11/8/25

Conflictos y armonías entre dos hombres en pugna

Rubén I. Bourlot

El 14 de agosto de 1852 el Director Provisorio de la Confederación, general Justo José de Urquiza, dictó una resolución mandando devolver al general Juan Manuel de Rosas los bienes que le habían sido confiscados inmediatamente a su caída del gobierno. Hacía pocos meses que ambos se habían enfrentado en  la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852).

Para muchos les resultará curioso un hecho que no suele destacarse cuando se divulga nuestra historia. La interpretación de los acontecimientos del pasado no siempre respeta lo que realmente aconteció. Muchos historiadores y divulgadores ofrecen una visión sesgada, desde sus propios prejuicios, de los sucesos y de las conductas de los protagonistas, que deforman la comprensión del pasado.

Así combaten en el papel, en los ajados manuales de historia para enseñar a nuestros gurises, los protagonistas malos -muy malos- contra los buenos inmaculados. Que Artigas era un buenudo y Ramírez el malo que lo corrió a lanzazos (o viceversa); que Urquiza fue el bueno que combatió y nos salvó de la cruel dictadura de Rosas (o viceversa). Tal maniqueísmo no se corresponde con un correcto análisis del pasado. La condición humana está plagada de miserias, de errores, de intereses que debemos sopesar cuando interpretamos los hechos de pasado. Por eso viene bien recordar los vínculos que acercaron y alejaron a dos protagonistas insoslayables de siglo XIX en nuestro país: Justo José de Urquiza y Juan Manuel de Rosas.

La batalla de Caseros que fue la culminación de un proceso iniciado un año antes, el 1 de mayo de 1852, con el llamado “Pronunciamiento” de Urquiza que desconocía el liderazgo de Rosas sobre todas las provincias de la Confederación Argentina. Y también era la clausura de dos décadas vigencia de un gobierno de pactos interprovinciales que reconocían a Restaurador la administración de los asuntos exteriores del país, de los negocios de paz y guerra y la distribución de los ingresos de la aduana de Buenos Aires. Faltaba la organización constitucional y un gobierno nacional que reemplazara al precario sistema pactista. Rosas dilataba, con la excusa de que primero había que pacificar el país, la promesa de convocar al Congreso General Federativo dispuesta por el Pacto Federal de 1831 con el objeto de sancionar ese “cuadernito con el nombre de constitución”, como decía. El reclamo fue madurando, empezaron a tallar los liderazgos de las demás provincias hasta que encontraron en Urquiza al artífice de la organización.

 

Caseros y los vengadores

La derrota de Caseros trajo como consecuencia la renuncia de Rosas y su exilio en Inglaterra. El flamante gobernador provisorio de Buenos Aires designado por Urquiza, Vicente López y Planes (el mismo autor del Himno Nacional), se apresuró en confiscar todos los bienes del caído en desgracia, sin atender el tan meneado derecho inviolable la propiedad. El 16 de febrero de 1852 firmó un decreto por el que los bienes del Restaurador eran apropiados por la provincia, que se comprometía a administrarlos hasta tanto la legislatura resolviera qué iba a hacer con ellos. “Todas la propiedades de todo género pertenecientes a don Juan Manuel de Rosas, existentes en el territorio de la provincia, son de pertenecía pública”, disponía en el artículo 1º.

López había tenido una actuación política muy cercana a Rosas: desde 1829 hasta 1852 desempeñó diferentes cargos en el Tribunal Superior de Justicia de la provincia de Buenos Aires. No obstante, bajo su ala, se encontraba el acérrimo antirrosista Valentín Alsina en el ministerio de Gobierno.

Meses después, renunciado López, Urquiza a cargo del gobierno de Buenos Aires dictó la resolución del 14 de agosto en cumplimiento de lo dispuesto el día 7 del mismo mes que dejaba sin efecto, y prohibía para lo sucesivo, toda confiscación de bienes por causas políticas. Estas medidas eran coherentes con el espíritu de las “Bases” que había redactado Juan Bautista Alberdi para proyectar la Constitución Nacional que consagró en 1853 precisamente: “la propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley” y “la confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal argentino”.

 

La gratitud de Rosas

Cuando Rosas, en su exilio inglés, se enteró de la buena nueva inmediatamente le dirigió una carta de agradecimiento a Urquiza, fechada en 3 de noviembre de 1852, donde le decía que “¿Al registrar la historia esos hechos ilustres de elevada generosidad, de rectitud y de justicia, podré excusarle esta declaración? No, señor, porque amo a mi patria, no soy injusto y no debo ser ingrato.”

Urquiza le respondió el 18 de marzo de 1853, desde San Nicolás, expresando que “ha sido un acto de rigurosa justicia, que ejercí en conformidad con mis más íntimas convicciones, y demasiado me creo retribuido por él, con que Vd. lo aprecie y me manifieste su gratitud”.

Todo parecía saldado en los dos caudillos separados por una generosa distancia que garantizaba una marcha tranquila hacia la organización nacional. Pero la ruptura de Buenos Aires tras el levantamiento del 11 de septiembre y el posterior intento de invasión a Entre Ríos para bloquear el desarrollo de la Convención Constituyente, que había iniciado sus sesiones a fines de ese año, dejó el campo libre para el retorno del unitarismo antirrosista al gobierno de esa provincia.

En 1857 Valentín Alsina accedió a la gobernación de la separatista Buenos Aires y dispuso inmediatamente una nueva confiscación mediante la Ley Nº 139: “Declaración de reo de lesa patria y confiscación de los bienes de Juan Manuel de Rosas” y autorizaba “al Poder Ejecutivo para la venta en pública subasta, de las tierras” de su propiedad.

Enterado el presidente Urquiza de este nuevo atropello le escribió a Rosas desde Paraná, el 24 de agosto de 1858, ofreciéndole ayuda: “Yo y algunos amigos de Entre Ríos estaríamos dispuestos a enviar a Vd. alguna suma para ayudarlo a sus gastos, si no nos detuviera el no ofender su susceptibilidad, y le agradecería que nos manifestara que aceptaría esta demostración de algunos individuos que alguna vez han obedecido a sus órdenes. Ello no importaría otra cosa que la expresión de buenos sentimientos que le guardan los mismos que contribuyeron a su caída, pero que no olvidan la consideración que se debe a lo que ha hecho tan gran figura en el país, y a los servicios muy altos que le debe, y que soy el primero en reconocer, servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la soberanía e independencia nacional”.

Rosas de nuevo le agradeció, a través de una carta que le dirigió por intermedio de Josefita Gómez el 7 marzo de 1858, donde le manifestaba que “lo poco que tengo se lo debo al general Urquiza ¿Cómo así podía dejar de serle perdurablemente agradecido?”

Muchos años después vino la reivindicación material que Rosas no puedo ver. Tras un prolongado proceso judicial llevado a cabo por su hija Manuelita Rosas de Terrero por la que reclamaba los bienes apoderados, la Corte Suprema de Justicia, en 1884, ordenó la devolución de parte de los mismos que habían pertenecido a su madre Encarnación Ezcurra.

Y pasado más de un siglo, con todo el bagaje de la revisión de los acontecimientos del pasado, llegaba la reparación mediante la Nº 8134 de fecha 30 de octubre de 1973 que ordenaba “derógase expresamente la ley Nº 139 del 28 de julio de 1857 dictada por una pasión antiargentina, no obstante la notoria ilegalidad de la misma”.

