Rubén I. Bourlot
Historiar la presencia
de la iglesia católica en la región y en toda nuestra América
significa rescatar uno de los procesos fundantes de nuestra comunidad
actual, recatar el alma identitaria de lo que somos hoy. Por ello es
válida preguntarse por qué cuando se lleva la historia a las aulas,
a la historia enseñada, hay una tendencia a irse por los extremos.
De una visión histórica liberal que soslaya las cosmovisiones
religiosas, salvo para enaltecer a personajes que resultan
funcionales a esa línea de interpretación, a un revisionismo
posmoderno que se preocupa por divulgar la leyenda negra sobre la
conquista espiritual de América. Pero un “revisionismo” bien
entendido no puede soslayar la inclusión del papel de la iglesia
católica en los currículos de la historia enseñada.
Estamos convencidos que
el componente religioso de un pueblo es el elemento esencial de su
cultura. En este caso nos referimos al catolicismo que a partir de la
irrupción de Europa en nuestra América se constituyó en uno de los
elementos cohesionadores de lo americano. Por las venas del
mestizaje, de nuestra “raza cósmica” como decía José
Vasconcelos, corre la sangre del cristianismo sincretizado, de la
lengua castellana, de los ideales hispánicos que se fusionaron y
enriquecieron con lo indígena y constituyeron un nuevo ser con altos
ideales humanísticos.
Por ello, el gran
equívoco que significó haber constituido un puñado de estados
fragmentados en lugar de la gran nación latinoamericana es una de
las tareas pendientes que nos dejaron los Libertadores.
Al decir de Darcy
Ribeiro: "El drama actual del desarrollo de América Latina
reside en gran medida en el divorcio entre sus tres élites
intelectuales fundamentales: la clerical, la militar y la
universitaria. Hasta que no haya convergencia entre esas tres élites,
no habrá vigor para la independencia de América Latina”
En tanto Alberto Methol
Ferré, el notable historiador, teólogo, amigo del Papa Francisco y
su estrecho colaborador, sostiene que “El círculo cultural
latinoamericano tiene su raíz en la Iglesia Católica: por esto los
movimientos nacional-populares no caen en el anticlericalismo
oligárquico del siglo XIX”. Y más adelante contrasta: “Sin duda
puede hablarse de un círculo histórico-cultural latinoamericano en
cuya base existe el ethos católico, así como en Estados Unidos
existe el ethos protestante”
Jorge Abelardo Ramos
por su parte, en el Meeting de Rimini desarrollado en 1984,
argumentaba que “Los españoles mezclaron su sangre con los
aborígenes de la Vieja América. Por medio de tal formidable fusión,
nació en cuatro siglos una nueva raza cultural, étnica y política,
una sociedad mestiza, criolla, de inmigración cristiana y de
paganismo cristianizado, algo muy peculiar que no resultó ser en
definitiva ni la América original ni la Europa colonizadora, sino
una creación histórica nueva, lanzada hacia el azaroso destino de
procurarse una identidad nacional.”
No quedan dudas acerca
de la influencia del pensamiento católico en los procesos de
emancipación americana, en particular las ideas de Francisco de
Vitoria y Francisco Suárez, que a mi entender tuvieron una
vinculación más profunda que las ideas jacobinas. La conocida
expresión de Artigas en el congreso de Abril de 1813: “Mi
autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia
soberana” se enraíza directamente con el principio de la soberanía
popular esgrimido por Suárez y la idea de retroversión de la
soberanía a su titular, el pueblo.
Sería imposible
comprender nuestra historia sin integrar la dimensión religiosa y el
papel de la Iglesia en el desarrollo de la civilización
hispanoamericana.
La iglesia fue
fundadora de villas y ciudades como lo hacían las autoridades
civiles. Así en cada pequeño centro poblado levantaba un oratorio,
una capilla, aglutinaba pobladores y cuando cobraba cierta
importancia lo convertía en parroquia. Sobre este tópico, Rodolfo
Puiggrós sostiene que las órdenes religiosas “fueron los más
metódicos, racionales y perseverantes agentes del tipo de
colonización hispana”. Y a la vez fue nombradora de un nuevo
paisaje de topónimos. Pero fue nombradora con un criterio de
sincretismo y así los nombres fusionan la dimensión religiosa con
lo autóctono: Nuestra Señora del Rosario con el guaranítico
Paraná, la Purísima Concepción con el indígena Uruguay, San José
de Gualeguaychú, San Antonio de Gualeguay, Asunción del Paraguay.
Sin dudas, lo más
notable de esa conjunción entre lo americano indígena o preexitente
a la ocupación europea y el cristianismo es la experiencia de la
misiones jesuíticas entre los guaraníes. Esa enorme tarea de
armonizar cosmovisiones, hallar puntos en común y acelerar un
proceso civilizatorio notable, se vio frustrada precisamente por la
Europa retardataria que expulsó a la Compañía. No obstante gran
parte de la tarea se salvó y permanece hoy no solo en la ruinas de
los pueblos misioneros sino en la identidad de esta vasta región que
hoy comprende a tres países.
