos naturales son bienintencionados. Sabemos que muchas organizaciones no gubernamentales reciben jugosos subsidios de empresas interesadas en apropiarse de los recursos de manera sutil, y otras que responden a intereses vinculados a una moderna versión de la división internacional del trabajo, que pretenden mantener a países periféricos como productores de materias primas y consumidores de manufacturas que se producen en las naciones industrializadas. Escribe el Papa que “un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales.
“Existen « propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales »”, cita el texto aprobado por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007).

Barrios cerrados y patrimonio cultural
La preocupación de Francisco también se desliza hacia la problemática de las aglomeraciones urbanas cada vez más caóticas y superpobladas. Como consecuencia quienes poseen mayores recursos económicos tienden a apropiarse de los espacios más adecuados para construir sus viviendas, e incluso hacerlo en barrios cerrados, separados del resto de la comunidad.
“En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones «ecológicas» sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial.
Finalmente acotamos esta interesante reflexión sobre el patrimonio cultural material e inmaterial que debiera ser preocupación central de los gobiernos. “Junto con el patrimonio natural – dice Francisco -, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular.”
Estos algunos párrafos glosados de este riquísimo documento que merece ser difundido, estudiado y aplicado.

 *Publicado originalmente en la revista Ramos Generales. N° 4. 2020

21/4/25

El catolicismo en los procesos de emancipación americana y el artiguismo*

Rubén I. Bourlot


Historiar la presencia de la iglesia católica en la región y en toda nuestra América significa rescatar uno de los procesos fundantes de nuestra comunidad actual, recatar el alma identitaria de lo que somos hoy. Por ello es válida preguntarse por qué cuando se lleva la historia a las aulas, a la historia enseñada, hay una tendencia a irse por los extremos. De una visión histórica liberal que soslaya las cosmovisiones religiosas, salvo para enaltecer a personajes que resultan funcionales a esa línea de interpretación, a un revisionismo posmoderno que se preocupa por divulgar la leyenda negra sobre la conquista espiritual de América. Pero un “revisionismo” bien entendido no puede soslayar la inclusión del papel de la iglesia católica en los currículos de la historia enseñada.

Estamos convencidos que el componente religioso de un pueblo es el elemento esencial de su cultura. En este caso nos referimos al catolicismo que a partir de la irrupción de Europa en nuestra América se constituyó en uno de los elementos cohesionadores de lo americano. Por las venas del mestizaje, de nuestra “raza cósmica” como decía José Vasconcelos, corre la sangre del cristianismo sincretizado, de la lengua castellana, de los ideales hispánicos que se fusionaron y enriquecieron con lo indígena y constituyeron un nuevo ser con altos ideales humanísticos.

Por ello, el gran equívoco que significó haber constituido un puñado de estados fragmentados en lugar de la gran nación latinoamericana es una de las tareas pendientes que nos dejaron los Libertadores.

Al decir de Darcy Ribeiro: "El drama actual del desarrollo de América Latina reside en gran medida en el divorcio entre sus tres élites intelectuales fundamentales: la clerical, la militar y la universitaria. Hasta que no haya convergencia entre esas tres élites, no habrá vigor para la independencia de América Latina”


En tanto Alberto Methol Ferré, el notable historiador, teólogo, amigo del Papa Francisco y su estrecho colaborador, sostiene que “El círculo cultural latinoamericano tiene su raíz en la Iglesia Católica: por esto los movimientos nacional-populares no caen en el anticlericalismo oligárquico del siglo XIX”. Y más adelante contrasta: “Sin duda puede hablarse de un círculo histórico-cultural latinoamericano en cuya base existe el ethos católico, así como en Estados Unidos existe el ethos protestante”

Jorge Abelardo Ramos por su parte, en el Meeting de Rimini desarrollado en 1984, argumentaba que “Los españoles mezclaron su sangre con los aborígenes de la Vieja América. Por medio de tal formidable fusión, nació en cuatro siglos una nueva raza cultural, étnica y política, una sociedad mestiza, criolla, de inmigración cristiana y de paganismo cristianizado, algo muy peculiar que no resultó ser en definitiva ni la América original ni la Europa colonizadora, sino una creación histórica nueva, lanzada hacia el azaroso destino de procurarse una identidad nacional.”

No quedan dudas acerca de la influencia del pensamiento católico en los procesos de emancipación americana, en particular las ideas de Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, que a mi entender tuvieron una vinculación más profunda que las ideas jacobinas. La conocida expresión de Artigas en el congreso de Abril de 1813: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana” se enraíza directamente con el principio de la soberanía popular esgrimido por Suárez y la idea de retroversión de la soberanía a su titular, el pueblo.

Sería imposible comprender nuestra historia sin integrar la dimensión religiosa y el papel de la Iglesia en el desarrollo de la civilización hispanoamericana.

La iglesia fue fundadora de villas y ciudades como lo hacían las autoridades civiles. Así en cada pequeño centro poblado levantaba un oratorio, una capilla, aglutinaba pobladores y cuando cobraba cierta importancia lo convertía en parroquia. Sobre este tópico, Rodolfo Puiggrós sostiene que las órdenes religiosas “fueron los más metódicos, racionales y perseverantes agentes del tipo de colonización hispana”. Y a la vez fue nombradora de un nuevo paisaje de topónimos. Pero fue nombradora con un criterio de sincretismo y así los nombres fusionan la dimensión religiosa con lo autóctono: Nuestra Señora del Rosario con el guaranítico Paraná, la Purísima Concepción con el indígena Uruguay, San José de Gualeguaychú, San Antonio de Gualeguay, Asunción del Paraguay.

Sin dudas, lo más notable de esa conjunción entre lo americano indígena o preexitente a la ocupación europea y el cristianismo es la experiencia de la misiones jesuíticas entre los guaraníes. Esa enorme tarea de armonizar cosmovisiones, hallar puntos en común y acelerar un proceso civilizatorio notable, se vio frustrada precisamente por la Europa retardataria que expulsó a la Compañía. No obstante gran parte de la tarea se salvó y permanece hoy no solo en la ruinas de los pueblos misioneros sino en la identidad de esta vasta región que hoy comprende a tres países.


Artiguismo y religiosidad

Artigas nació en un ambiente católico: en 1764, en el Montevideo colonial. El entorno cultural que rodeó el nacimiento de Artigas era católico. Según un autor (Pedro Gaudiano, Artigas católico, Universidad Católica, Montevideo 2002, 396 pp.). Artigas pertenecía a una familia cristiana, católica, y hoy diríamos “comprometida” o “practicante”. Artigas se educó en el colegio del convento San Bernardino de los padres franciscanos de Montevideo. Y aquellos franciscanos maestros de Artigas fueron los grandes ideólogos de la revolución.

Los maestros de Artigas se habían formado en la Universidad de Córdoba, en Argentina. Allí se estudiaban las doctrinas del jesuita español del siglo XVI Francisco Suárez.