Como se puede observar, más allá de las disputas políticas, los valores humanos se filtraban entre los intersticios que dejaban las ambiciones y la sed de venganza. Es un ejemplo que hoy tiene plena vigencia y merece ser enseñado a las nuevas generaciones.


Imagen

Casco de la Estancia del Pino, hoy Museo Brig. Gral. Don Juan Manuel de Rosas

9/8/25

La huelga del pavimento en Basavilbaso

Rubén I. Bourlot

El 11 de agosto de 1935 se desató un conflicto obrero en Basavilbaso por el pedido de mejoras salariales y reconocimiento del sindicato que los agrupaba. Eran trabajadores de la empresa de pavimentación de Wayss y Freytag de Capital Federal. Finalmente la firma resolvió reconocer a la organización gremial.

Este hecho nos sirve para proyectar un pantallazo de la organización de los trabajadores en Entre Ríos, en la época de la mentada “década infame” que reinaba en el país. En este periodo los conflictos gremiales eran recurrentes y se extendían por todas la provincias. El investigador Pedro Kozul en un interesante trabajo sobre la relación del movimiento obrero en la provincia con el Partido Comunista (1933-1945) nos dice que “la acción sindical no estaba circunscripta a una región determinada como tampoco era un fenómeno de los centros urbanos. Más bien, distritos rurales tales como: Viale, Crespo, Tabosi, Strobel y Urdinarrain; con poca matrícula poblacional, figuran en las zonas de conflictos que la policía detectó para intervenir.

“Las demandas que predominan son ‘demandas inmediatas’, paliativo de una situación laboral denigrante y de un régimen autoritario que lograba mantener, para beneplácito de la patronal, una coerción sociopolítica (…)”.

El sindicalismo argentino, antes de la irrupción del peronismo en 1945, estuvo impulsado por los grupos socialistas, anarquistas y luego comunistas, principalmente a partir de la revolución soviética en 1917. También hubo grupos que pretendieron hacer un sindicalismo apartidario que solo fue simulacro ya que en la sociedad como en la naturaleza nada se da en estado puro. Y, como lo sostiene Kozul, en Entre Ríos tempranamente afloró la acción del sindicalismo en una provincia con menor desarrollo de grandes industrias. Destaca el autor que tanto los anarquistas como los comunistas fueron los impulsores de las organizaciones de los trabajadores.

 

Obreros de la construcción al paro

El conflicto de Basavilbaso era un anticipo de la huelga conmovió a la Argentina desde fines de 1935: la de los obreros de la construcción en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Veamos los hechos. Desde septiembre de ese año la flamante Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC), dirigida por militantes del Partido Comunista (PC), fue convocando a una serie de asambleas, en las que se llamaba a un paro de actividades, dada la negativa patronal a aceptar las reivindicaciones, entre otras: reconocimiento del sindicato, mejoras salariales y de condiciones laborales, reducción de la jornada, descanso dominical y seguro por accidente de trabajo. Fue allí cuando se conformó un Comité de Huelga.

El conflicto comenzó el 23 de octubre. Acabó extendiéndose casi cien días, con la participación de unos 60.000 trabajadores, respaldados por la realización de multitudinarios mítines y reuniones obreras en la Plaza Once y el estadio Luna Park, de dimensiones nunca antes vistas en el país por parte de una misma organización sindical. Junto a esto, se constituyeron Comités de Empresa y piquetes huelguísticos, comisiones femeninas y de familiares de los trabajadores en paro, organismos populares de solidaridad y comedores colectivos. Desde diciembre hubo choques callejeros en distintos barrios con efectivos policiales y la Legión Cívica, multiplicándose los muertos. Sobre todo, los días 7 y 8 de enero de 1936, cuando se desenvolvió una violenta huelga general en apoyo al conflicto. Finalmente, el 27 de enero, una asamblea decidió suspender la protesta, ante la aceptación de varios de los reclamos originales. Como evidencia de la situación de fortaleza en la que quedaron los trabajadores, unos meses después se pudo constituir una nueva y poderosa organización en el sector: la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), dirigida y controlada por cuadros del PC, que pronto se convirtió en la segunda entidad laboral más numerosa y en el modelo de un nuevo tipo de sindicalismo industrial en el país.

Una década de conflictos

Fue una época de alta conflictividad como lo demuestran los reclamos gremiales que se sucedieron entre 1935 y 1937. En varias localidades departamento Paraná (Crespo, Viale, María Grande, entre otras) y Diamante el sindicato de oficios varios llevó a cabo acciones de reclamo a la firma agropecuaria de Osías Jaroslavsky. También en Diamante y Strobel los obreros estibadores realizaron reclamos a las firmas cerealeras Luis Dreyfus y Bunge y Born. En Viale los trabajadores estibadores iniciaron protestas por aumentos salariales y reconocimiento del sindicato, al igual que en Gualeguay donde los trabajadores de la fábrica de fideos Armelín se declaran en huelga por el despido de dos obreros. En Concepción del Uruguay hubo conflictos con los obreros que trabajaban en la empresa que construía el molino de la firma Fabani y de los fideeros de la compañía Molinos Río de la Plata. Como se observa, la acción gremial atravesaba todo el territorio provincial y una diversidad de actividades.

Otro autor, Rodolfo Matías Leyes (Comités pro-desocupados: intervención estatal, contención social y política. Entre Ríos, 1932-1943), nos informa que “en 1932 la clase obrera entrerriana logró un viejo sueño que era la creación de un organismo que centralice, a escala provincial, a los gremios. Este organismo, la Unión Obrera de la Provincia de Entre Ríos, se constituyó en la ciudad de Concepción del Uruguay con la participación de una treintena de gremios, en su mayoría vinculados a la estiba y el acarreo de cereal, y a partir de la confluencia de dos corrientes ideológicas del movimiento obrero, los sindicalistas, asentados en Concepción del Uruguay y los anarquistas de Diamante.” Pero a mediados de la década esa unidad sindical se vio rota por conflictos ideológicos entre comunistas y anarquistas. Estos últimos constituyeron la Federación Obrera Comarcal Entrerriana dirigida por los ácratas con sede en Diamante.

8/8/25

El cerebro del Cóndor y una carrera perdida

 Rubén I. Bourlot


El 18 de agosto de 2019 falleció el comodoro Miguel Vicente Guerrero en silencio, o silenciado.

Había nacido en Caucete, San Juan, el 26 de julio de 1943 y su apellido parecía que predestinaba su futuro. Fue militar, ingeniero electrónico y aeronáutico, veterano de Malvinas y creador de una de las armas más innovadoras de la industria nacional para la defensa: el misil Cóndor II.

En 1964, siendo alférez viajó becado a Estados Unidos para ganar sus primeros conocimientos y regresó a la Argentina. En 1974 retornó al país del norte para graduarse en tecnología misilística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Fue una pieza clave en el desarrollo espacial argentino que culminó con el malogrado proyecto Cóndor que hubiera ubicado al país en el concierto de los países que contaban con vectores para la defensa y para el lanzamiento de artefactos en el espacio.

 

La trayectoria espacial argentina

El ambicioso proyecto Cóndor no nació de la nada. Fue la culminación de décadas de desarrollo. El viaje de Argentina hacia el espacio había comenzado en 1964, llegando a colaborar con la NASA en la logística del plan Apolo que llevó al hombre a la Luna. 