Artiguismo y
religiosidad
Artigas nació en un
ambiente católico: en 1764, en el Montevideo colonial. El entorno
cultural que rodeó el nacimiento de Artigas era católico. Según un
autor (Pedro Gaudiano, Artigas católico, Universidad Católica,
Montevideo 2002, 396 pp.). Artigas pertenecía a una familia
cristiana, católica, y hoy diríamos “comprometida” o
“practicante”. Artigas se educó en el colegio del convento San
Bernardino de los padres franciscanos de Montevideo. Y aquellos
franciscanos maestros de Artigas fueron los grandes ideólogos de la
revolución.
Los maestros de Artigas
se habían formado en la Universidad de Córdoba, en Argentina. Allí
se estudiaban las doctrinas del jesuita español del siglo XVI
Francisco Suárez.
Con esos antecedentes
Artigas supo comprender la religiosidad de su pueblo como un
componente esencial de la cultura. En particular esta comprensión
los llevó a estrechar lazos con las comunidades indígenas, como fue
el caso de los guaraníes misioneros formados por los jesuitas en la
doctrina cristiana. Todo el pensamiento artiguista está atravesado
por los valores del cristianismo. Su sistema político, como dijimos
influido por Suárez y también Francisco de Vitoria, se valió de
esos sacerdotes que conformaron su secretariado: Monterroso,
Larrañaga, Solano García entre otros.
“A comienzos del siglo XIX los sacerdotes tenían un predicamento
muy grande sobre la población de la Banda Oriental. La mayoría
absoluta de los clérigos adhirió al movimiento revolucionario y
oficiaron como ‘propagandistas’ del mismo. Las autoridades
españolas dejaron sendos testimonios de la eficacia de esta prédica
y los males que causaba a la Corona.” (Sansón, 262)
En tanto Ana Bianchi
sostiene que “la preocupación de Artigas por la Iglesia era
política, pero de una naturaleza que no difería de la que
sustentaron los ilustrados españoles hasta 1808: colaboración con
el régimen.” (Bianchi, 188). No obstante que “la mentalidad
imperante atribuía a la religión una función cohesionadora” y
“no escapó a la visión estratégica de Artigas -dice Sansón, no
se puede reducir la iniciativa a estos términos porque implica
desconocer sus sentimientos profundos.”
Y ya en su exilio
paraguayo lo vemos a Artigas rezando el rosario junto a sus vecinos,
en su mayoría guaraníes, como lo menciona su hijo José María
cuando lo visitó:
“Aquellos vecinos de Ibiray –escribe-, aquellos pobres que tanto
quieren y veneran a mi padre, se reúnen con él para rezar el
rosario, cuando el toque de oraciones de las campanas distantes llega
hasta ellos de la Asunción, los vi todos los días en el mismo
sitio. Mi padre hacía coro; los demás arrodillados en torno suyo,
contestaban las oraciones, muchos de ellos, la mayor parte, en
guaraní. En concluyendo, todos se retiraban a sus casas, después de
saludar, uno a uno, con veneración al viejo, éste entraba a paso
lento en su rancho, y se acostaba muy temprano.” (Sansón, 271)
Tomamos
por caso la fundación de Purificación, un campamento militar que
hacía las veces de capital de la Liga de los Pueblos Libres, donde
Artigas Artigas estableció una escuela y requirió para ésta a un
religioso cuya doctrina franciscana facilitó la adhesión de su
orden a la revolución. El propio nombre de “Purificación” nos
delata la concepción religiosa, tan vez por inspiración del cura
Monterroso. Lo mismo podemos decir de la fundación de Carmelo puesto
bajo la advocación de la Virgen del Carmen.
No significa que
propiciara un gobierno teocrático o algo similar. Al contrario, al
parecer en los proyectos constitucionales y en la Instrucciones del
Año XIII pone énfasis en la libertad religiosa: en el artículo 3º
indica que se “Promoverá la libertad civil religiosa en toda su
extensión imaginable.” En tanto que el
artículo 2º del Proyecto de Constitución de la Provincia Oriental
de 1813 dice: “Toca igualmente al derecho y al deber de todos los
hombres en sociedad, adorar públicamente al Ser Supremo al Gran
Creador y Preservador del universo, pero ningún sujeto será
atropellado molestado, limitado en su persona, libertad o bienes, por
adorar a Dios en manera y ocasión le agrade… con tal de que no
perturbe la paz pública, ni embarque a los otros en un culto
religioso de la Santa Iglesia Católica”.
Aquí seguramente entra
a jugar la relación de Artigas con las jerarquías eclesiásticas y
el patronato en competencia con las facultades que reclamaba el
gobierno de Buenos Aires. Artigas reclamaba para sí la herencia
virreinal del privilegio de patronato para nombrar autoridades
religiosas, igual que lo requería Buenos Aires. Varios son los
oficios de Artigas protestando por la intervención de Buenos Aires
en el nombramiento de sacerdotes en la provincia Oriental. Como
ejemplo consignamos la orden dada al presbítero Dámaso Larrañaga
(cura de la Iglesia Matriz de Montevideo desde el 28 de abril de
1815) en diciembre de 1815 para que “no acepte a ningún cura
nombrado por Buenos Aires”.