Con esos antecedentes Artigas supo comprender la religiosidad de su pueblo como un componente esencial de la cultura. En particular esta comprensión los llevó a estrechar lazos con las comunidades indígenas, como fue el caso de los guaraníes misioneros formados por los jesuitas en la doctrina cristiana. Todo el pensamiento artiguista está atravesado por los valores del cristianismo. Su sistema político, como dijimos influido por Suárez y también Francisco de Vitoria, se valió de esos sacerdotes que conformaron su secretariado: Monterroso, Larrañaga, Solano García entre otros.

“A comienzos del siglo XIX los sacerdotes tenían un predicamento muy grande sobre la población de la Banda Oriental. La mayoría absoluta de los clérigos adhirió al movimiento revolucionario y oficiaron como ‘propagandistas’ del mismo. Las autoridades españolas dejaron sendos testimonios de la eficacia de esta prédica y los males que causaba a la Corona.” (Sansón, 262)

En tanto Ana Bianchi sostiene que “la preocupación de Artigas por la Iglesia era política, pero de una naturaleza que no difería de la que sustentaron los ilustrados españoles hasta 1808: colaboración con el régimen.” (Bianchi, 188). No obstante que “la mentalidad imperante atribuía a la religión una función cohesionadora” y “no escapó a la visión estratégica de Artigas -dice Sansón, no se puede reducir la iniciativa a estos términos porque implica desconocer sus sentimientos profundos.”

Y ya en su exilio paraguayo lo vemos a Artigas rezando el rosario junto a sus vecinos, en su mayoría guaraníes, como lo menciona su hijo José María cuando lo visitó:

“Aquellos vecinos de Ibiray –escribe-, aquellos pobres que tanto quieren y veneran a mi padre, se reúnen con él para rezar el rosario, cuando el toque de oraciones de las campanas distantes llega hasta ellos de la Asunción, los vi todos los días en el mismo sitio. Mi padre hacía coro; los demás arrodillados en torno suyo, contestaban las oraciones, muchos de ellos, la mayor parte, en guaraní. En concluyendo, todos se retiraban a sus casas, después de saludar, uno a uno, con veneración al viejo, éste entraba a paso lento en su rancho, y se acostaba muy temprano.” (Sansón, 271)


Tomamos por caso la fundación de Purificación, un campamento militar que hacía las veces de capital de la Liga de los Pueblos Libres, donde Artigas Artigas estableció una escuela y requirió para ésta a un religioso cuya doctrina franciscana facilitó la adhesión de su orden a la revolución. El propio nombre de “Purificación” nos delata la concepción religiosa, tan vez por inspiración del cura Monterroso. Lo mismo podemos decir de la fundación de Carmelo puesto bajo la advocación de la Virgen del Carmen.

No significa que propiciara un gobierno teocrático o algo similar. Al contrario, al parecer en los proyectos constitucionales y en la Instrucciones del Año XIII pone énfasis en la libertad religiosa: en el artículo 3º indica que se “Promoverá la libertad civil religiosa en toda su extensión imaginable.” En tanto que el artículo 2º del Proyecto de Constitución de la Provincia Oriental de 1813 dice: “Toca igualmente al derecho y al deber de todos los hombres en sociedad, adorar públicamente al Ser Supremo al Gran Creador y Preservador del universo, pero ningún sujeto será atropellado molestado, limitado en su persona, libertad o bienes, por adorar a Dios en manera y ocasión le agrade… con tal de que no perturbe la paz pública, ni embarque a los otros en un culto religioso de la Santa Iglesia Católica”.

Aquí seguramente entra a jugar la relación de Artigas con las jerarquías eclesiásticas y el patronato en competencia con las facultades que reclamaba el gobierno de Buenos Aires. Artigas reclamaba para sí la herencia virreinal del privilegio de patronato para nombrar autoridades religiosas, igual que lo requería Buenos Aires. Varios son los oficios de Artigas protestando por la intervención de Buenos Aires en el nombramiento de sacerdotes en la provincia Oriental. Como ejemplo consignamos la orden dada al presbítero Dámaso Larrañaga (cura de la Iglesia Matriz de Montevideo desde el 28 de abril de 1815) en diciembre de 1815 para que “no acepte a ningún cura nombrado por Buenos Aires”.

¿Quiénes fueron los religiosos que adhirieron a la causa artiguista?

Una sucinta nómina nos dará una idea de su presencia en el entorno del caudillo.


Dámaso Larrañaga

Sacerdote, sabio naturalista, escritor, personalidad política de su tiempo. Fue delegado en Buenos Aires, ante la Asamblea General Constituyente de 1813, y actuó luego en el Congreso de Capilla Maciel. Colaboró con Artigas y fue el fundador de la Biblioteca pública en 1816 (formada en gran parte con una donación de la biblioteca privada del padre Pérez Castellano). Luego se enemistó con el caudillo y tras su exilio, en 1821 tomó parte en el Congreso Cisplatino, en cuyo seno votó la incorporación de esta Banda a Portugal.

Asimismo, en 1821 Larrañaga fundó la Sociedad Lancasteriana destinada a implantar ese método de enseñanza. La escuela lancasteriana funcionó en una sala del Fuerte hasta fines de la dominación brasileña. En 1824 fue designado Vicario Apostólico.


José Benito Monterroso

Monterroso fue su asesor y su escribiente en el gobierno de Purificación. Había nacido en Montevideo en el año 1780 y era el mayor de seis hermanos, entre quienes se contaba Ana Monterroso, esposa del jefe de los 33 orientales, general Juan Antonio Lavalleja.

Estudió en Montevideo, con los franciscanos y luego se ordenó sacerdote en Buenos Aires el 30 de julio de 1799.

Se dedicó inicialmente a la docencia y en 1803 asumió la cátedra de filosofía en la Universidad de Córdoba. En 1807, siempre radicado en Córdoba, se hizo cargo de la cátedra de Teología y adquirió un prestigio de ilustre doctor que su actuación política posterior llegaría a borrar casi totalmente.

Profesó como fraile franciscano, pero luego abandonó todos sus cargos y acompañó a Artigas como secretario, siendo autor de sus proclamas. Muchos le atribuyen la paternidad de las instrucciones de los diputados orientales a la asamblea del año XIII. Tras el exilio de Artigas en el Paraguay se unió al proyecto del caudillo entrerriano Francisco Ramírez fundador de la efímera República de Entre Ríos en 1820.


José Leonardo Acevedo

El padre Acevedo acompañó a Andresito en toda su vida de campaña. El líder guaraní cristiano le llamaba "mi compañero".

Era oriundo de Córdoba e ingresó al convento franciscano de esa provincia donde fue ordenado sacerdote en 1812. Se inició como cura en la Villa de Mandisoví, Entre Ríos y se vincula al artiguismo a través de Domingo Manduré. Luego es nombrado capellán de las tropas artiguistas de Entre Ríos que estaban al mando de Francisco Ramírez. Finalmente se vincula con Andrés Guacurarí oficiando como secretario.