Paralelamente, en 1966, se creó un departamento de vehículos y armamentos que impulsó proyectos como cohetes antigranizo y el cohete sonda Castor, que alcanzó los 400 kilómetros de altura para estudiar la alta atmósfera.

En Falda del Carmen también se trabajó en el plan “Patagonia”, que incluía el cohete Tauro para investigar recursos naturales. En 1968, se inauguró una Base Aérea Experimental en Chamical, La Rioja, donde se probó el vehículo Biguá (versión argentina del italiano Mirach 100), lanzado desde un avión Pucará. A este le sucedieron el cohete “Alacrán” y un relevamiento de puntos geográficos estratégicos para lanzamientos. Aunque no hay confirmación oficial, se estima que ya en 1969 se probó con éxito en la Patagonia un misil que voló más de 900 kilómetros.

A fines de los 70, con financiamiento egipcio y tecnología alemana, comenzó a gestarse el proyecto que lo cambiaría todo: el Cóndor II. En 1979 en el bunker construido en Falda del Carmen, provincia de Córdoba, bajo la dirección y responsabilidad del Brigadier Ernesto Crespo que tenía al comodoro Miguel Vicente Guerrero como su cerebro, junto a un centenar de técnicos y científicos a su cargo, se logró avanzar en el proyecto misilístico argentino.

Misiles para negociar

Tras la gesta de Malvinas en 1982 el grupo del proyecto Cóndor se propuso desarrollarlo con el objetivo de contar con un arma disuasiva para promover las negociaciones con el Reino Unido. Con la amenaza misilística latente el país ocupante de las Islas Malvinas se vería obligado a contar con un costosa batería de defensa antimisilística.

Cuando Argentina recuperó la vigencia del orden constitucional en 1983 el proyecto Cóndor II, en el mayor de los secretos, se había completado con todo éxito.

Se trataba de un misil intercontinental con un alcance inicial de 800 km, escalable a 2.000, considerado por expertos como una alternativa al Midgetman norteamericano.

Según las fuentes consultadas el gobierno de Raúl Alfonsín intentó defenderlo, presentándolo como un proyecto pacífico para poner en órbita satélites de comunicación. Según el Comodoro (RE) Ricardo Vicente Maggi, vinculado al proyecto, el gobierno cometió un error estratégico al “buscar clientes y socios objetables a nivel mundial”, como Egipto e Irak. Esto dio a Estados Unidos la excusa perfecta para presionar.

Ante esos cuestionamientos el entonces ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, viajó a Israel para intentar descomprimir la tensión. Mientras tanto, los servicios de inteligencia chilenos advertían que el misil podía alcanzar las Malvinas o su propio territorio.

 

La rendición

Ninguna gestión, ni las explicaciones de uso pacífico, lograron aventar las presiones de EEUU y la OTAN. Cuando asumió la presidencia Carlos Menem el proyecto tenía fecha de vencimiento.

En 1990 el gobierno argentino firmó el Acuerdo de Madrid que significó el restablecimiento de las relaciones con el Reino Unido y considerada la verdadera rendición tras el conflicto por las Malvinas. Al año siguiente, en el marco de la “relaciones carnales” promovidas por el canciller Guido Di Tella, se inició el desmantelamiento del proyecto Cóndor. La empresa INTESA, que administraba el emprendimiento, fue disuelta y se destruyeron todos los archivos y materiales que podrían ser reciclados en el futuro.

El Comodoro Maggi decía que el problema no fue solo desmantelar la planta: “El asunto fue, qué hacer con los ingenieros, con los técnicos y demás recursos humanos que trabajaron en el proyecto”. El país perdió el trabajo de dos décadas de investigaciones espaciales, de desarrollo de tecnología autónoma y de una masa crítica humana prácticamente tirada a la basura por un modelo de país sin vocación para independizarse.

En tanto Guerrero fue pasado a retiro. Le ofrecieron un puesto académico en una universidad de EE.UU. para poder aportar sus conocimientos, ofrecimiento que rechazó y se incorporó a la Universidad del Salvador en nuestro país. En ese ámbito volcó su saber como docente y luego como Decano de la Facultad de Ciencia y Tecnología.

Se lo escuchaba decir al referirse al desmantelamiento de su proyecto: “Los norteamericanos nos pedían un pan y les entregamos la panera, y totalmente gratis”.

El oficio tradicional del techador

Rubén I. Bourlot

El 22 de agosto se celebra en Argentina y el mundo el día del folclore, término que remite a la música, a la cultura, a la identidad de los pueblos.

En Argentina la efeméride coincide con el natalicio del entrerriano, nativo de Gualeguay, Juan Bautista Ambrosetti, considerado el padre de la ciencia folklórica.

El folklore, que en el imaginario popular se asocia a la música de ritmos autóctonos, es un concepto que comprende un variopinto arco iris de actividades humanas como costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras semejantes de carácter tradicional y popular. Dentro de estas actividades también se encuentran los oficios enraizados con la cultura de cada lugar.

Entre las actividades laborales tradicionales que están incluidas en lo folklórico en nuestra región se encuentra la del techador quién construye techos de paja.

Hoy casi no se ven viviendas construidas con esas técnicas y materiales por lo que el oficio se redujo a la construcción de quinchos para usos en clubes o sitios de esparcimiento. Por cierto que los diseños de las edificaciones modernas difieren de los tradicionales ranchos con techumbre de paja a dos aguas y paredes de barro y paja.

Hernán Figueroa Reyes canta al techador (Del Mismo Palo): Rancho quemao por el sol / Quincho y paja, piedra y barro / Donde un cantar me acunó / Hecho de aloja y lapacho.

Y también Pocho Roch (Don Juan Techador): Cortador de paja techador de veras, / a lomo de rancho jinete angaú. / Vaga por las tardes hacia un sol caú. / Por donde tico andará, /

Don Juan Ibarra. / Que Enero está lastimado / en las pajas bravas. / ¿Será que su piel ñaú volvió a la tierra, / para crecer de nuevo hecho paja / junto a la aguada?

El principal insumo del techo es la paja brava, kap'i-ñarô o kapi'i pochy (paja iracunda) en guaraní y también "cortadera" en la lengua de Castilla por su característica hoja filosa. Es una planta herbácea de gran porte que forma extensas comunidades en zonas bajas seminundables que abundaba en los humedales de nuestra provincia.

 

Al rescate

Tenemos a mano el testimonio de dos techadores que ofrecían sus servicios en la provincia. Uno de ellos es Máximo “Coco” Larrosa de Bovril rescatado por Rodolfo Romero en la revista El Tren Zonal (abril/mayo 2019). Nacido en 1933 comenzó el oficio con solo diez años. Recuerda sus primeras experiencias en la zona y que la “paja colorada” la conseguía en la zona de Yeso, departamento La Paz. “Era difícil cortar la paja –dice-, un trabajo que no hace cualquiera ya que no solo hay que cortarla bien de abajo y seleccionar la que está verde, sino que en el lugar puede haber víboras y camaleones…”

Otro testimonio lo ofrece Mario Morén de colonia Caseros, departamento Uruguay, en una nota publicada en la revista Información Agraria (1978). Morén era oriundo de colonia Rincón de Santa María y a los 15 años empezó con el oficio. Igual que el testimonio anterior se refiere a las dificultades y riesgos del oficio, principalmente en la recolección de la paja -que la obtiene en las costas de río Gualeguaychú- por el ataque de los mosquitos, las yararás y el calor en las jornadas de verano.