¿Quiénes fueron los
religiosos que adhirieron a la causa artiguista?
Una sucinta nómina nos
dará una idea de su presencia en el entorno del caudillo.
Dámaso Larrañaga
Sacerdote, sabio
naturalista, escritor, personalidad política de su tiempo. Fue
delegado en Buenos Aires, ante la Asamblea General Constituyente de
1813, y actuó luego en el Congreso de Capilla Maciel. Colaboró con
Artigas y fue el fundador de la Biblioteca pública en 1816 (formada
en gran parte con una donación de la biblioteca privada del padre
Pérez Castellano). Luego se enemistó con el caudillo y tras su
exilio, en 1821 tomó parte en el Congreso Cisplatino, en cuyo seno
votó la incorporación de esta Banda a Portugal.
Asimismo, en 1821
Larrañaga fundó la Sociedad Lancasteriana destinada a implantar ese
método de enseñanza. La escuela lancasteriana funcionó en una sala
del Fuerte hasta fines de la dominación brasileña. En 1824 fue
designado Vicario Apostólico.
José Benito
Monterroso
Monterroso fue su
asesor y su escribiente en el gobierno de Purificación. Había
nacido en Montevideo en el año 1780 y era el mayor de seis hermanos,
entre quienes se contaba Ana Monterroso, esposa del jefe de los 33
orientales, general Juan Antonio Lavalleja.
Estudió en Montevideo,
con los franciscanos y luego se ordenó sacerdote en Buenos Aires el
30 de julio de 1799.
Se dedicó inicialmente
a la docencia y en 1803 asumió la cátedra de filosofía en la
Universidad de Córdoba. En 1807, siempre radicado en Córdoba, se
hizo cargo de la cátedra de Teología y adquirió un prestigio de
ilustre doctor que su actuación política posterior llegaría a
borrar casi totalmente.
Profesó como fraile
franciscano, pero luego abandonó todos sus cargos y acompañó a
Artigas como secretario, siendo autor de sus proclamas. Muchos le
atribuyen la paternidad de las instrucciones de los diputados
orientales a la asamblea del año XIII. Tras el exilio de Artigas en
el Paraguay se unió al proyecto del caudillo entrerriano Francisco
Ramírez fundador de la efímera República de Entre Ríos en 1820.
José Leonardo
Acevedo
El padre Acevedo
acompañó a Andresito en toda su vida de campaña. El líder guaraní
cristiano le llamaba "mi compañero".
Era oriundo de Córdoba
e ingresó al convento franciscano de esa provincia donde fue
ordenado sacerdote en 1812. Se inició como cura en la Villa de
Mandisoví, Entre Ríos y se vincula al artiguismo a través de
Domingo Manduré. Luego es nombrado capellán de las tropas
artiguistas de Entre Ríos que estaban al mando de Francisco Ramírez.
Finalmente se vincula con Andrés Guacurarí oficiando como
secretario.
Fue detenido en 1819
por el ejército portugués a orillas del Río Uruguay y conducido a
prisión en la Ilha das Cobras de Río. Amnistiado en pésimas
condiciones de salud volvió a la Banda Oriental en 1822, el mismo
año que Andresito moría en prisión.
Fray Solano García
En Concepción del
Uruguay (Entre Ríos), y bajo la protección del Comandante
artiguista José Antonio Berdum, encontramos al cura Fray Solano
García, párroco de la Inmaculada Concepción, que fundó una
escuela privada y gratuita donde se aplicaba -por primera vez en
América- la metodología lancasteriana. También es conocido Solano
García por la impresión de las conocidas barajas artiguistas con
consignas de propaganda revolucionaria.
Otros curas
En otros religiosos que
prestaron servicios con Artigas podemos mencionar José Valentín
Gómez, cura vicario Florida y Santiago Figueredo, cura vicario de
Canelones; Mateo Vidal, diputado ante la Asamblea del Año XIII, José
Manuel Pérez, Manual Antonio Fernández, José Valentín Gómez,
Tomás Gomensoro, José María de la Peña, Juan José Ortiz, León
Porcel de Peralta, Manuel Amenedo Montenegro, José Benito Lamas y
Juan Francisco Larrobla, entre otros.
*Publicada originalmente en la revista Huella (2021). N° 2. Paraná.
Bibliografía
- Bianchi, Diana,
Educación y cobertura escolar en el contexto del pensamiento
ilustrado, en Frega, Ana, Islas, Ariadna, (2001), Nuevas miradas
sobre el artiguismo (comp.), Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la Universidad de la República, Montevideo.
-
Sansón, Tomás, la religiosidad de Artigas, en ibíd.