Fue detenido en 1819 por el ejército portugués a orillas del Río Uruguay y conducido a prisión en la Ilha das Cobras de Río. Amnistiado en pésimas condiciones de salud volvió a la Banda Oriental en 1822, el mismo año que Andresito moría en prisión.


Fray Solano García

En Concepción del Uruguay (Entre Ríos), y bajo la protección del Comandante artiguista José Antonio Berdum, encontramos al cura Fray Solano García, párroco de la Inmaculada Concepción, que fundó una escuela privada y gratuita donde se aplicaba -por primera vez en América- la metodología lancasteriana. También es conocido Solano García por la impresión de las conocidas barajas artiguistas con consignas de propaganda revolucionaria.


Otros curas

En otros religiosos que prestaron servicios con Artigas podemos mencionar José Valentín Gómez, cura vicario Florida y Santiago Figueredo, cura vicario de Canelones; Mateo Vidal, diputado ante la Asamblea del Año XIII, José Manuel Pérez, Manual Antonio Fernández, José Valentín Gómez, Tomás Gomensoro, José María de la Peña, Juan José Ortiz, León Porcel de Peralta, Manuel Amenedo Montenegro, José Benito Lamas y Juan Francisco Larrobla, entre otros.

*Publicada originalmente en la revista Huella (2021). N° 2. Paraná.

Bibliografía

- Bianchi, Diana, Educación y cobertura escolar en el contexto del pensamiento ilustrado, en Frega, Ana, Islas, Ariadna, (2001), Nuevas miradas sobre el artiguismo (comp.), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, Montevideo.

- Sansón, Tomás, la religiosidad de Artigas, en ibíd.

10/4/25

Una película filmada en el palmar entrerriano: "Lauracha" con Amelia Bence

Rubén I. Bourlot


El territorio entrerriano fue escenario de filmaciones en los tiempos de esplendor del cine nacional. Los paisajes elegidos para rodar las principales escenas de “Lauracha” fueron los del palmar colonense y tuvo como protagonista a una locomotora que surcaba las vías del tramo que unía Concordia con Concepción del Uruguay. Finalmente fue estrenada el 11 de octubre de 1946.

Ofelia de Elía de Bertolyotti recuerda en su Historia de 1° de Mayo (departamento Uruguay): "En los bellos paisajes del Palmar de Colón, se rodó la película ‘Lauracha’ que protagonizó Amelia Bence. En esta película actuaron muchos peones de los obrajes cercanos y habitantes de Ubajay. Cuando los encargados del cine pasaron la película, tuvieron que repetirla durante una semana en matiné y de noche. Los que participaron en la película no se conformaron con verse una vez y tan rápido." Uno de esos vecinos extras que se recuerdan es don “Cundicho” Cáceres.

La citada proyección se hizo en un galpón de Ubajay según testimonia una vecina del lugar.

Hoy es una obra muy difícil de hallar y solo rescatamos para esta crónica un fragmento de cinco minutos donde se pueden apreciar escenas en el Palmar. Comenta Mirta María Colazo, vecina del lugar, que se filmó en los alrededores de la estación de Ubajay. Incluso hicieron tomas de algún parroquiano desprevenido que circulaba por el lugar, como David “Duveley” Hejt sorprendido cuando viajaba en su sulky.


Años después, en 1971, se filmó en el palmar colonense “Balada para un mochilero” con la actuación de José Marrone.

Como lo testimonia el texto transcripto el cine en los pueblos y pequeñas localidades era todo un suceso. Y más como en este caso que la filmación se llevó a cabo en la localidad con “extras” de la zona.

Laurachas es una película de la época del blanco y negro que fue dirigida sucesivamente por Ernesto Arancibia, Arturo García Buhr, Enrique Cahen Salaberry y Antonio Ber Ciani según el guion de Hugo Mac Dougall sobre la novela de Otto Miguel Cione que se estrenó el 11 de octubre de 1946 y que tuvo como protagonistas a Amelia Bence, Arturo García Buhr, Nelo Cosimi, Ilde Pirovano y Malisa Zini. Como se puede observar, filmada parcialmente en Entre Ríos, tuvo un rodaje complicado en el que terminaron interviniendo cuatro directores. Según las crónicas de la época, a principios de la década, la producción cinematográfica había entrado en crisis a partir del estallido de la guerra en Europa y la consecuente escasez de celuloide provocada por el bloqueo norteamericano como respuesta a la neutralidad del país ante el conflicto.

“Se trata de una película de época con gran despliegue -comenta el reconocido crítico Claudio España- dirigida por Ernesto Arancibia y Amelia Bence como primera figura pero como se atrasó el rodaje Bence se tuvo que ir de Pampa Film donde se filmaba a los estudios San Miguel donde había firmado un contrato. Se fue Arancibia y Arturo García Buhr, que integraba el elenco, fue el encargado de continuar el rodaje. García Buhr era muy buen director y actor. Pero luego le dieron la película a Enrique Cahen Salaberry para que tratara de terminarla. Y otro director, Antonio Ber Ciani, también puso la mano y Amelia Bence volvió para terminar sus escenas. Y hasta dicen que como un actor del elenco había muerto (sería Nelo Cosimi) fue contratado Pepe Iglesias para que tratara de doblar la voz del actor que había filmado las escenas si terminar de grabar sus diálogos”.


EL ARGUMENTO

Según las críticas se trata de una verdadera joya del cine argentino, en donde libro, protagonistas y escenarios eran de una gran calidad, y sus historias, sin perder el tinte local -estancias argentinas en este caso- tocaban los dilemas universales humanos.

En síntesis el filme es una historia dramática, de ambiente rural, donde una mujer de fuerte carácter, muy bella pero arrogante y seductora se encuentra con un visitante audaz, seguro de sí mismo, interesante y que no parece caer en sus redes amatorias. En el trascurso de la historia el hombre terminará enamorándose pero al final la abandona y se desata la tragedia.


EL LIBRO

La novela “Lauracha: la vida en la estancia” de Otto Miguel Cione Falcone que da origen al argumento, fue publicada en Buenos Aires en 1906 con singular éxito entre los lectores que mereció varias reediciones.

“’Lauracha’ no solo es la pintura de ‘la vida en el campo’ -prologa Leopoldo Thévenin en la tercera edición de 1911- (…), es, además, la psicología de una mujer extraordinaria y la historia de un amor que, en sus exaltaciones más extremas, llega primero a la crueldad y acaba por fin en la muerte (…). Toda la poesía de los campos, todo el misterio de su soledad y su silencio encontraron en estas páginas un eco.”

El autor de la novela nació en Asunción del Paraguay pero desde niño se radicó en Uruguay. Fueron sus padres Pascual M. Cione y Ángela Falcone, ambos nacidos en Italia. Utilizó el seudónimo "Martín Flores" para publicar artículos en varios diarios del país de adopción, entre ellos La Mañana. Fue crítico teatral de El Plata, El País, El Diario, Crítica e Idea Nacional. Muchas de sus obras dramáticas fueron representadas en varios países de América y Europa. Otras fueron adaptadas para otros formatos como el cine; este es el caso de Lauracha.