Los trabajadores nos hablan en la jerga del oficio de “mazos” que son los atados de paja cortada, las “empleas” que son cada una de las hileras de mazos que van formando el techo, el palo sobre el cual el techador se apoya y llaman “burro” y la “cola de pato” que son las esquinas redondeadas del un techo.

 

El rancho

La típica vivienda con techo de paja es el rancho que desde lejanos tiempos era la habitación de las familias más humildes en el campo y también en las ciudades. 

La forma del rancho es por lo común a dos aguas. Los muros consisten en un quincho o quincha (del quechua qincha: pared, muro, cerco, corral, cerramiento), un sistema constructivo tradicional de nuestro país que consiste fundamentalmente en un entramado de caña y/o paja recubierto con barro. La estructura consta de palos esquineros marcando los cuatro ángulos y en el centro los palos más altos llamados horcones donde se apoya la cumbrera del techo. De ahí surge el término “horcón del medio” que es el poste más importante (“Aquí sigo firme / soy el horcón del medio / perdido en el monte / me azotan los vientos” dice una chacarera de Ángelo Aranda). En general se orientan hacia el Este, la salida del sol.

Para las paredes se construye una estructura de cañas y alambres unidos a los palos esquineros, el esqueleto del futuro rancho, que se irán cubriendo con los “chorizos”: una mezcla amasada -adobe- de barro, paja y estiércol o bosta de caballo. Cada chorizo se va aplicando a horcajadas sobre el alambre, una y otra vez, y así chorizo tras chorizo se va cerrando el rancho, dejando espacios para la puerta y una ventana generalmente pequeña.

Una vez montados los chorizos y oreados se prepara barro para realizar el revoque, y luego el revoque final con barro más liviano, sin paja y a mano, para darle una terminación más prolija y que resistente al agua de lluvia.

También era tradicional que la construcción de los muros del rancho se llevase a cabo de modo colaborativo, no solo de la familia sino de los vecinos, con el método de “minga” lo que nos remite a tradiciones de las comunidades indígenas.

Este tipo de construcciones brindan un ambiente cálido en invierno y fresco en verano al ser confeccionadas con materiales naturales.

Un anexo imprescindible del rancho es el típico horno de barro, con forma de iglú, construido también con tierra, paja y bosta, para hornear el pan y otros alimentos.

En la actualidad se ha revalorizado este sistema constructivo, denominado bioconstrucción, que aprovecha sus características amigables con el entorno, costos relativamente más económicos y un ahorro en el gasto de energía para calefacción y refrigeración.

Si este sistema se difunde seguramente volverán a necesitar del oficio de los hábiles techadores.


Imágenes

Rancho tradicional

Techador Mario Morén de Colonia Caseros (Dpto. Uruguay, E. Ríos). 1978

Rancho grande en la estancia Santa Cándida -1938



3/8/25

Blasco Ibáñez, las letras, la política y el arroz

Rubén I. Bourlot

 

Un dato efemérico nos lleva a rememorar hechos del pasado. Es una simple excusa. El cinco de agosto de 1909 llegaba a Entre Ríos Vicente Blasco Ibáñez, escritor, periodista y político republicano español, propulsor del naturalismo y del realismo.

Blasco Ibáñez había nacido en Valencia el 29 de enero de 1867 y falleció en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928. En torno a la figura del laureado novielista y al periódico El Pueblo, que fundó y dirigió, se desarrolló en la ciudad de Valencia un movimiento político republicano conocido como blasquismo. Entre los años 1898 y 1908, ocupó escaños en el Congreso de los Diputados. En 1908 abandonó la política activa, se marchó a Madrid y se dedicó de lleno a la literatura. Intercalando la política y el periodismo escribió una extensa lista de novelas notables como Sangre y arena, Cañas y barro, La araña negra, Arroz y tartana, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, cuentos y relatos de viaje como Argentina y sus grandezas publicada en 1910. Compartió con Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín y Ramón María del Valle-Inclán, el punto de partida de la novela española del siglo XX.

En 1909, en las vísperas del centenario de Mayo, llegó a la Argentina para pronunciar conferencias con gran repercusión entre el público. Una crónica describió su arribo a la capital argentina el seis de junio de 1909, en el barco Capitán Viana, donde fue recibido en el puerto por unas treinta mil personas convocadas por la prensa. Contaba en esos momentos con 42 años y estaba en la madurez de su vida y de su talento creativo. Su fama se había extendido por medio mundo.

Luego de pronunciar varias conferencias en Buenos Aires sobre los más variados temas: Napoleón, Wagner, pintores del Renacimiento, la Revolución Francesa, Cervantes, filosofía, cocina, etc., compartidas con Anatole France, se arrimó a las tierras entrerrianas.

 

La llegada a Paraná

En los primeros días de agosto Blasco Ibañez arribó a Paraná para ofrecer dos conferencias. Se había despertado una gran expectativa abonada por las crónicas de los periódicos locales. El diario El Entre Ríos anunciaba en su edición del 29 de julio la llegada del escritor a Rosario y la probable visita a Paraná. Diariamente fue publicando informaciones para mantener latente el interés hasta que el 5 de agostó el escritor arribó al puerto local proveniente de Santa Fe.

En Paraná se había conformado una comisión de notables para la recepción integrada por el presidente municipal Jaime Baucis, el presidente del Club Social José S. Viñas, el director de la Escuela Normal Maximio Victoria que acompañaban al Centro Español, organizador las conferencias. A la noche pronunció su primera disertación en el salón Rodrigo debido a que el teatro 3 de Febrero no fue cedido por sus autoridades según informó el periódico citado. Desarrolló su conferencia durante dos horas donde repasó su obra y se refirió a Émile Zola, el del polémico “yo acuso” en defensa del capitán Dreyfus, Jorge Sand, precursora del feminismo, y los escritores rusos León Tolstoi y Máximo Gorky entre otros.

El domingo 8 de agosto Blasco Ibáñez pronunció la segunda conferencia que versó sobre el teatro y la música.

 

“Paraná, la blanca”

Tras su gira por el sur de América escribió un ensayo que tituló Argentina y sus grandezas en donde dedicó unos fragmentos a lo observado en su visita a Paraná.

“Otra vez se rasgó el encapotado cielo, dando paso a la manga solar, que saltaba de colina en colina, como el rayo movible de un reflector eléctrico, y de nuevo apareció la indecisa ciudad con su lejanía de ensueño, empezando a marcarse vagamente en su cima los contornos de torres y cúpulas. ¿Sería Paraná?... Sí, Paraná era.

“Estaban aún muy lejos, pero aquella masa de intensa blancura, festoneada de ramilletes verdinegros, en los que algunos reconocían jardines, era, indudablemente, la graciosa ciudad que durante algunos años sirvió de capital a la Confederación Argentina.

“Media hora después la vi en todo su esplendor. Rasgándose definitivamente las nubes, y el sol de la mañana reverberó en el enjalbegado de sus edificios. Era una ciudad semejante a las del viejo mundo y evocaba con su aspecto el recuerdo de la colonización andaluza. Paraná la blanca, tiene la blancura de Cádiz y otras poblaciones del Mediterráneo, que parecen hechas con estearina petrificada. Las torres de su Catedral y de otros edificios públicos, la altura de sus casas, hacen recordar a Toledo y a Segovia, a todas las viejas ciudades españolas situadas sobre una altura y un río al pie. Pero esta es más clara, más  nítida que las monumentales poblaciones de Castilla; tiene un aspecto sonriente y gracioso, que pudiera llamarse meridional; la rodean frondosos jardines, y el río que corre a sus pies no es un río, en un mar encajonado, con revuelto oleaje en días de tormenta y horizontes infinitos, entre las dos costas apartadas.”

 

Arroz y colonos

Pero no solo de letras vive el hombre, y así lo consideraba Blasco Ibáñez que fue colonizador y uno de los pioneros del cultivo de arroz en la región. Fue en la provincia de Corrientes a partir de 1911, y por dos años, se concretaron las primeras siembras del grano en Nueva Valencia (hoy Riachuelo),  colonia fundada como una aventura del escritor español que invirtió las ganancias de su labor literaria para radicar colonos provenientes de Valencia (España) en Río Negro y Corrientes. En el lugar se construyeron canales y riego a base de un motor de vapor para elevar y distribuir el agua. Finalmente la iniciativa fracasó.

El cultivo de arroz (Oryza sativa L.) se practica en la región desde la época de colonial. Las primeras referencias corresponden a Félix de Azara, quien cuenta que fue introducido por los jesuitas en las Misiones durante el siglo XVII.

En Entre Ríos no hay registros de su cultivo hasta la década de 1930. El DIARIO, en 1933, informaba sobre la primera cosecha de arroz en el establecimiento Santa Cándida, departamento Uruguay. La implantación del grano estuvo supervisado por el ingeniero japonés Kawanguchi. Informaciones de los medios locales dan cuenta de que en el campo de cuatro hectáreas se realizó la siembra experimental que tuvo dificultades a causa de la langosta que por esa época diezmaba los cultivos. Se ensayaron distintas variedades para adaptarlas a nuestro suelo y clima.

1/8/25

Fusilamiento de los comandantes Santa María y Cóceres

Rubén I. Bourlot

El 1 de agosto de 1828 eran fusilados en Nogoyá Juan Santa María y Tomás Cóceres en el contexto de la anarquía política que vivía Entre Ríos en esos tiempos.

En la década que se inicia en 1820, tras la batalla de Cepeda que descabeza transitoriamente el poder centralista de Buenos Aires, las provincias inauguraban un proceso de organización institucional con cierta autonomía. Entre Ríos en principio se integró a la República de Entre Ríos bajo el liderazgo de Francisco Ramírez pero a mediados de 1821 éste cayó muerto en los confines de Córdoba en su último intento por hacer cumplir lo acordado en el Tratado del Pilar.

La desaparición del Supremo trajo como consecuencia la disolución de la República de Entre Ríos. En la provincia se impuso como gobernador Lucio N. Mansilla sostenido por el gobernador santafesino Estanislao López. Esta primavera política se prolongó durante su gobernación y la de su sucesor José León Sola que culminó en 1826. No obstante, el gobernante porteño debió sortear varios intentos de insurrección por parte de los seguidores de Francisco Ramírez, encabezadas por su medio hermano Ricardo López Jordán, Anacleto Medina, Gregorio Píriz y la propia madre del Supremo, Tadea Jordán.

Finalizada la gobernación de Sola, que contó con el apoyo de Buenos Aries, se abrió la caja de Pandora que dejó escapar las desgracias de la anarquía, un complejo periodo de inestabilidad política.

 

La carencia de liderazgos

Para el historiador Pedro Kozul “en Entre Ríos, no sólo la destrucción por la guerra sino la vigencia de una estructura política anclada en villas y pueblos de alcance local, afectarán negativamente el deseo de consolidar un poder central. Ese problema no lo tuvo ninguna otra provincia, todas son como dijo Chiaramonte antiguas ciudades con sus áreas de influencia.” A esto agregamos por nuestra cuenta que tras la muerte de Ramírez no surgió en la provincia una figura con el liderazgo del Supremo que logre superar los caudillismos locales e imponer su autoridad al frente del gobierno. Sólo el poder armado del gobernador santafesino Estanislao López había logrado sostener a Mansilla y Sola al frente del ejecutivo provincial.

A partir de ese momento se sucedieron más de una decena de gobernadores; algunos permanecían unos pocos días en funciones. López Jordán, Sola, Barrenechea, Zapata, García de Zúñiga, Espino, asumieron sucesivamente el gobierno sin poder consolidar el poder en medio del caos. “Estas acciones armadas contra los gobernantes alcanzan un número de catorce levantamientos desde 1821 hasta 1828, entre revueltas, sublevaciones, fusilamientos y levantamientos propiamente dichos”, dice Kozul.

 

La sublevación

Entre los varios movimientos insurreccionales, en 1827 el teniente coronel Tomás Cóceres encabezó una sublevación de tropas en Montiel debido a lo cual el gobernador circunstancial, Mateo García Zúñiga, ofreció gratificar con la suma de quinientos pesos a quien lo entregara vivo o muerto pero sin lograr el objetivo.

Al año siguiente el mismo Cóceres, junto con el comandante Juan Santa María, volvió a levantarse en armas contra el nuevo gobernador José León Sola a quién arrestaron y sometieron a juicio ante el Congreso, designándose en su reemplazo a Vicente Zapata. Pero luego Cóceres, como una veleta, cambió de parecer y  encabezó un contramovimiento para hacerse nombrar encargado de las armas de la Capital y exigir la reposición del propio Sola.

El Congreso, el 24 de julio, entregó el mando al gobernador depuesto y dispuso que se pusiera "perpetuo silencio sobre los acontecimientos del 24 de junio". Además ordenó: "Que el caudillo don Juan Santa María salga desterrado de esta provincia quitándole los despachos que ha tenido por la provincia".

Sola, temeroso de las dobleces de los conspiradores, resolvió contar por los sano, no cumplir con lo dispuesto por el Congreso y ordenar un consejo de Guerra para juzgar la conducta de Cóceres y Santa María. El proceso culminó con la sentencia a muerte de los conjurados, pena que se ejecutó el 1 de agosto de ese año.

En los libros parroquiales de Nogoyá se registra la siguiente partida: "En el año 1828 del Señor a 1º de agosto di sepultura en el Campo Santo de esta viceparroquia con oficio menor rezado a los cadáveres de Juan Santa María, natural del reino de Galicia, de 42 años de edad y casado en la ciudad de Tucumán con doña Dolores Miñan y de Tomás Cóceres natural del Paraná como de treinta y tantos años de edad, casado con Mercedes López, los que fueron fusilados oy día de la fecha a las 11 de la mañana habiendo recebido el sacramento de la penitencia y de la eucaristía y por berdad lo firmo. Leonardo Acevedo".

 

La trayectoria de Santa María

Uno de los conspiradores, Juan de Santa María, vio malograda así una carrera auspiciosa. Había combatido junto a Belgrano como lo expresa el creador de la bandera en un informe: “El oficial de artillería don Juan Santa María sirvió conmigo en el Paraguay, y habiéndole dejado en el ejército del norte cuando fui llamado á esa ciudad de resultas del 5 y 6 de abril de 1811, se desempeñó muy bien en el sitio de Montevideo, según el concepto general, y obtuvo ascensos.” Luego tuvo una reconocida actuación en la batalla de Tucumán (1812). Desconocemos en qué momento pasó a Entre Ríos donde se desempeñó como comandante del Parque y de la fortaleza de Paraná.