Fue cónsul de Uruguay en Concordia, Argentina, y Director de la Biblioteca Central de Enseñanza Secundaria del Uruguay en 1937.


EL GUIONISTA

El autor de la adaptación de la novela es Hugo Mac Dougall, un escritor, periodista y guionista muy reconocido en la época y no solo en nuestro país. En 1947 se casó con Nora Lagos, bisnieta de Ovidio Lagos fundador del diario La Capital de Rosario. La propia Nora en 1953 accedió a la dirección del diario otorgándole una impronta particular que le valió la persecución. Pero esta es otra historia.

Viviana Mac Dougall, descendiente de la familia, nos aporta datos sobre Hugo cuyo apellido real era Macías hijo de Margarita Mac Dougall que se casó con José María Mascías oriundo de Reus, Tarragona, España. Nació el 9 de diciembre de 1901 en Buenos Aires y falleció en la misma ciudad el 15 de mayo de 1976.

Su abuelo fue Hugh Mac Dougall, un escocés que emigró a Argentina casado con Janet Douglas y se radicó en 1825 en la provincia de Entre Ríos. Fue propietario de varias estancias ganaderas en el departamento Gualeguay, tuvo 18 hijos según algunas referencias genealógicas, y falleció en la zona el 28 de mayo de 1884. 

 

Escenas del filme


 

9/4/25

De nuestra industria perdida: Un camión que era un avión

 Rubén I. Bourlot

En 1986 comenzaba en Paraná el proyecto de construcción de un camión con un novedoso diseño realizado por Oreste Berta y detalles de avanzada como era un novedoso freno de discos y computadora de a bordo. Al año siguiente se inició la fabricación con una buena repercusión en el mercado. Al cabo de una década, por diversos factores, se dejó de producir.

La experiencia del camión Feresa es una de las tantas frustraciones de la industria automotriz argentina. En nuestro país esta industria, como muchas otras que hubieran terminado de modelar un desarrollo distinto al agroexportador, nunca terminó de arrancar. Hubo varios intentos como los planes estatales de las décadas del ’40 y ’50 que iniciaron la producción, desde automotores hasta aviones, con el aporte de un importante capital tecnológico y posibilidades de abastecer el mercado interno y latinoamericano. Japón lo hizo en su momento, también Corea del Sur – un país pequeño, dividido y jaqueado por la guerras - y hoy la India. Pero en Argentina no fue posible. Los primeros pasos dados entre 1945 y 1955 se frustró por la interrupción del proceso político con el golpe de estado de 1955 que derrocó al peronismo.

También desde las iniciativas privadas se llevaron adelante proyectos de desarrollo muy auspiciosos como la fabricación de cosechadoras automotrices, motocicletas, automotores y tractores. Con el viento a favor de políticas de estado que protegían la industria tuvieron un éxito momentáneo hasta que el cambio hacia el aperturismo fomentando la competencia salvaje con productos importados las hizo caer. Algunas empresas sobrevivieron reconvirtiéndose en importadoras.

Un avión

En 1986, en la ciudad de Paraná (Entre Ríos) una empresa metalúrgica apostó nuevamente a la producción de un vehículo utilitario que tuvo buena repercusión. Se trataba de un camión de cuatro toneladas de carga con un moderno diseño de su cabina salido de la creatividad de Oreste Berta – el mismo que diseñó el recordado Torino -. Bajo la denominación de FERESA AV 120 y con el lema “Un avión en la ruta” se lanzó al mercado con una buena repercusión.

En ese año se elaboró el proyecto y al año siguiente concluyen el prototipo que se lo somete a pruebas a lo largo de 150.000 kilómetros con resultados muy satisfactorios. Posteriormente se realizan otros dos prototipos y comienzan los trabajos para la producción seriada en la planta que la empresa poseía en el Parque Industrial General Belgrano de la ciudad de Paraná.

Detalles técnicos

El FERESA estaba equipado con un motor Perkins de 6 cilindros y chasis de tipo escalera remachado, para sistema pesado, con formato rectilíneo.

La cabina, era de tipo monocasco, frontal de PRFV (poliéster reforzado de fibra de vidrio), rebatible a 57 grados, de concepción aerodinámica, con gran ángulo de visibilidad, volante de dirección con distintas posiciones y panel de instrumentos completo con indicadores ópticos.

Era el único camión de producción nacional, equipado con frenos a disco en las ruedas delanteras y traseras. Como equipamiento opcional, se incluía una computadora de a bordo, también producida en Paraná, destinada a servir de ayuda al conductor, indicando en forma auditiva y visual la aparición de alguna falla. Por medio del teclado se podían obtener datos útiles de marcha, como ser: consumo instantáneo, autonomía, tiempo transcurrido desde el arranque del motor, velocidad promedio, temperatura exterior, etc. Mediante funciones de alarma anunciaba falta de presión de aceite en el motor, exceso de temperatura, nivel inadecuado del líquido de freno, control de freno y antirrobo con el motor detenido.

Un bajo coeficiente de penetración aerodinámico le permitía un reducido consumo de combustible. Podía alcanzar una velocidad máxima de 125 kilómetros por hora. La caja de cinco marchas le posibilitaba mantener una velocidad crucero de 100 kilómetros, sin mayores esfuerzos para el impulsor.

A lo largo de una década se comercializó el vehículo en la región hasta que por falta de apoyo poco a poco fue perdiendo puntos de venta, sumado a las políticas de apertura del mercado implementadas de la década del ’90 que favoreció la llegada de rivales de diversas latitudes, cesó su fabricación.

Cómo hizo Corea del Sur

A comienzos de los años 60, Corea era una nación dividida y empobrecida. La República del Sur inició un plan quinquenal para promover la economía que reservó un lugar privilegiado para la industrialización y la motorización del país. Se prohibió la importación de automóviles completos y se facilitó el ensamblado de kits reduciendo, hasta casi su eliminación, los aranceles a la importación de piezas. Sin apoyo tecnológico y con una industria precaria, los pioneros tendrían que limitarse a establecer sus bases y negociar el ensamblado de productos extranjeros.

Así en 1967 nacía el primer “coche coreano”, que no era otra cosa que un Ford Cortina ensamblado por Hyundai. Pero gracias, una vez más, al proteccionismo del gobierno, fabricantes locales como Hyundai comenzaron a establecer sinergias con los grandes grupos automovilísticos internacionales y también a beneficiarse de su know-how y a adquirir multitud de tecnologías.

Hyundai cerró su alianza estratégica con Ford y años más tarde Daewoo haría lo propio con General Motors tras fabricar kits de Toyota. Mientras tanto Kia, que aún no era dependiente del Hyundai Motor Company, ya estaba en negociaciones con Mazda. Aun así el elevado costo de las piezas y el cierre a la importación con muchas fronteras, hacían que los productos coreanos fueran demasiado caros, por no hablar de su ínfima calidad.