Imagen: pirámide que recuerda Batalla de Tucumán. Hay una placa donde figura el nombre de Santa María.

Las primeras huelgas obreras en Entre Ríos

Rubén I. Bourlot

El 4 de agosto de 1862 los obreros del Saladero Santa Cándida, propiedad de Justo José de Urquiza, ubicado al sur de Concepción del Uruguay se declararon en huelga paralizando totalmente la actividad del establecimiento.

El reclamo había comenzado en julio de 1859 cuando los obreros de la sección grasería del saladero abandonaron el trabajo porque no se les pagaban las papeletas. No fue la primera huelga de obreros pero sí el puntapié de un conflicto que escaló y que en 1862 terminó en un paro general de todas las secciones del establecimiento.

Como antecedente de estos movimientos de reclamo obrero en 1854 se registró el paro de los obreros del saladero Gianello, en Gualeguaychú, a partir de la queja de un administrador por la falta de dinero para pagar los salarios. Esta sería la primera huelga colectiva que se produjo en el país por parte de trabajadores que no estaban sindicalizados.

“La razón principal de las huelgas que estudiamos en los saladeros entrerrianos fue la falta de pagos –escribe Rodolfo Leyes-, y estas conllevaron acciones directas en su sentido más original.

La huelga más antigua que registramos para la provincia data de 1854, cuando escribía Ángel Elías a Urquiza solicitando ‘una resolución que calme la alarma general que hay en las familias y mui principalmente en los pobres, que no tienen qué comer, porque el carnicero y todos los que venden comestibles quieren plata o quieren recibir el papel al precio que les acomoda (...) Hoy ha llegado al punto esa situación, pues los jornaleros ya empiezan a no querer recibir papel. Los peones del saladero de Gianello se le amotinaron, y los que yo tengo trabajando en mi casa hoy me han dicho que no quieren papel, porque no se le reciben y si van a comprar algo les dicen que no hay cambio […] (Carta de Ángel Elías a Justo José de Urquiza, Gualeguaychú, 10 de julio, 1854)’”

Este pasaje, rescatado originalmente por Roberto Schmit, constituye el primer registro de una huelga de obreros en la Argentina hasta el momento.

En Santa Cándida

En julio de 1859, los obreros de la grasería del saladero Santa Cándida abandonaron el trabajo porque no se les pagaban las papeletas, lo que generó nuevamente las protestas de los encargados según una carta de Antonio Prego a Vicente Montero del 22 de julio, 1859.

Finalmente, en agosto de 1862, parece haber sucedido la primera huelga total del establecimiento. Hasta este momento teníamos huelgas parciales, de diferentes secciones. Pero en aquel año, el encargado del saladero comunicaba a Urquiza:

“Creo mi deber manifestar a S.E. que la pandilla de vascos, peones, graseros, jaboneros y demás gente empleada en este establecimiento no seguirán su trabajo ordinario si llegara a no pagársele siquiera la mitad de sus sueldos en dos o tres días. Digo esto, seguro como estos de que todos ellos se han convenido unánimemente, especialmente la pandilla. (Carta de Ballestrini a J.J. Urquiza, 4 de agosto, 1862)

 La pandilla de vascos

Urquiza Almadoz explica que los obreros vascos tuvieron un papel gravitante en los movimientos de protesta.

“Es interesante destacar -escribe-, dentro de este conjunto de obreros, las tareas cumplidaspor la ‘pandilla de vascos’, en el proceso de industrialización de la carne y el cuero. (…) Estos obreros –afirma Macchi- generalmente se trasladaban en grupos desde Buenos Aires en la época de la faena.

“En verdad, constituían una organización para el trabajo de carácter gremial, puesto que en la condiciones fijadas para su contratación, no sólo imponían el salario que debía pagárseles, de acuerdo a la función realizada, sino que establecían la determinación exacta del trabajo que cada uno debía cumplir.

“Y hay más todavía. Seguros de su capacidad y del valor de su trabajo, los vascos no trepidaron en llegar a la huelga para reclamar por sus derechos.”

 

Bibliografía consultada

Urquiza Almadoz.O. F. (2002). Historia de Concepción del Uruguay 1783-1890. Comisión Técnica Mixta de Salto Grande. T II Pag 66

Leyes, R. (2014). Destellos de un nuevo sujeto: Los conflictos obreros en los saladeros y la formación de la clase obrera entrerriana (1854-1868). Mundo Agrario, 15(30). Recuperado a partir de http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/MAv15n30a08

29/7/25

El Brochero entrerriano, curita gaucho y malvinero

 Rubén I. Bourlot

 

Entre Ríos también tiene su cura gaucho como el cura Brochero fundador de pueblos en Traslasierra. Pero el nuestro, Luis Félix Jeannot Sueyro, no andaba a lomo de burro como el cordobés pero sí en sulky o en su vieja Ford para recorrer los escabrosos caminos de tierra del sur entrerriano.

El 30 de julio de 2008, a los 90 años, fallecía este pastor de almas y aporreador de palabras. Había nacido en Gualeguaychú, en la zona de chacras detrás del Cementerio, a orillas del arroyo Gualeyán, el 20 de noviembre de 1917. De madre española y padre francés, era el menor de ocho hermanos.

A los 14 años, apadrinado por el Padre Schachtel, ingresó al Seminario de Paraná. A los 25 ya era sacerdote. De ahí en más llevó su mensaje por Rosario Tala, Concepción del Uruguay, Ñancay, Maciá, Villaguay, Landa, Costa Uruguay Sur, El Potrero, Cuatro Hermanas. Hombre de hablar llano para hacerse entender entre una feligresía arisca, y “algo calentón y de pocas pulgas para la pavada o la gilada -escribió su amigo Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras-, tenía una enorme y sostenida tolerancia para el que padecía”. 

Barcia comenta que “el cura operaba como un Salomón en alpargatas. En diferencias y pleitos solía terciar, cuando le pedían consejo, y lo hacía con sagacidad de criollo sabio. (...) Lo que usted le regalaba al cura, él lo regalaba a algún necesitado. Es de un desprendimiento franciscano.” En otros párrafos del prólogo a su libro Los versos del cura gaucho, Barcia cuenta que “con él hemos conocido costumbres insólitas de las islas y los campos. Como aquella tarde en que estábamos tomando una ‘Bolita’ (la popular gaseosa conocida también como Chinchibirra) en el alero de un rancho en una isla, y pasó, lenta e interminable, junto a nuestros pies una hermosa y gorda víbora. Nos quedamos helados. El Cura dijo, con experiencia suficiente: “Es la encargada de comerse las ratas”.

En 1982, cuando los jóvenes soldados marcharon al sur para combatir en Malvinas, allá fue el cura gaucho para ofrecerles el apoyo espiritual.

 

Hombre de micrófonos y letras

Pero no solo cultivaba el lenguaje rústico de sus sermones a campo abierto. El cura Luis bien que sabía recitar a Lugones y Bernárdez, y citar a Estrada o Pascal. Era un comunicador que supo usar el micrófono para amplificar su mensaje. Su oratoria estaba presente en los actos patrióticos de la zona y en los programas que conducía en la radio LT 41 de Gualeguaychú, que iniciaba con la apelación a los “amigos del campo” y llegaba a los más lejanos rincones. Pero el contacto con las ondas hertzianas venía de mucho antes. Una crónica de los orígenes de LT 11, la emisora de Concepción del Uruguay, cuenta que cuando se inaugura la radio en 1951, la primera emisión consistió en la bendición impartida por el sacerdote Luis Jeannot Sueyro.

Su vecindad con la palabra también la volcó en la poesía que cultivó hasta sus últimos días. Le cantó a la patria y a sus próceres (a sus admirados San Martín y Artigas): “La patria se hizo a caballo, / como un río puesto en marcha”. A la patriada de Malvinas: “¡Y llegará el momento, / Malvinas nuestras, de recuperarlas, / como llega la aurora / tras la congoja de la noche larga!” Al campo y su gente: “Romance de la chacra”, “Tardecitas en la chacra”, “Acuarelas de la chacra”. Y también los versos de su vocación sacerdotal: “El Gualeyán para mí / es el Jordán de mi Patria / y me vengo a bautizar / como Jesús en sus aguas.”

En 1982 publicó Versos y prosas, y en 2001 la Comisión Tradicionalista del Río Uruguay a través de la Imprenta Oficial de Entre Ríos publicó su libro denominado “Los versos del cura gaucho” donde se trató de rescatar su obra literaria y además fue nombrado Ciudadano Ilustre de Gualeguaychú.

Hoy su busto luce en el Rincón de los poetas de Gualeguaychú.

 

Cura fundador

No fundó pueblos como Brochero pero sí impulsó la Fundación Padre Pío, encabezó las históricas peregrinaciones a la Virgen del Valle de Pehuajó y fundó el Centro Deportivo Defensores de Martín Fierro de Maciá el 12 de mayo de 1952. En una entrevista dice que “el club nació de la amistad, de la solidaridad. Y lógicamente el más popular de los deportes, el fútbol, coincidió con esos hermosos campeonatos Evita y Juvenil Juan Perón de los cuales participamos, y tuvimos el honor de llegar a la final en Paraná. Perdimos la final. Eso nos dio auge para dar un pasito más adelante. Contábamos en el pueblo con un terrenito, pero era muy chico para una cancha. Pero yo veía que había otro terreno al lado y me decía ‘si yo pudiera tener ese otro terreno’. Y al final lo tuvimos, era propiedad de Mario Goldaracena, y así nació el club, con donaciones de los vecinos. Lo hicimos de la nada. Pero queríamos que no se perdiera ese grupo hermoso de muchachos que habíamos conformado, con don Julio Goyeneche (…). El club Martín Fierro nació de la amistad (…) porque yo tenía muy metida la Biblia gaucha, el Martín Fierro (…)”

Y así se fue desvaneciendo, como gastándose de tanto dar, ese cura que, como le cantan los Hermanos Pereyra, “Ya todos los conocemos / Ya sabrán de quién se trata / es el que al prestar su ayuda / se juega hasta la alpargata.”

25/7/25

Los campos del Paracao y los orígenes del servicio militar

Rubén I. Bourlot

Con el decreto de enrolamiento del 28 de enero de 1895 y la posterior convocatoria de los ciudadanos solteros de 17 a 30 años para cumplir con el servicio militar obligatorio, se hacía necesaria la disponibilidad de predios adecuados para el alojamiento y la instrucción militar de los conscriptos. En Paraná se gestionó la adquisición de un campo que reuniera las condiciones de topografía, amplitud y ubicación para los citados fines. Ese es el origen de la instalación de los cuarteles del Ejército en la zona denominada El Paracao.

A fines del siglo XIX durante el segundo gobierno de Julio Argentina Roca (1898-1904), y ante la posibilidad de un conflicto armado con Chile por la cuestión de los límites, decretó el enrolamiento obligatorio de los varones para organizar una Guardia Nacional y la posterior convocatoria de los enrolados solteros de 17 a 30 años. Pero es con la asunción del general Pablo Ricchieri como Ministro de Guerra en 1900 cuando se organiza definitivamente el Servicio Militar Obligatorio través de la Ley que lleva su nombre, aprobada por el Congreso el 11 de diciembre de 1901, y la organización profesional de Ejército Argentino, con la incorporación de armamento moderno, el establecimiento del Colegio Militar de la Nación y de la Escuela Superior de Guerra.

Con ese objetivo se adquirieron la mayor parte de las bases militares del Ejército, más alejadas del centro de las ciudades que las anteriores. El motivo de esos cambios era, entre otros, evitar que un ejército con los cuarteles dentro de Buenos Aires, capitalizada definitivamente en el primer gobierno de Roca (1880-1886), fuera instrumento para revoluciones militares. Entre los terrenos adquiridos por Riccheri se cuentan Campo de Mayo, al norte de Buenos Aires; Campo General Belgrano, en Salta; Campo General Paz, en Córdoba; Campo Los Andes, en Mendoza, y Paracao, en Entre Ríos.

En este último caso el gobierno de Entre Ríos adquirió el predio de El Paracao para donarlo a la Nación con ese fin. Se trataba de una fracción de campo ubicada en el entonces llamado distrito Paracao, limitado por el arroyo homónimo al sur y el Grande, al norte. Estos terrenos pertenecían a la familia Almada y luego se agregó una fracción donada por Ramón Febre, para entonces propietario de los campos donde actualmente funciona la Escuela Normal Rural "Juan B. Alberdi".

El nombre del campo deriva del arroyo que se comunica con el río Paraná por intermedio del riacho Los Galpones, y es el límite que divide los departamentos Paraná y Diamante. El historiador César B. Pérez Colman dice que el nombre es de origen charrúa y a la etimología la atribuye a la denominación de un loro, común en las costas del Paraná. El topónimo aparece recién en el siglo XIX, en la Carta Geográfica de la Provincia de Entre Ríos (1840), indicando el arroyo, del que seguramente derivó el nombre para el paraje homónimo. Otra etimología sostiene que los chaná-timbú llamaron a la zona “paracao”, que en guaraní significa “el mar que da la vuelta”.

 La estación Paracao

En sintonía con la instalación de los cuarteles se hizo necesario el emplazamiento de una estación ferroviaria por lo que el 19 de marzo de 1898, el administrador de los ferrocarriles de Entre Ríos se presentó al superior gobierno, adjuntándole un proyecto para la construcción de una estación o parada en el paraje denominado “Paracao”, en el campo de igual nombre, donde se proyectaba la localización de la División del Litoral del Ejército, y solicitando que se haga donación de parte del terreno que había adquirido la provincia.

Con la debida autorización se construyeron en dos vías muertas, un edificio estación y un galpón depósito para servir al campamento militar, en el kilómetro 14, actualmente en jurisdicción de Oro Verde, donde se encuentran preservados los cimientos de dicha instalación.

 El servicio militar antes que fuera “colimba”

La palabra “colimba”, según una definición popular, derivaría de las primeras sílabas de las palabras “corra, limpie y barra”, en alusión a que eran las principales ocupaciones de los soldados: correr, limpiar y barrer, durante el día. Pero muy lejos estaba de esta función el enrolamiento que estableció Ricchieri. Este servicio, que era un impuesto no pecuniario establecido por el estado, fue funcional a los objetivos trazados en aquel entonces para difundir la idea de ciudadanía y de igualdad ante la ley puesto que todos los habitantes varones debían estar disponibles sin importar su posición social o poder económico. A su vez, las listas y libretas de enrolamiento fueron rápidamente utilizadas como documentos de identidad, tanto para identificación de las personas, como para la confección de padrones electorales que sustituyeron a las amañadas listas de votantes confeccionadas en los juzgados de paz y comisarías. De esta manera, fue un paso previo a la futura sanción de la Ley Sáenz Peña en el camino a la transparencia del sufragio y la representatividad de los gobiernos surgidos de los mismos.