Pero las bases de la industria de Corea del Sur, tal y como la entendemos hoy en día, ya se habían sentado. A finales de los años 70 la producción superaba las 200.000 unidades y más de un 90% de los coches que se comercializaban en la nación habían sido fabricados en casa. Hyundai ya había lanzado el que de verdad era el primer coche coreano, el Pony, y había iniciado las exportaciones en Ecuador y más tarde en Canadá, aunque no sería hasta 1986 cuando aterrizarían en los Estados Unidos y comenzarían a llevarse todos los elogios posibles por su bajo coste. Lo suyo no fue llegar y besar el santo, pero casi.

1/4/25

Entrerrianos por las Malvinas

 Rubén I. Bourlot


El 2 de abril de 1982 la recuperación del territorio de la Islas Malvinas constituye la gesta más importante del siglo XX y es uno de los hechos políticos que marcan un antes y un después en la historia de la nación.

La batalla por las Malvinas que se desata tras la intervención de la armada de Gran Bretaña constituye un nuevo episodio de nuestras luchas por independencia definitiva de la patria, que se inicia a principios del siglo XIX.

Y los entrerrianos no estuvieron ausentes a lo largo de los dos siglos de conflictos. El primero fue el guaraní Pablo Areguatí, aquerenciado en Mandisoví, que en 1824 fue nombrado comandante militar de la isla Soledad.

El incidente malvinero de 1982 fue el desenlace de una serie de acontecimientos que se inician en 1833 cuando el reino de Gran Bretaña se apodera por la fuerza de esta porción del territorio nacional.

De nuevo un entrerriano es protagonista. El gaucho Antonio Rivero se alzó ante la ocupación y levantó bien alto la bandera argentina en esas inhóspitas tierras hasta que Rivero y sus gauchos son tomados prisioneros. En 1836, un decreto de la Sala de Representantes de la provincia insta al gobierno nacional -el encargado de la Confederación Juan Manuel de Rosas- a exigir al gobierno británico el reconocimiento de “los incuestionables derechos que tiene la República a las Islas Malvinas, y en su consecuencia, se obligue a desocuparlas, e indemnizarlas a esta República de los perjuicios que ha recibido por su violenta ocupación”.


Reclamo permanente

A partir de ahí, y a lo largo de un siglo y medio, se sucedieron reclamos diplomáticos, resoluciones de las Naciones Unidas y la solidaridad de cientos de países del mundo, a los que el Reino Unido hizo caso omiso.

En las décadas de 1960/1970 las relaciones con el país usurpador pasaban por una especie de primavera que alentaba un principio de negociación. Pero, tras la asunción del gobierno conservador de Margaret Thatcher se cerraron todas las posibilidades de una solución diplomática y se inició la escalada que terminó el 2 de abril de 1982 con la reintegración al suelo patrio de las Malvinas por parte de las fuerzas armadas.

La recuperación y el posterior enfrentamiento armado, provocó la adhesión unánime del pueblo argentino que se volcó a las plazas y demostró su solidaridad con los combatientes. El Diario, en su edición del 10 abril muestra notas gráficas con la gran movilización del pueblo de Paraná.


Contar cuentos en Malvinas

También en Paraná José Luis Navarro, un hombre ya mayor, chileno de nacimiento y de extensa trayectoria en el teatro, el circo y el radioteatro, abrazaba la causa con las armas que tenía. En una carta dirigida al Comandante de la Segunda Brigada de Caballería Blindada de Paraná se ofrece “con mi arte y mi profesionalidad, dispuesto, si es necesario a ir a la Islas Malvinas aunque más no sea a tocar la guitarra o contar un cuento, porque también soy cuentista (…)” Nunca obtuvo respuesta. El comandante estaría para cosas más importantes.

Por su parte muchos sectores intelectuales del país, políticos que despertaban de entre las sombras de la tiranía, banqueros y muchos empresarios se mostraban dubitativos, temiendo que nos íbamos a “descolgar” del poderoso Occidente, que nos íbamos a ir del Mundo.

La prensa fluctuaba entre las noticias sensacionalistas, el triunfalismo superficial, y la crítica solapada a la “decisión inoportuna” o a la “aventura militar” del gobierno de entonces.

En tanto en Malvinas, el gobierno argentino nombraba a su capital como Puerto Rivero, designación que fue cambiada días después por Puerto Argentino, ante la reacción de la cúpula de la Academia Nacional de la Historia que emitió un dictamen lapidario negando la trascendencia a la actuación del panza verde Rivero.

Durante el transcurso del enfrentamiento contra la Task Force británica se produjeron episodios de heroísmo de nuestros combatientes y la acción de las fuerzas armadas argentinas les provocaron serios daños que la pusieron al borde de la derrota, solo superada con la oportuna ayuda de los Estados Unidos. Las tropas argentinas provocaron al invasor una considerable pérdida de barcos y de aviones, y aún hoy hay dudas acerca de las bajas que reconocen los ingleses: 255 muertos y 777 heridos.

Unas 24 naves de la escuadra naval de la corona británica recibieron los proyectiles argentinos. Siete embarcaciones fueron hundidas, cinco resultaron fuera de combate y otras doce quedaron con averías de consideración.

El gobierno de entonces, un régimen de facto que se decía aliado al mundo “occidental”, omitió hacer la guerra por todos los medios para profundizar el daño al enemigo. No embargó los activos económicos de propiedad británica y de sus aliados radicados en el país, no suspendió el envío de las remesas del pago de la deuda externa de entonces a los países beligerantes ni expropió las grandes extensiones de tierras propiedad de súbditos de la reina británica.

Un párrafo aparte merece la etapa de la llamada “postguerra” cuando se comenzó a descreditar este acontecimiento. La campaña de desmalvinización pretendió ocultar deliberadamente los hechos. El retorno de los combatientes se hizo a las sombras, sin homenajes, sin el debido reconocimiento a los actos de heroísmo y con acusaciones infundadas en la mayoría de los casos, a la oficialidad que tuvo la responsabilidad de conducir las acciones en el campo de batalla. La fecha del 2 de abril fue borrada del calendario de días conmemorativos.

Con los años vino el reconocimiento a los combatientes, pausado y a regañadientes. Fueron 34 los entrerrianos que ofrendaron su vida en las turbas australes, y los que sobrevivieron al final lograron ser considerados como veteranos. Calles y otros lugares públicos de ciudades y pueblos de la provincia llevan hoy los nombres de los combatientes.

20/3/25

El incendio de una promisoria industria tecnológica en Paraná

Rubén I. Bourlot


Una promisoria industria tecnológica radicada en Paraná terminó frustrada por un incendio a mediados de la década del 80. Se trataba de una fábrica de computadoras y calculadoras que se comercializaban con la marca Czerweny, una compañía que apostaba a una industria de punta.

El 10 de junio de 1986 al atardecer el fuego se apoderó del local de la fábrica ubicada en el kilómetro cinco y medio de la ruta 11, acceso sur de Paraná. Los bomberos rápidamente se hicieron presente, consigna la noticia publicada por EL DIARIO, y lograron apagar las llamas en las primeras horas de la noche pero la destrucción fue total. Se perdió la producción y todos los insumos. Lo positivo de la información es que no hubo ninguna víctima.

La empresa tuvo su origen a partir del arribo de Tadeo Czerweny, nacido en 1909 en Ucrania, a Gálvez, Santa Fe, en 1913. En el lugar fundó su primer taller electromecánico que se transformó en una pequeña fábrica montada en la vecina localidad de El Trébol. De vuelta en Gálvez fundó junto a sus cinco hermanos la que luego sería una de las más importantes fábricas de motores eléctricos del país.

En 1958 Tadeo se desvinculó de la sociedad para dedicarse a la fabricación de elementos y accesorios electromecánicos y luego específicamente transformadores, fundando su empresa unipersonal en 1969. Un tiempo después, Hugo Mazer y Oscar Crippa, dos exempleados de IBM, se integraron a la compañía para fundar la división electrónica de Czerweny con una planta en Paraná, en el kilómetro 5,5 de la Ruta Provincial 11, que diseñó la primera calculadora electrónica totalmente nacional, de la que lograron venderse 100 mil unidades.

Poco tiempo le duró la buena estrella. Con el Rodrigazo de 1975 que devaluó abruptamente la moneda y el golpe de Estado del 76 que impuso el modelo económico del ministro Alfredo Martínez de Hoz se vieron invadidos por calculadoras importadas. De esta manera, tuvieron que pasar de fabricantes a importadores, algo que no estaba en el ADN de los empresarios.


Las computadoras ZC

En 1982, luego de la guerra de Malvinas, la división electrónica renació con el fin de importar las Computadoras ZX Spectrum de la británica Sinclair, pero por el bloqueo comercial hacia las marcas inglesas tuvieron que renombrar los productos con una denominación local. También habían ganado un contrato como proveedores de IBM y ante la necesidad de montar nuevas instalaciones para esa producción utilizaron el local de Paraná, Entre Ríos. Prontamente, la nueva fábrica se puso en funcionamiento y comenzó la producción de las fuentes. Simultáneamente obtuvieron la representación de National Semiconductors, lo cual les facilitó importar ciertos chips para experimentar. Con esta experiencia los socios Mazer y Crippa empezaron a soñar con producir computadoras hogareñas, esas primitivas “computers” como se llamaban en la época, que tímidamente se iban instalando en las oficinas.

Dos décadas antes de esta incipiente industria había llegado al país la primera computadora científica bautizada Clementina. Era un armatoste que no tenía teclado ni monitor, contaba con 5Kb de memoria RAM y con sus 18 metros de largo ocupaba toda una habitación. Fue traída por el Instituto de Cálculo y la carrera de “Computador Científico” de la Universidad de Buenos Aires.

Decididos a picar en punta en la industria tecnológica los socios de Czerweny le ofrecieron a Sinclar, que fabricaba la Spectrum, clonar los equipos poniéndole el color local para romper las restricciones del conflicto por Malvinas. Dieron el puntapié inicial y en 1983 Sinclair, a través de la subsidiaria portuguesa Timex, les proveía a Czerweny los chips para la fabricación de las microcomputadoras en el país. A partir de aquí, la empresa paranaense iniciaría una pequeña revolución informática. El primer modelo que hicieron fue el CZ 1000, tomando las siglas de Czerweny para, además, aprovechar el histórico posicionamiento de la marca. Czerweny registró la marca CZ para utilizarla en toda la línea de computadoras electrónicas. De a poco casi todos los componentes, salvo los chips, se fueron copiando y produciendo en el país. Los circuitos impresos, carcazas, fuentes de alimentación, envases especiales, cables y demás accesorios eran fabricados en la planta de Paraná o adquiridos a proveedores locales, lo que permitía un porcentaje de integración nacional superior al 80%. Los equipos contaban con una entrada para el popular Joystick y el revolucionario botón reset. La empresa llegó a fabricar en el país unos 4000 equipos por mes y ocupaba a 70 personas.


El final no anunciado

En 1986 llegó el final no anunciado. EL DIARIO de Paraná, de once de junio de 1986, en su primera plana informaba sobre un “voraz incendio en una planta industrial” acompañada de una fotografía de los bomberos intentado sofocar las llamas. Según testimonios recogidos por el periódico el día anterior a las 17 horas vecinos del lugar empezaron a sentir olores en la planta que estaba cerrada por el feriado; en esa época se recordaba el 10 de junio la reafirmación de los derechos sobre las islas Malvinas. A las 19,30 el fuego se hizo visible y minutos después llegaron los bomberos. Hacia las 23 el incendio se había apagado pero las llamas ya habían hecho su trabajo. Se quemó todo el equipamiento, la producción y el stock de insumos. No hubo víctimas humanas y no se pudieron establecer las causas del siniestro.

El traspié dejó en una situación de quebrando a la empresa. Los equipos destruidos habían sido cedidos a consignación por IBM y además tenían deudas con la compañía Czerweny de Gálvez. Unas 70 personas quedaban sin trabajo. Por un tiempo siguieron operando en un pequeño galpón en el puerto de Paraná, donde habitualmente depositaban el remanente de equipos que les quedaban. “Teníamos contrato con un instituto de enseñanza de Buenos Aires que vendía cursos de informática con nuestra computadora –dice Hugo Mazer en una entrevista-. Este fue el último cliente que tuvimos, por el año 87. Luego de cumplir con una tanda de equipos, se terminó para siempre nuestra aventura con las Spectrum”.



12/3/25

Las vacunas, las ideologías y las historias que se repiten

En agosto de 2020 el mundo se enteraba que Rusia había culminado los estudios para aprobar la primera vacuna contra el coronavirus 2019. Este acontecimiento no estuvo exento de polémicas por posiciones ideológicas y geopolíticas, algo que se emparenta con los sucedido a principios de los ’90 con la vacuna cubana contra la meningitis.
Estos hechos en el contexto de una pandemia inédita en los últimos tiempos cobran historicidad y nos interpelan para ir elaborando una interpretación de la historia reciente. Hacer historia con hechos cercanos en el tiempo, si bien puede resultar incómodo porque se trabaja en las arenas movedizas de lo que está sucediendo, es necesario. Tradicionalmente se sostenía que había que dejar decantar en el tiempo los acontecimientos para ganar en perspectiva, separar el sujeto del objeto de estudio. Pero son solo excusas para evitar probables polémicas. Sabemos que en el objeto de la historia siempre está involucrado el sujeto que lo indaga, el historiador, más allá del tiempo que hay transcurrido.
Para describir hechos inmediatos y apartarlos del terreno periodístico, ponerlos en contexto, como es a la omnipresente cuestión de las vacunas contra el Covid19 y las fronteras ideológicas, podemos remitirnos a algunas décadas atrás cuando otras polémicas mantuvieron el vilo a la comunidad, aún sin la hegemonía de internet y las redes sociales. En las décadas transcurridas entre 1980 y 2000 el debate giraba alrededor de las propiedades casi milagrosas del aloe vera para combatir el cáncer y las promesas de la crotoxina (veneno de la serpiente cascabel) que, con el mismo objeto, venían de la mano de las investigaciones del doctor Juan Carlos Vidal. Mientras el aloe se consumía en improvisados brebajes, la crotoxina se debatía en los ámbitos científicos y en los medios de comunicación, tanto que terminó siendo prohibida por la falta de evidencias sobre su efectividad.