Por otro lado, en los cuarteles se instalaron escuelas para los conscriptos, que colaboraron en la lucha contra el analfabetismo y la integración de los hijos de inmigrantes.

Una crónica de la revista Caras y Caretas de 1902 sostenía que “hoy el soldado se viste, se calza, se arma. Vive en buenos cuarteles, come en mesa, duerme en cama, recibe visitas y escribe a su familia, aprende a leer si no lo sabe, es atendido por médicos si está enfermo, es conducido [a su destino] en ferrocarriles o en vapores, oye música y ve funciones de teatro”.

 Bibliografía

- Peiró, C. (1 de agosto de 2021). “Cien años atrás: cuando todos los argentinos eran soldados, pero ‘cada uno a su hora y no por toda la vida’”, disponible en https://www.infobae.com/sociedad/2021/08/01/cien-anos-atras-cuando-todos-los-argentinos-eran-soldados-pero-cada-uno-a-su-hora-y-no-por-toda-la-vida/

24/7/25

Las polémicas de Bavio en su propósito de "argentinizar" la educación

 Rubén I. Bourlot

 

El 24 de julio de 1916 fallecía en Buenos Aires el “distinguido profesor Ernesto A. Bavio” informaba el diario paranaense El Entre Ríos. Había sido un activo educador y uno de los artífices de la institucionalización de la educación entrerriana además de un enérgico polemista que mantuvo fuertes cruces con Manuel Antequeda.

El periódico citado dice en la necrológica que “el magisterio argentino está de luto con la desaparición de uno de sus más activos miembros, que durante diez lustros se dio por entero al desempeño de su misión altruista, ya en la cátedra, ya en otros cargos que se le confiaron, escribiendo al mismo tiempo varias obras de texto.”

A partir de la reforma constitucional de 1883 y durante la gobernación de Eduardo Racedo (1883-1887) se jerarquizó el sistema educativo con la creación del Consejo General de Educación que tuvo a  Bavio como su primer presidente (a partir de 1887 hasta 1896) que  batalló por establecer la educación pública, laica y obligatoria en consonacia la ley nacional 1.420. Creó también el Boletín de Educación, importante instrumento para la capacitación docente.

 

Las polémicas de Bavio

Los propósitos de argentinizar los contenidos educativos e integrar a las numerosas colectividades de inmigrantes originaron no pocos desencuentros con las comunidades alemanas y judías de la provincia que resistían a incorporar el castellano como lengua oficial en el desarrollo de las clases. Estos conflictos se desataron en la década del 90 y se reiteraron en la siguiente década durante la gestión del director General de Escuelas Manuel Antequeda (1904-1914) cuando Ernesto Bavio ejercía como inspector de escuelas del gobierno nacional.

A partir de la recorrida de Bavio inspeccionando las escuelas de las colonias de la provincia,en 1908, produjo un duro informe que molestó a Antequeda y originó un intercambio poco amable entre ambos funcionarios.

Dice Bavio que en las escuelas de las “aldeas rusas situadas en el departamento Diamante (…) experimenté una penosa decepción al ver que en esas ‘colonias’ todo está como hace catorce años, en materia de instrucción pública.

“En las escuelas de las aldeas ruso-alemanas la enseñanza que se trasmite es en su letra y en su espíritu exclusivamente extrajera.

“No se habla en ella una sola palabraen idioma castellano, siendo así que en este ramo debe ocupar el lugar más importante del programa.”

Se refiere Bavio a los libros de lectura que “debe ser el elemento más eficiente de nacionalización y patriotismo, está impreso en alemán y los temas en él tratado son por completo extraños a nuestro país.”

Luego agrega que “si el lenguaje, si la lectura y la escritura es dada en idioma extranjero es claro que lo propio sucede con la geografía, aritmética y demás ramos.”

Advierte el inspector que en las aulas hay mapas de Alemania y ninguno de la Argentina. “Nada nos recordaba allí que estuviéramos en escuelas argentinas: parecía aquél un pedazo de territorio conquistado.”

Luego pasa a detallar las observaciones en las escuelas judías que “es todavía peor, pues los colonos son más cerrados y excluyentes: allí toda la enseñanza trasmitida en las escuelas, absolutamente toda, es en hebreo y no hay más libro que la Biblia.

“Las colonias judías pertenecen a una gran compañía con asiento en el extranjero, propietaria de la tierra y de ‘sus judíos’, representada por una administración local que monopoliza los servicios, hasta el de la educación, pues ella es la que organiza las escuelas, que designa el personal y lo que es increíble, las hace subvencionar por el gobierno de la Provincia (…)”.

 

La respuesta de Antequeda

La respuesta del director de escuelas de Entre Ríos no se hizo esperar. Cabe advertir que la constitución nacional dispone que es facultad y responsablidad de las provincias la educación primaria.

“Los señores inspectores nacionales parecen ignorar -escribe Antequeda en un publicación bajo el título Breve exposición de las escuelas ruso-alemanas e israelitas- que en la República Argentina pueden funcionar escuelas en que se enseñe cualquier lengua del mundo y cualquiera religión, dando enseñanza en griego, inglés, alemán, caldeo, hebreo, esperanto, etc. (…)”, ironiza.

Y agrega: “No discutiremos si hay conveniencia o no en que los hechos ocurran así; pero es es la ley, que deben respetar hasta los patriotas inspectores susodichos.”

Abona Antequeda en su informe que “en pocos años, sin clausurar escuelas extrajeras particulares, sin leyes ni reglamentos prohibitivos y sin recurrir a otros medios, que sostener buenas escuelas; lenta, pero seguramente, la escuela pública argentina fue desalojando a la similar extranjera: simple cumplimiento de una ley económica por la cual la moneda sana desaloja a la mala moneda.

“(…) las escuelas públicas de la Provincia y de la Nación son frecuentadas por millares de niños de descendientes de aquellos italianos, franceses y suizos que se negaban a hablar castellano en el año 1870 (…)”

Finalmente argumenta que “los referidos funcionarios han visto todo el peligro en las escuelas de las colonias israelitas y rusas; y aún cuando nos bastarían cuatro renglones de estadística para reducir las briosas declaracionesde los patrióticos Inspectores, a lo que son en realidad, simples ditirambos, creo deber extenderme por cuanto, sin saberlo ellos siquiera, han provocado una cuestión del mayor interés y de tanta gravedad, que a tener conciencia de ella tal vez hubiesen observado mayor prudencia.”

La polémica tuvo su repercusión en la prensa que finalmente influyó en la reforma constitucional de 1908 que resolvió explicitar que la educación común debía ser de carácter esencialmente nacional. Además restituyó el Consejo General de Educación que había sido anulado en la reforma de 1903. La nueva conformación colegiada del gobierno de la educación, aún bajo la presidencia de Antequeda, dispuso hacer cumplir a las escuelas israelitas y rusas (alemanes del Volga) la enseñanza primaria obligatoria en lengua castellana, la conformación de una biblioteca infantil de autores argentinios, la colocación de cuadros de personalidades históricas nacionales y la obligación de izar la bandera argentina los domingos y días festivos.

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