El AZT y el SIDA
Otra polémica de menor intensidad, con anclaje en Entre Ríos, tuvo como protagonista a un laboratorio de Paraná que trabajosamente lograba que las autoridades sanitarias autorizaran la elaboración del genérico antiretroviral llamado AZT para combatir el SIDA. Se trataba del entonces laboratorio Filaxis fundado por el doctor Antonio Bouzada. En 1992 lograba lanzar al mercado el novedoso producto con un inédito impacto en los medios de alcance nacional como Somos (“La increíble historia del AZT argentino”), Gente (“AZT made in argentina”), Negocios, entre otros. En la nota de la revista Gente se anunciaba que “en 60 días, la Argentina se trasformará en el cuarto país del mundo que frena parcialmente el virus de SIDA: el AZT. El laboratorio queda en Paraná, los científicos son todos argentinos y lograron que la droga tenga el mismo costo que en los Estados Unidos.”
Pero en estos debates no afloraban las posturas ideológicas como lo fue el caso de la novedosa vacuna contra la meningitis creada por el Instituto Finlay de Cuba.


La vacuna no inyecta el marxismo

A fines de la década de 1980 una noticia saltaba del críptico lenguaje de las revistas académicas a los diarios. Cuba había desarrollado una vacuna (VAC-MENGOC-BC) eficaz contra meningococo B y C, responsable de la tan temida meningitis. Y la polémica, como la conocemos en estos días con la vacuna contra el Covid19, mantuvo entretenidos a los medios de comunicación de la época. En un artículo que escribí para un medio local de Concepción del Uruguay (Semanario Hoy del 24/2/1994: “La vacuna contra la meningitis no inyecta el marxismo”) decía que “el ministerio de Salud y Acción Social quedó atrapado en una discusión sin salida y bajo la sospecha de contener elementos políticos ajenos a la problemática de la salud por el origen del fármaco. No sería un pensamiento temerario imaginarse alguna mano de nuestros ‘hermanos carnales’ del Norte muy preocupados por la salud… de sus propios laboratorios.” Y concluía: “No le tengamos miedo que con esa vacuna no se inyecta el virus del marxismo (bastante inocuo en estos tiempos).” Precisamente cuando Cuba negoció la patente para que un laboratorio distribuyera el antígeno a nivel internacional, Estados Unidos puso una condición en sintonía con el bloqueo: que no se le pague a Cuba con dinero, solo con alimentos. Finalmente el gobierno de la isla, necesitado de recursos, aceptó estas condiciones y la vacuna se pudo distribuir internacionalmente, salvo en Gran Bretaña que nunca la aprobó. En tanto en 1989 el diario cubano Gramma anunciaba que en Brasil la Sociedad de Pediatría avalaba la eficacia de la vacuna.
En nuestro país, entre marchas y contramarchas, recién en 1993 el Ministerio de Salud aplicó voluntariamente la vacuna cubana contra la meningitis a unos 100 mil menores de entre 3 meses y 15 años en La Pampa, donde en ese año se habían registrado 3.072 enfermos, casi un 50% más que en 1992. También en enero de 1994 el diario Clarín informaba que en Córdoba se comenzarían los ensayos para determinar la efectividad de la vacuna en niños de 5 años.

La viruela y las vacunas
Más atrás en nuestra historia, el 11 de enero de 1806 llegan a Concepción del Uruguay tres frascos de vidrio con la preciada vacuna contra la viruela, despachados desde Buenos Aires por el virrey Sobremonte. El pedido del medicamento lo hace el alcalde de la ciudad, Tomás Antonio Lavín, en diciembre de 1905 ante una inminente epidemia viruela que en ese momento azotaba Corrientes.
La introducción de la viruela, ignorada en nuestro continente antes de la llegada de los europeos, contribuyó a diezmar a los pueblos autóctonos que, como sabemos hoy, no portaban ningún anticuerpo para enfrentar al virus. Se ensayaron los más diversos métodos para combatirla sin resultados satisfactorios, hasta que llegó la vacuna salvadora.
Dice el historiador Urquiza Almandoz que la vacuna contra las viruela fue descubierta por Eduardo Jenner en 1796 y en nuestra región los primeros ensayos se llevaron a cabo hacia 1805. Primero en Buenos Aires y a principios de 1806 llegaba a Entre Ríos. “Se aprovechó fundamentalmente el arribo del buque Rosa do Río – dice el autor – que traía a su bordo varios negros vacunados portadores de pústulas frescas, además de ‘líquido vacuno conservado en vidrios’, el que fue puesto a disposición de la autoridad virreinal.”
El doctor Miguel O’Gorman fue el autor de un folleto impreso por los Niños Expósitos con “Instrucciones sobre la inoculación de la vacuna…” que se hizo circular por el virreinato. La vacunación se practicaba en forma gratuita a toda la comunidad.
Ante la presencia de la epidemia en Corrientes el virrey Sobremonte ofició al comandante de Entre Ríos Josef de Urquiza para que tomara las precauciones correspondientes. En tanto el alcalde de Concepción del Uruguay, Tomás Antonio Levín, solicitó al virrey el envío de las novedosas vacunas. El 11 de enero tres pequeños frascos llegaban a la ciudad.

El médico vacunador

Por esa época el único médico que figura registrado Concepción del Uruguay es el cirujano Antonio Monte Blanco que se hace cargo de la vacunación. Como primera medida inoculó a sus tres hijas. Algunos podrían sospechar que fue una actitud poco solidaria, pero lo cierto es que esa conducta podía generar confianza entre la población. En aquellos tiempos las vacunas no gozaban de popularidad y, como aún hoy en pleno siglo de la ciencia y la tecnología, había una fuerte resistencia a inocularse. Monte Blanco también apeló a una hábil estrategia para persuadir a la población con el aporte del párroco de la ciudad, José Bonifacio Reduello, que en los sermones de las misas machacaba con la necesidad de aplicarse la vacuna. La estrategia ya se había puesto en práctica el año anterior en Buenos Aires por el cura Saturnino Segurola. El 2 de agosto de 1805, en un acto celebrado en el fuerte (hoy Casa de Gobierno) el virrey, rodeado de sus más altos funcionarios, presenció la primera vacunación. Luego, alentó a los clérigos de las parroquias de esa ciudad de 40 mil almas y a sus alcaldes de barrio a que animasen a la gente a dejarse vacunar, tarea nada fácil de cumplir, ya que antes se precisaba convencer.
En ese mismo año Monte Blanco hizo campañas de vacunación en Gualeguaychú y Gualeguay donde tropezó con varios obstáculos por parte del alcalde local “y una plebe de curanderos” que le impedían vacunar.

Epidemias recurrentes
Pero el hecho que la vacunación sólo se ponía en práctica cuando se acercaba una epidemia no lograba eliminar la existencia de la enfermedad, y cada tanto se producían rebrotes mortíferos como el de 1846 que provocó numerosas víctimas fatales.
Por esa época la población indígena también era alcanzada por las sucesivas epidemias, lo que motivó que el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, impulsó campañas de vacunación como lo menciona el historiador Adolfo Saldías. “Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus”.
Hacia 1886 se produjeron brotes en varias localidades en nuestra provincia. En 1935 y 1936 se desató una nueva epidemia de viruela en los departamentos Villaguay y Gualeguay, que obligó a llevar a cabo la vacunación antivariólica masiva en todos los municipios. Farmacéuticos y algunos maestros se convirtieron en vacunadores.
Hoy este flagelo ya es historia. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta.
 
La imagen corresponde a un suelto publicado por el diario La Libertad de Paraná el 9 de enero de 1911.

8/3/25

Ángela Santa Cruz, maestra y filósofa

 Rubén I. Bourlot


En 2013 en oportunidad de celebrase del sesquicentenario de la fundación de la ciudad de Colón, el profesor Carlos E. Conte Grand recordaba, en un artículo, a los festejos del Centenario colonense y hacía referencia a los destacados conferencistas que se habían dado cita en la oportunidad. Y entre otras personalidades nombraba a la doctora en Filosofía Ángela Santa Cruz que disertó sobre Colón de mis recuerdos en el salón de la biblioteca Fiat Lux.

Sabido es que Colón fijó como fecha de fundación el 12 de abril de 1863 pero en esa oportunidad la conmemoración se trasladó a la semana del 11 al 20 octubre.

Pero ¿quién era esa por entonces reconocida doctora en filosofía que homenajeaba a su ciudad? La inquietud quedó en el tintero hasta que en ese inmenso volcadero de información que son las redes sociales y la misma telaraña de internet, donde todo se mezcla como en los basurales a cielo abierto, apareció el precioso dato. En ese cirujeo virtual se halló un documento publicado en la página de Facebook del Museo Histórico Regional del Colón con una crónica sobre Ángela Santa Cruz que había sido publicada por la revista Caras y Caretas el 23 de junio de 1934, firmada por Adelia Di Carlo, escritora y periodista feminista.
 

“Gran educadora”

La crónica de la revista dirigida por el entrerriano José S. Álvarez (Fray Mocho) se informa que la ya por entonces “gran educadora” había nacido en Colón, en 1883, que aunque no lo delataba su apellido, descendía de abuelos inmigrantes “suizos-alemanes” que poblaron la colonia San José. El apellido Santa Cruz provenía de su padre de origen uruguayo. Ángela cursó la escuela primaria en Colón y luego continuó sus estudios en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay donde se graduó de maestra.

La Escuela Normal tuvo también a la profesora Santa Cruz como invitada especial con motivo de la celebración de su cincuentenario en 1923. Dice una crónica de la época que entre las presencias destacadas en el acontecimiento se encontraban Trinidad y Matilde Moreno, Celia Torrá, María Angélica Balbuena, Elvira N. de Clemona, Ángela Santa Cruz, Amelia Parodi, Elisa Broggi, Odila Uncal, Ana M. Vidal, entre otras pioneras exalumnas. Y Precisamente quién tuvo a su cargo las palabras alusiva en nombre de las exalumnas fue “la distinguida Señorita Ángela Santa Cruz.” En 1932 volvió a la señera institución para rendir homenaje al exdirector Justo V. Balbuena.

Sus primeros pasos como maestra los hizo en Nogoyá y luego pasó a ejercer la dirección de la escuela graduada de Concordia. Pero la provincia le quedaba chica a la promisoria educadora y partió a Buenos Aires. En 1911 fue designada profesora de la Escuela Normal Nº 7. Posteriormente pasó por del Liceo Nacional de Señoritas donde llegó a ocupar la vicedirección.



Su tesis sobre delincuencia precoz

Santa Cruz también cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras rindiendo su tesis doctoral en 1923. En la misma abordó la temática de la Delincuencia Precoz, donde dejó en claro la importancia de "depurar los individuos a través de un ambiente de honradez y trabajo", re-educándolos y re-adaptándolos al medio social. Educación, inclusión, puntales de esta transformación. De esta manera bregaba por no convertir la reclusión en un sistema perverso que agrave la problemática. Estos conceptos, desde el punto de vista psicológico eran revolucionarios para la época.

Al respecto el historiador colonense Alejandro González Pavón sostiene que su tesis doctoral referente a la delincuencia precoz es “un tema que no había sido tratado en profundidad ni siquiera por aquellos especialistas en derecho.

“Durante la década de 1910 y los primeros años de la década de 1920, en Argentina – según su estudio – se presentaba un alto porcentaje de niños y adolescentes que tomaban la decisión (voluntaria o involuntaria) de comenzar a delinquir por las calles de distintos puntos del país; motivados éstos por diferentes factores. Y ahí está lo rico de este estudio. La Dra. Santa Cruz analiza las estadísticas de las cárceles, correccionales y hogares de transito de esta población etaria a los efectos de poder comparar años, causas, edades, tipo de delincuencia, entre otros temas de análisis. Pero todo esto, siempre enfocado desde dos aspectos: desde el contexto interno de los sujetos (intrafamiliar) y desde el contexto externo a ellos (el ámbito que los rodea)…”

 En paralelo las inquietudes de Santa Cruz desbordaron los límites de las aulas y se desempeñó en la presidencia de la Biblioteca Infantil Sarmiento, actuó en la Liga Nacional de Educación, en la Asociación Nacional del Profesorado, en la Liga Pro Alfabetismo de Adultos y fue fundadora de la Sociedad Protectora Escolar de Nogoyá. Tampoco olvidó su suelo nativo ya que en la crónica de 1934 se la menciona como delegada de la Sociedad de Beneficencia ante la Confederación Nacional de Beneficencia y el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina. También presidió la Comisión Continental de las Asociaciones Cristianas Femeninas de América del Sur. Testimonios orales la ubican también en las luchas por el voto femenino junto a Alicia Moreau de Justo y otras feministas de la época.

Falleció el 5 de marzo de 1973 y sus restos descansan en el panteón familiar del cementerio de Colón. Una calle de su ciudad natal la homenajea llevando su nombre.





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